Los
que me conocen saben que estoy sordo, aunque no será por falta de orejas. Lo
estoy, no lo soy. Al menos yo lo
interpreto así. Los que lo son, es congénito. Lo mío fue adquirido. Ya conté en
alguna otra parte que de bebé metí una alubia en el oído izquierdo, y que
pasando los años se empezó a pudrir, lo que me produjo tan grave infección, que
me dejó el oído dañado. Pero bueno, tampoco era mucho.
Lo
malo es que con los años, todo empeora. Así que lo de una ligera sordera por el
lado izquierdo, se pasó también al
derecho. Más tarde dejó de ser ligera; quiero decir, que se acentuó. Fue cuando empecé a decir lo que dicen todos
los sordos: “No, si yo oír oigo bien, lo que pasa es que no entiendo lo que me
dicen”. Y a continuación, a cualquier
cosa que me dijeran, respondía. ¿”Qué”? Y me lo tenían que repetir.
De
las repeticiones solo entiendes el veinte por ciento, porque tu interlocutor no
sabe como se debe responder a un sordo, y lo único que hace es repetir lo mismo
y de la misma forma. Yo desistí de hacer
un segundo ¿”Qué”? porque generalmente, a la segunda, ya te contestan de mala
hostia, o al menos es lo que me parece a mí, cuando lo hacen con un grito. Y al
sordo no hay que gritarle, que el sordo oye, lo que pasa es que no entiende. El
sordo para oír, necesita que su interlocutor no le hable mirando a las musarañas, sino que se vuelva
hacia él, y trate de “silabear”.
Y
ahora voy a lo de “otra gotera”: Pues nada, que así, de repente, la sordera se
agravó. Empecé un día a sentir como el
eco lejano de las aguas del río Saja cuando lleva llena, y
no hay manera de que se me quite. Para
el que nunca haya escuchado el eco del río
Saja, le diré que es muy parecido
al eco de otro río cualquiera; y si a pesar de todo no se hace una idea de lo
que siento, le diré también que es la
misma molestia del que sufre un cambio
de presión atmosférica, o el que siente necesidad de bostezar para desatascar
los conductos auditivos. ¿Está claro, o no?
Pues
mira: Ni la tele ni la radio. Y encima, terminé de leer un
libro que me regalaron, y estos días está cerrada la biblioteca hasta el día
nueve. A lo mejor es por eso por lo que escribo.
Hoy
bajé donde Conchi, mi médico, (¿o es más correcto decir mi médica?) Me miró, y
me emplazó para el día nueve hacerme una limpieza de oídos. Antes debo
engrasarlos, (como los ejes del carro),
con una gota de aceite durante tres noches para ablandar la cera.
Jesús González ©
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