viernes, 25 de octubre de 2013

ANTONIO MUÑOZ MOLINA



            Hasta hace cuatro días, como si me dicen Perico el de los Palotes. Hasta ahí, y un poco más lejos, llega mi ignorancia.



            Levantó la liebre Samu el día de la penúltima reunión de nuestro Club de Lectura, cuando nos dijo que el 23 de Octubre, la Fundación Príncipe de Asturias, a través de Chelo Veiga la insigne bibliotecaria de la Biblioteca Pumarín de Oviedo, ponía a disposición de los clubes de lectura de Cantabria dos autobuses para asistir en el Palacio de Congresos  de Oviedo, a un encuentro  con el escritor Antonio Muñoz Molina.



            -¿Y quién es ese individuo?-  Preguntó este ignorante que les escribe.



             Por toda respuesta Samu dejó caer sobre la mesa, y ante mis propias narices,  libros con títulos como estos:  “Nada del otro mundo” , “El jinete polaco”, “El invierno en Lisboa”, “La noche de los tiempos”, “Plenilunio”,  “En ausencia de Blanca”, “Todo lo que era sólido”….¡Y me acojonó! Se trataba nada más y nada menos que del galardonado con el premio  Príncipe de Asturias de las Letras del año 2013.



            Salimos de San Vicente a las diez de  la mañana junto con los Clubs (¿O clubes?) del Ayuntamiento de Santa María de Cayón,  Mazcuerras, Comillas y Val de San Vicente. (El resto de Clubs o clubes  iba en otro autobús). Lo más importante de la mañana fue el beso de María, (otra ya casi insigne como la de Pumarín), bibliotecaria, que desde San Vicente de la Barquera saltó a Sarón para tomar con todos los derechos, posesión de su cometido en aquél municipio.



            ¿Sabéis qué fue lo primero que encontramos al llegar a Oviedo?  ¡Efectivamente!  A Chelo Veiga la  bibliotecaria de Pumarín, con su entusiasmo de siempre. Y con ese valer y ese empuje; ese saber decir, y ese saber estar, que no sé como coño no lleva ella la Biblioteca Central de Asturias, junto con todas las bibliotecas que haga falta llevar, porque esta mujer trabajando en lo suyo, es un río desbordado que lleva por delante todo lo que sea necesario, y un poco más.



            A las puertas del Ayuntamiento donde Chelo nos llevó,  nos esperaba doña Carmen Ruíz-Tilve,  catedrática que fue de Lengua y Literatura en la Universidad de Oviedo, y cronista oficial de la ciudad. Nos condujeron al salón de plenos que es amplio, sobrio y elegante, como elegante es esta ciudad, vecina nuestra, y como impartiendo una clase magistral, la señora Ruíz-Tilve  explicó la historia del Ayuntamiento. Gracias, doña Carmen, fue un verdadero placer reencontrarla de nuevo.



            Desde allí nos llevó Chelo hasta la Biblioteca Central de Oviedo, Ramón Pérez de Ayala. En el vestíbulo nos insinuó que guardáramos silencio porque ya había un montón de gente en distintos apartados afanados en la lectura, y nos condujo al tercer piso.  El responsable  nos informó ampliamente del cometido de aquél curioso departamento donde se guardan  y conservan auténticas joyas literarias: Volúmenes únicos, encuadernaciones especiales, manuscritos de reconocidos escritores, en fin, tesoros, que supongo poca gente tendrá el privilegio de ver, como tuvimos nosotros. Como había pocas sillas algunos permanecimos de pié, y a María le faltó tiempo para salir a buscarme una silla. ¡Eres un cielo, muchacha!



            Llegó la hora de comer, y nos llevaron a las inmediaciones del Coyoto a una “sidrería  a lo bestia”. ¡Nunca se me había ocurrido pensar, que en el mundo podía comer tanta gente a la misma hora! Crema de marisco, ensalada de quesos, patatas fritas con picadillo,  huevos, y tortos fritos de maíz, que rematamos con un dulce de requesón, (o algo parecido), que yo nunca había comido.



            Junto con Samu y Luís, tomé café en una cafetería del  “Calatrava Oviedo”.  ¡Joder, con el Calatrava de los…!  ¡Me impactó!  Yo había visto de este arquitecto  la ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia, el aeropuerto de Bilbao, el auditorio de Santa Cruz de Tenerife, y puede que alguna cosa más, pero nada me asombró como este monstruo de Oviedo. A lo mejor fue porque ni siquiera sabía que existía semejante cosa aquí. O porque el autobús aparcó justamente enfrente, y  me dio la impresión de que  aquél enorme arañón de acero nos  iba a atrapar a todos con aquellos dos largos brazos abiertos.



            Y entramos al Palacio de Exposiciones y Congresos. No me quedé con la boca abierta, por si me entraban moscas, pero tuve que hacer un esfuerzo para cerrarla. Una enorme cúpula de 45 metros de altura hecha de acero blanco, cubría el amplísimo escenario y las dos mil ciento cincuenta butacas con sus correspondientes pasillos. La luz indirecta era tan sofisticada que sólo la hora  me hizo pensar que no era la natural del día. Esperamos un rato largo, al final del cual, lo mismo que hacían cuando venían los políticos con sus mítines, se encendieron focos, hubo movimiento de cámaras de televisión, y subió al podium  un periodista para anunciar, (como Juan Bautista anunció la llegada del Mesías), que se acercaba  el escritor. 


            La puesta en escena fue mejor obra que si lo  hubiera hecho el mejor attrezzista  de teatro:  Pupitres como de escuela en torno al sofá del escritor, donde se sentaron los responsables de las distintas bibliotecas, que habían de preguntar al autor.



            Y el periodista dijo.



            -Señoras, señores, con todos ustedes Antonio Muñoz Molina.



            Una salva de aplausos, y el galardonado hizo su entrada triunfal.  Después, eso: Preguntas más o menos interesantes, y respuestas de alguien que está muy acostumbrado a responder.



            Como María sabe casi todo lo referente a mi persona, igual que me buscó una silla en la Biblioteca porque conocía la flojedad de mis piernas,  sabiendo como sabe lo duro que soy de oreja, no sé donde coño se metió  para buscarme unos auriculares especiales.  Otra vez gracias María, pero no me hicieron falta. La acústica del local  era excelente. ¿Sabes María que si fueras hija de Chelo no te hubieras parecido  más ella?



            Y con esto terminé. Ahora a leer algo de Antonio Muñoz Molina, para conocerle mejor. Si puedo empezaré por “Todo lo que era sólido”, que me dijo Chelo que a ella le había encantado.

            Jesús González ©

1 comentario:

María dijo...

Genial, Jesús, como siempre, pero qué comedido has estado!! Jajajaja
Un abrazo