viernes, 10 de mayo de 2013

A OVIEDO





            Vamos el día 11 de mayo; es decir, pasado mañana. Y como no tengo otro tema sobre el que  escribir, voy a ver si por adelantado preveo algo de lo que  sucederá este día.

            Por alguno de esos lugares virtuales que hay no sé donde, leí que somos varios cientos y la madre que nos parió a todos, los que nos juntaremos en la capital asturiana. Este movimiento  catalogado como cultural, supongo yo,  se debe en gran parte a la habilidad que para mover los hilos de las cosas del intelecto tiene Chelo Veiga, una asturianina muy parladora ella, que hasta hace al menos un par de años, ejercía como   bibliotecaria de la de Pumarín.
           
            (Escribo esto desde la cafetería El Rey mientras tomo un descafeinado de máquina, y junto al café llegó a mi mesa una mosca que me trae por la calle de la amargura. Pegajosa como todas las moscas, pero mucho más lista que las demás. Vuela de una mano a  la otra y luego a la nariz, y yo manotazo va y manotazo viene, y no hay forma de hacerla cadáver).

            Chelo, pienso yo, conectó con María Díez, otra idem del idem, que ejerce el bibliotecarismo  en Sarón,  y esta revolucionó  las bibliotecas de media Cantabria. Los lectores de San Vicente de la Barquera fuimos puntualmente informados por Samu, que es el nombre de andar por casa de nuestro excelso bibliotecario don Samuel Sánchez de Movellán.

             A continuación, a pagar viaje y comida.  Si la cosa es cara o no, será comentada a posteriori. Pues como ya dijo Campoamor en su día, En este mundo traidor, nada es verdad, nada es mentira…, Y la comida al menos,  ya me enteré que hay que mirarla a través del color  que tiene el cristal  del Hotel Reconquista, que no es moco de pavo.

            A las nueve y cuarto creo que salimos de San Vicente. Las mujeres, que son las muchas, buscarán los mejores asientos, pero seguro que los mejores ya vendrán ocupados por la gente de Cabezón, o Mazcuerras,  que  montaron antes que nosotros, y seguro que habrá alguna protesta por tener que ir al fondo. En algún lugar, puede que en Colunga, hagamos una parada según se suele decir para tomar café. En realidad es para mear, que ante los servicios es donde realmente se  forman las colas.  (¡Coño, con la mosca! Si será majadera que hasta en las pestañas intenta posarse.  Las colas largas de los servicios son siempre en los lavabos femeninos. Pero no porque tengan más líquido a evacuar; es porque ellas  tienen más difícil los preliminares y los posteriores. Nosotros con soltar dos botones, o a lo sumo tres, si es que hace frío y es más dificultosa la búsqueda, ya lo tenemos todo hecho).           

       En Oviedo nos recibirán como  otra vez que fuimos, casi a bombo y platillo.  ¡Pues menuda es Chelo!  Supongo que iremos derechos al auditorio Príncipe Felipe. (No sé si habrá  que andar mucho hasta él, pues aunque ya estoy muy bien de mi rotura de tobillo, todavía no debo maltratar mi pie derecho). Allí escucharemos a un autor consagrado: Manuel Vicent.


            Debo confesar que el nombre me sonaba. Sí, me sonaba Manuel Vicent. Y por aquello del apellido pensé que era catalán; pero no. Es valenciano,(de la comunidad), concretamente de Villavieja, un pueblo de Castellón, casi como mi primo Bernardo que es de Fanzara.  Pero nunca había leído nada de él.  Ahora, con esto del viaje a escucharle, leí un par o dos de artículos de opinión en Internet, para al menos tener una idea de cómo escribe el hombre.  (Pegué un manotazo a la mosca  que por poco mando el vaso del café a tomar “por allí”.  Y mientras tanto tengo a mi lado a tres mujeres hablando de política, que aunque las escucho  sin querer escucharlas, me dan ganas de enviarlas al senado para que enseñen a aquellos ineptos como se debe gobernar un país).

            Me expresé mal, y no tengo gana de volver atrás para corregir. El viaje a Oviedo no es para escuchar a Manuel Vicente, es para convivir con los demás clubes, (o clubs?),  de escritura.  Le escucharemos a él, si con mucho gusto, pero como hubiéramos escuchado a cualquier otro invitado. Espero que si  el señor Vicente lee esto, (que seguro que no lo leerá), no lo tome a menosprecio. Que no lo tome tampoco si lee, (que no lo leerá), el que nunca había leído nada  suyo. Al fin y al cabo seguro que tampoco él ha leído nada mío, y yo no se lo tengo en cuenta.  Así de modesto soy yo.

            Para cuando vayamos a  comer, ya tendremos hambre. Sobre todo yo, que lo suelo hacer a la una en punto, eso si  no son unos minutos antes. Para entonces espero haber saludado a algún conocido de  Cabezón o de Pesués, y con un poco de suerte hasta de  Sarón, aunque puede que los componentes de estos clubs (o clubes?), solo sean hijos o nietos de los que a mi me gustaría encontrar.
           
            Ya lo veréis, el marco  del lugar donde quitaremos el hambre es fabuloso. Yo estuve allí hace un montón de años en la boda de la hija de Julio y Mari Carmen, pero no me recuerdo muy bien. Solo sé que me gustó el lugar y me gustó el condumio. Lo del sábado os lo contaré la semana que viene. (No maté la mosca,  pero se fue a dar el coñazo a las mujeres de al lado. Lo deduzco por los manotazos que da una de ellas. A no ser que le esté mostrando a las otras los sopapos que ella daría al político de turno).

                                                Jesús González ©

2 comentarios:

María dijo...

Jesús, muy bueno, como siempre!
¡Cuántas ganas de pasar un día con vosotros!!
Allí nos vemos! Y espero tu crónica posterior...
Un abrazo
María

Chelo Veiga dijo...

Bueno Jesús, espero que hayas disfrutado mucho en nuestra ciudad y con nuestras cosas de bibliotecarias.
Ha sido un placer volver a verte y a todos/as los/as lectores/as de Cantabria
Un abrazo
Chelo