Vamos
el día 11 de mayo; es decir, pasado mañana. Y como no tengo otro tema sobre el
que escribir, voy a ver si por
adelantado preveo algo de lo que
sucederá este día.
Por
alguno de esos lugares virtuales que hay no sé donde, leí que somos varios
cientos y la madre que nos parió a todos, los que nos juntaremos en la capital
asturiana. Este movimiento catalogado
como cultural, supongo yo, se debe en
gran parte a la habilidad que para mover los hilos de las cosas del intelecto
tiene Chelo Veiga, una asturianina muy parladora ella, que hasta hace al menos
un par de años, ejercía como
bibliotecaria de la de Pumarín.
(Escribo
esto desde la cafetería El Rey mientras tomo un descafeinado de máquina, y
junto al café llegó a mi mesa una mosca que me trae por la calle de la
amargura. Pegajosa como todas las moscas, pero mucho más lista que las demás.
Vuela de una mano a la otra y luego a la
nariz, y yo manotazo va y manotazo viene, y no hay forma de hacerla cadáver).
Chelo,
pienso yo, conectó con María Díez, otra idem del idem, que ejerce el
bibliotecarismo en Sarón, y esta revolucionó las bibliotecas de media Cantabria. Los
lectores de San Vicente de la Barquera fuimos puntualmente informados por Samu,
que es el nombre de andar por casa de nuestro excelso bibliotecario don Samuel
Sánchez de Movellán.
A continuación, a pagar viaje y comida. Si la cosa es cara o no, será comentada a
posteriori. Pues como ya dijo Campoamor en su día, En este mundo traidor, nada es verdad, nada es mentira…, Y la
comida al menos, ya me enteré que hay que mirarla a través del
color que tiene el cristal del Hotel Reconquista, que no es moco de
pavo.
A
las nueve y cuarto creo que salimos de San Vicente. Las mujeres, que son las
muchas, buscarán los mejores asientos, pero seguro que los mejores ya vendrán
ocupados por la gente de Cabezón, o Mazcuerras,
que montaron antes que nosotros,
y seguro que habrá alguna protesta por tener que ir al fondo. En algún lugar,
puede que en Colunga, hagamos una parada según se suele decir para tomar café.
En realidad es para mear, que ante los servicios es donde realmente se forman las colas. (¡Coño, con la mosca! Si será majadera que
hasta en las pestañas intenta posarse.
Las colas largas de los servicios son siempre en los lavabos femeninos.
Pero no porque tengan más líquido a evacuar; es porque ellas tienen más difícil los preliminares y los
posteriores. Nosotros con soltar dos botones, o a lo sumo tres, si es que hace
frío y es más dificultosa la búsqueda, ya lo tenemos todo hecho).
En Oviedo nos recibirán como otra vez que fuimos, casi a bombo y platillo. ¡Pues menuda es Chelo! Supongo que iremos derechos al auditorio Príncipe Felipe. (No sé si habrá que andar mucho hasta él, pues aunque ya estoy muy bien de mi rotura de tobillo, todavía no debo maltratar mi pie derecho). Allí escucharemos a un autor consagrado: Manuel Vicent.
Debo
confesar que el nombre me sonaba. Sí, me sonaba Manuel Vicent. Y por aquello
del apellido pensé que era catalán; pero no. Es valenciano,(de la comunidad),
concretamente de Villavieja, un pueblo de Castellón, casi como mi primo
Bernardo que es de Fanzara. Pero nunca
había leído nada de él. Ahora, con esto del
viaje a escucharle, leí un par o dos de artículos de opinión en Internet, para
al menos tener una idea de cómo escribe el hombre. (Pegué un manotazo a la mosca que por poco mando el vaso del café a tomar
“por allí”. Y mientras tanto tengo a mi
lado a tres mujeres hablando de política, que aunque las escucho sin querer escucharlas, me dan ganas de
enviarlas al senado para que enseñen a aquellos ineptos como se debe gobernar
un país).
Me
expresé mal, y no tengo gana de volver atrás para corregir. El viaje a Oviedo
no es para escuchar a Manuel Vicente, es para convivir con los demás clubes, (o
clubs?), de escritura. Le escucharemos a él, si con mucho gusto,
pero como hubiéramos escuchado a cualquier otro invitado. Espero que si el señor Vicente lee esto, (que seguro que no
lo leerá), no lo tome a menosprecio. Que no lo tome tampoco si lee, (que no lo
leerá), el que nunca había leído nada
suyo. Al fin y al cabo seguro que tampoco él ha leído nada mío, y yo no
se lo tengo en cuenta. Así de modesto
soy yo.
Para
cuando vayamos a comer, ya tendremos
hambre. Sobre todo yo, que lo suelo hacer a la una en punto, eso si no son unos minutos antes. Para entonces
espero haber saludado a algún conocido de
Cabezón o de Pesués, y con un poco de suerte hasta de Sarón, aunque puede que los componentes de
estos clubs (o clubes?), solo sean hijos o nietos de los que a mi me gustaría
encontrar.
Ya
lo veréis, el marco del lugar donde
quitaremos el hambre es fabuloso. Yo estuve allí hace un montón de años en la
boda de la hija de Julio y Mari Carmen, pero no me recuerdo muy bien. Solo sé
que me gustó el lugar y me gustó el condumio. Lo del sábado os lo contaré la
semana que viene. (No maté la mosca,
pero se fue a dar el coñazo a las mujeres de al lado. Lo deduzco por los
manotazos que da una de ellas. A no ser que le esté mostrando a las otras los
sopapos que ella daría al político de turno).
Jesús González ©
2 comentarios:
Jesús, muy bueno, como siempre!
¡Cuántas ganas de pasar un día con vosotros!!
Allí nos vemos! Y espero tu crónica posterior...
Un abrazo
María
Bueno Jesús, espero que hayas disfrutado mucho en nuestra ciudad y con nuestras cosas de bibliotecarias.
Ha sido un placer volver a verte y a todos/as los/as lectores/as de Cantabria
Un abrazo
Chelo
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