- Cuánto me cuesta ponerme la armadura, me hago viejo, o es que esta hundida por la zona del estómago. Subió trabajosamente al rocín y oyó que su dama le llamaba.
- ¡Esperad Arturo!, debo coser la trabilla de vuestras calzas, descabalgad.
- Huy, cariño, ahora no puedo quitarme el arnés porque llegaría retrasado a la batalla de las 10.
- Andad, mi rey, que si no a la vuelta oleréis a caballo y además, tengo cita con el psicólogo.
- ¿El psicólogo?, no sabía que existiera ese gremio.
- Vos le conocisteis en aquella reunión de la mesa redonda, ya sabéis, esa “juerguecita”, que duró una temporada y de la que regresasteis tan descompuesto que no podíais con vuestra espada Excalibur. Me referisteis algo sobre una batalla sangrienta o no sé qué, y hube de asearos. ¡Traíais un tufillo…!
- No caigo.
- Es Merlín, y no disimuléis, que de tanto brindar celebrando aquella victoria con Lancelot, llegasteis “guapos” al castillo.
- ¡Ah, sí, sí…! -Arturo intentaba zafarse de la conversación y los reproches de Ginebra-. Disculpadme “fermosura”, tengo prisa; oigo la última llamada de trompeta y he partir al campo de batalla.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
27-IV-2013
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