domingo, 24 de marzo de 2013

FALLAS





            Residente en Madrid, pero es de sangre cántabra por parte de padre, y valenciana por parte de madre. Ella, y su marido, que es valenciano por ambos costados, son los artífices de nuestro segundo viaje a las Fallas.

            Y lo fueron también del primero. En aquella ocasión nos fuimos Sara, Raúl y nosotros dos directamente  a El Perellonet, donde Regina y Bernardo tienen un apartamento, y desde allí nos desplazamos los seis  todos los días a la ciudad del Turia para disfrutar de estas fiestas inigualables.

            Esta vez nos fuimos directamente a Valencia por Zaragoza, y nos aburrimos soberanamente por la Autovía del Mudéjar,  porque el paisaje es de lo más desolador que uno pueda imaginarse, además de costarnos un ojo de la cara el peaje. ¡Una y no más, santo Tomás!

            En esta ocasión, la cita con Regina y Bernardo la teníamos en casa de María Ángeles Gimeno,  una amiga de ellos que vive en pleno centro de la ciudad, junto a la Gran Vía del Marqués de Turia, en un segundo piso cuyos ventanales nos permitieron contemplar como en palco de primera fila, la “cremá” de la falla  dedicada al dios Baco, que se levantaba exactamente frente a nuestras propias narices.

            Pero antes pasamos por Tabernes Blanques, un pueblo en los aledaños de la ciudad donde tiene su sede  la marca Lladró, una de las fábricas de figuras de porcelana de más prestigio del mundo, para dejar en casa de Rosa Mari los ingredientes del “Cocido Montañés” que al día siguiente había de preparar Sara para no menos de quince o dieciséis personas.

            María Ángeles, es una amiga cuyo nombre debe escribirse entero  con letras mayúsculas, pues pienso que ya no queden muchos amigos de esos que ofrecen su casa a los amigos, para que además lleven consigo a otros cuatro amigos, prácticamente desconocidos para ella. Y como llegamos tarde, para que no tuviéramos que salir a cenar fuera,  en la casa nos sorprendieron con  una deliciosa cena informal

            Claro que estábamos cansados, pues se acercaban a los ochocientos kilómetros rodados los que habíamos hecho, pero como los hicimos para ver las Fallas, en cuando se aproximó  la una de la madrugada, nos desplazamos hasta “el río” para ver la “mascletá”. (Bueno, para quien no lo sepa, “el río” no es río. Es el antiguo cauce del Turia convertido en un parque de ocho kilómetros de largo a donde todas las mañanas acuden los valencianos a pasear e hinchar  de aire puro sus pulmones entre los miles de árboles allí plantados).

            ¿Que qué es la “mascletá? Ahora te lo explico: Es la locura.  La locura de muchedumbre, de petardos y ruidos. Nos integramos a la masa que caminaba Gran Vía arriba, y cuando ya fue imposible caminar más porque todo ello era ya un océano de gente, nos convertimos de repente en  meras gotas de aquel  océano. Y como todo fue muy puntual, en ese instante, y durante media hora justa, el cielo de Valencia se vistió de mil colores encendidos con los fuegos artificiales mas bonitos que he visto en mi vida.

            Supongo que viejos, María Ángeles preparó para nosotros la suite de la casa. Regresamos entre explosiones de petardos por todas partes, pero todo fue caer en la cama, que de poco sirvieron los petardos  ni las bandas de música que aún a esas horas pasaban bajo nuestra ventana, que yo me dormí al instante.

            Estos valencianos  deben de ser como los centinelas de los cuarteles. Cuando unos se acuestan, otros se levantan, porque a las ocho y media de la mañana, varias  bandas de tambores y trompetas corrieron las calles tocando la “Despertá”.  Y claro, despertamos.  Tomamos chocolate y nos fuimos a la calle a “ver Fallas”. ¡Madre de Deu!  Batallones  de falleras desfilando por las calles. ¡Y qué trajes, señores, qué trajes! ¡Y qué mujeres vistiendo esos trajes! ¡Qué belleza, y qué elegancia! Bueno, que falleros también los había, bien majos y bien vestidos también;  pero eran muchísimo más guapas ellas. Y tras falleras y falleros, su banda de música correspondiente.

            Fui aprendiendo que cada grupo de estos son los componentes de una de las más de ochenta fallas repartidas a lo largo y ancho de la ciudad, que no hacen otra cosa más  que vestir de color las calles con sus paseos y alegrarlas con la música de marchas y pasodobles.  Junto a cada Falla, hay un carpa donde tienen la sede, y en ella comen, beben y se divierten…

            Las Fallas, que quieres que te diga… Las fallas no se pueden explicar, hay que verlas. Las fallas son sátira y segundas intenciones elevadas a la categoría de arte de calidad. Las hay buenas, muy buenas, y buenísimas. Hay agrupaciones falleras con más  o menos dinero, lo que se traduce en una falla construida de forma más o menos monumental,  pero nunca de menor ingenio y arte.

            En la Plaza Mayor, y frente al Ayuntamiento estaba la falla municipal que como de costumbre se exhibía fuera de concurso. Intentamos verla, y caímos presos del tumulto. Ni para adelante, ni para atrás. Tal era la muchedumbre. Y el sol aplanándonos. Yo respiré hondo, asimilé el momento, y pedí fuerzas a Dios para que las piernas aguantaran el peso de mi cuerpo hasta que pasara la “mascletá” de la una de la tarde, y desapareciera toda aquella gente. Porque sí, “mascletás” a todas horas. A media noche y a medio día. En la plaza del Ayuntamiento y en donde menos te lo esperes.

            Al fin tomamos el metro que nos llevó hasta Tabernes Blanques, y comimos el “Cocíu” que nos hizo Sara. Sabía a Cantabria, a praos, a tierras, a vacas tudancas, y a berzas con “tocinu”. Había invitados que lo probaron por vez primera y les encantó. Allí me encontré con un colega de los que también pasan sus horas libres en esto de  la escritura: Rafael Plá, un matemático acabado de  jubilar en la Universidad de Valencia, que está escribiendo “Atrapados”,  una novela de ciencia ficción.

            Y como estábamos en una convivencia Cántabro-valenciana, al siguiente día fue Rosa Mari la que hizo una paella para todos. Menos mal que ambos platos se hicieron fuera de concurso, pues de haber puntuado tendríamos que haberlo echado a suertes.

            Aquella noche fue la “Ni del Foc”. ¿Que qué es eso? Te traduzco: “La Noche del Fuego”. Es decir, una quema astronómica de pólvora,  que pintó el cielo con rayos y centellas con todos los colores del arco iris, y puede que alguno más.

            Al día siguiente María Ángeles nos llevó a ver la Virgen de la Ofrenda. En realidad es una réplica de la imagen de Nuestra Señora de los Desamparados que vimos dentro de la Catedral. La réplica, que debe tener como quince o veinte metros de altura, está en la plaza que hay tras el Miguelete, y cada año se le confecciona el manto con claveles rojos y blancos que le ofrecen los componentes falleros. Es todo un rito que dura dos días la confección de este manto. A cada falla le asignan un número  y color de flores, y la hora en que ha de hacer la ofrenda para que todo lleve el ritmo previsto.

            Después llegó lo esperado:  la noche de la “Cremá”.  Bombas, tracas y petardos. Aquello era algo difícil de describir, porque sonaba como una ciudad en guerra bombardeada desde tierra, mar y aire, mientras  que al mismo tiempo conservaba la imagen viva de la más pacífica de las fiestas. La marcha “Valencia” del maestro Padilla era interpretada por un  sin fin de bandas en distintas calles de la ciudad, y un chupinazo encendió la traca que hizo arder la primera falla.  El fuego se extendió como un reguero de pólvora, y una tras otra  ardieron todas las fallas. Durante más de una hora,  Valencia fue pasto de las llamas. ¡Pobre dios Baco! Se retorció y consumió en el fuego ante mis ojos, mientras el gentío gritaba y aplaudía el final de unas fiestas únicas en el mundo.

            Salimos a ver rescoldos, tropecé con un   bordillo de la acera, y me caí. Fue justo la víspera de regresar. Volvimos por Madrid  para cambiar de paisaje, y en el camino noté que el pié derecho me dolía en algunos movimientos. De casa al médico, y de este al hospital de Sierrallana. Diagnóstico: Rotura del tobillo. Y aquí estoy en casa  con el pié inmovilizado mientras escribo las  vivencias de  este viaje. Gracias a  vosotros, Regina y Bernardo, y muy especiales a ti, María de los Ángeles, que de María no sé lo que tendrás, pero de ángel, tienes un montón.

                                   Jesús González ©

2 comentarios:

nreigadasn dijo...

Hola Jesús, te hemos echado en falta en la tertulia de la Biblioteca.
Espero que cures pronto la rotura del pie.
Un beso para ti y para Adelina.

Rafael dijo...

Todos estamos a tu lado en estos momentos y esperando que pronto te veamos entre nosotros.
Un abrazo.