La mañana está tranquila, a
punto de salir el sol, estoy contemplando las nubes de un gris claro, apenas se
mueven, y yo dando vueltas a la cabeza pensando en qué escribir. Mis ojos de
repente se fijan en una que se asemejaba mucho a un bebé recostado, con una
cabeza un tanto cuadrada; fue cambiando y ahora su cabeza parecía un poco más
redondeada, y le salía como un mechón rebelde en el cogote y como un poco de
flequillo abombado. De verdad que era un perfil con su nariz, su boca, su pecho
abultado, la nube seguía alargándose y le salía como un nudo que se semejaba a
las rodillas y luego acababa dando la impresión de tener las puntas de los
piececitos para arriba, la nube se alargaba por debajo y podías pensar en un
suave colchón. ¡Imaginación al poder!. Desde pequeña, me ha gustado, a veces,
observar las figuras tan increíbles que hacen las nubes, con sus metamorfosis y
coloridos.
La nube se fue deshaciendo; al
poco rato volví a mirar, estaba ya a punto de salir el sol y la claridad era
muy fuerte y lo que volví a ver si que era de no creer. Otra nube me miraba,
con dos agujero por donde se colaba la fuerte luz, con una nube gris oscuro a
modo de sonrisa y un óvalo perfecto de barbilla y papos. ¡Otra cara de bebé! ¡Alucinante!
Por lo increíble que me
pareció es por lo que lo estoy escribiendo y poder dejar constancia de tan
grato momento que pasé.
Mª
Eulalia Delgado González ©
Diciembre
2012
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