lunes, 11 de noviembre de 2013

EL HIELO



Fueron los pies los primeros que se me enfriaron mas no le di mayor importancia ya que, casi siempre, los tengo fríos.  Luego, noté que las piernas se me anquilosaban y se me hizo difícil salir del coche: oí el clac de las rodillas como si los cartílagos se quebraran; los andares se asemejaban a los de un robot.  Parecía que el corazón se me iba ralentizando.  Su ausencia, durante tan largo tiempo, iba haciendo mella en mi cuerpo.

No había ingerido alimentos sólidos desde su marcha, y los líquidos pugnaban por salir a pesar de la mantita protectora. De nada servía la sopa calentita que ingerí pues produjo un efecto antagónico al esperado.  Fue un revoltijo que en su salida dejaba los órganos más gélidos.

El miedo a otro ataque asmático me hizo cobijarme  bajo el edredón  -parecía una momia  en estado horizontal.  ¿Cuánto tiempo iba a tardar el plumón en sacarme de la cama congeladora?  -pregunté  esperanzadora a mi cerebro.

Tras dos largas horas,  parecía que iban a enrojecer las ascuas de mi corazón.  El fuelle fue enviando soplidos vacilantes hacia mi pecho.  Iba deshelando las falanginas y falangetas que se asomaban de los mitones.   El androide iba notando la licuación de los cubitos de hielo del estómago.  Se rajó el yeso acristalado de los muslos y de las piernas.  Los carámbanos goteaban incesantes sobre mis pies. Coloqué  una bolsa de agua ardiente bajo ellos  Sentí un hormigueo leve, luego el ardor en los dedos; con movimientos incontrolados sobre la bolsa milagrosa.

Ya humana,  abrí  el correo electrónico: el pertinaz vapor que circulaba a mi alrededor me empapaba las gafas; ni el pestañear continuo me dejaban clara la pantalla.   Tuve que frotar, refrotar el vaho y  abrir una fisura en la ansiedad para  clarear la visión: “Amiga, Andrea”… Y con este binomio pasé totalmente del estado de hibernación al de agitación celestial.

San Vicente de la Barquera, a 29 de octubre de 2013       
Isabel Bascaran ©

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