Hasta
hace cuatro días, como si me dicen Perico el de los Palotes. Hasta ahí, y un
poco más lejos, llega mi ignorancia.
Levantó
la liebre Samu el día de la penúltima reunión de nuestro Club de Lectura,
cuando nos dijo que el 23 de Octubre, la Fundación Príncipe de Asturias, a
través de Chelo Veiga la insigne bibliotecaria de la Biblioteca Pumarín de
Oviedo, ponía a disposición de los clubes de lectura de Cantabria dos autobuses
para asistir en el Palacio de Congresos
de Oviedo, a un encuentro con el
escritor Antonio Muñoz Molina.
-¿Y
quién es ese individuo?- Preguntó este
ignorante que les escribe.
Por toda respuesta Samu dejó caer sobre la
mesa, y ante mis propias narices, libros
con títulos como estos: “Nada del otro
mundo” , “El jinete polaco”, “El invierno en Lisboa”, “La noche de los
tiempos”, “Plenilunio”, “En ausencia de
Blanca”, “Todo lo que era sólido”….¡Y me acojonó! Se trataba nada más y nada
menos que del galardonado con el premio
Príncipe de Asturias de las Letras del año 2013.
Salimos
de San Vicente a las diez de la mañana
junto con los Clubs (¿O clubes?) del Ayuntamiento de Santa María de Cayón, Mazcuerras, Comillas y Val de San Vicente.
(El resto de Clubs o clubes iba en otro
autobús). Lo más importante de la mañana fue el beso de María, (otra ya casi
insigne como la de Pumarín), bibliotecaria, que desde San Vicente de la
Barquera saltó a Sarón para tomar con todos los derechos, posesión de su
cometido en aquél municipio.
¿Sabéis
qué fue lo primero que encontramos al llegar a Oviedo? ¡Efectivamente! A Chelo Veiga la bibliotecaria de Pumarín, con su entusiasmo
de siempre. Y con ese valer y ese empuje; ese saber decir, y ese saber estar,
que no sé como coño no lleva ella la Biblioteca Central de Asturias, junto con
todas las bibliotecas que haga falta llevar, porque esta mujer trabajando en lo
suyo, es un río desbordado que lleva por delante todo lo que sea necesario, y
un poco más.
A
las puertas del Ayuntamiento donde Chelo nos llevó, nos esperaba doña Carmen Ruíz-Tilve, catedrática que fue de Lengua y Literatura en
la Universidad de Oviedo, y cronista oficial de la ciudad. Nos condujeron al
salón de plenos que es amplio, sobrio y elegante, como elegante es esta ciudad,
vecina nuestra, y como impartiendo una clase magistral, la señora Ruíz-Tilve explicó la historia del Ayuntamiento. Gracias,
doña Carmen, fue un verdadero placer reencontrarla de nuevo.
Desde
allí nos llevó Chelo hasta la Biblioteca Central de Oviedo, Ramón Pérez de
Ayala. En el vestíbulo nos insinuó que guardáramos silencio porque ya había un
montón de gente en distintos apartados afanados en la lectura, y nos condujo al
tercer piso. El responsable nos informó ampliamente del cometido de aquél
curioso departamento donde se guardan y
conservan auténticas joyas literarias: Volúmenes únicos, encuadernaciones
especiales, manuscritos de reconocidos escritores, en fin, tesoros, que
supongo poca gente tendrá el privilegio de ver, como tuvimos nosotros. Como
había pocas sillas algunos permanecimos de pié, y a María le faltó tiempo para
salir a buscarme una silla. ¡Eres un cielo, muchacha!
Llegó
la hora de comer, y nos llevaron a las inmediaciones del Coyoto a una
“sidrería a lo bestia”. ¡Nunca se me
había ocurrido pensar, que en el mundo podía comer tanta gente a la misma
hora! Crema de marisco, ensalada de quesos, patatas fritas con picadillo, huevos, y tortos fritos de maíz, que rematamos
con un dulce de requesón, (o algo parecido), que yo nunca había comido.
Junto
con Samu y Luís, tomé café en una cafetería del
“Calatrava Oviedo”. ¡Joder, con
el Calatrava de los…! ¡Me impactó! Yo había visto de este arquitecto la ciudad de las Artes y las Ciencias de
Valencia, el aeropuerto de Bilbao, el auditorio de Santa Cruz de Tenerife, y
puede que alguna cosa más, pero nada me asombró como este monstruo de Oviedo. A
lo mejor fue porque ni siquiera sabía que existía semejante cosa aquí. O porque
el autobús aparcó justamente enfrente, y
me dio la impresión de que aquél
enorme arañón de acero nos iba a atrapar
a todos con aquellos dos largos brazos abiertos.
Y
entramos al Palacio de Exposiciones y Congresos. No me quedé con la boca
abierta, por si me entraban moscas, pero tuve que hacer un esfuerzo para
cerrarla. Una enorme cúpula de 45 metros de altura hecha de acero blanco,
cubría el amplísimo escenario y las dos mil ciento cincuenta butacas con sus
correspondientes pasillos. La luz indirecta era tan sofisticada que sólo la
hora me hizo pensar que no era la
natural del día. Esperamos un rato largo, al final del cual, lo mismo que hacían
cuando venían los políticos con sus mítines, se encendieron focos, hubo
movimiento de cámaras de televisión, y subió al podium un periodista para anunciar, (como Juan
Bautista anunció la llegada del Mesías), que se acercaba el escritor.
La
puesta en escena fue mejor obra que si lo
hubiera hecho el mejor attrezzista
de teatro: Pupitres como de
escuela en torno al sofá del escritor, donde se sentaron los responsables de
las distintas bibliotecas, que habían de preguntar al autor.
Y
el periodista dijo.
-Señoras,
señores, con todos ustedes Antonio Muñoz Molina.
Una
salva de aplausos, y el galardonado hizo su entrada triunfal. Después, eso: Preguntas más o menos
interesantes, y respuestas de alguien que está muy acostumbrado a responder.
Como
María sabe casi todo lo referente a mi persona, igual que me buscó una silla en
la Biblioteca porque conocía la flojedad de mis piernas, sabiendo como sabe lo duro que soy de oreja, no
sé donde coño se metió para buscarme
unos auriculares especiales. Otra vez
gracias María, pero no me hicieron falta. La acústica del local era excelente. ¿Sabes María que si fueras
hija de Chelo no te hubieras parecido
más ella?
Y
con esto terminé. Ahora a leer algo de Antonio Muñoz Molina, para conocerle
mejor. Si puedo empezaré por “Todo lo que era sólido”, que me dijo Chelo que a
ella le había encantado.
Jesús González ©
1 comentario:
Genial, Jesús, como siempre, pero qué comedido has estado!! Jajajaja
Un abrazo
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