jueves, 23 de agosto de 2012

UNO MENOS EN EL INEM


11:30 De la mañana. Soy un punto rojo en la blanquecina arena. Colgado del cuello llevo los nuevos prismáticos, bajo el brazo sostengo las aletas fluorescentes, y en la gorra carmesí, escondo el talonario. Ayer, a estas horas, con aburridos y lentos pasitos trompicaba sobre la embaldosada cola del INEM; ¡qué cambio!, hoy, chapoteo feliz sobre la orilla del mar.


Una estampa inusual se presenta ante mis prismáticos. Sigue disciplinadamente a su dueña; ésta no tiene necesidad de tirar del elástico. Puede que el perrillo intuya lo que es el “Camino de Santiago”. Acarrea unas bonitas alforjas; una parte para su comida, y la otra para la bebida y su botiquín. ¿Qué clase de corazón hay que tener para multar a un perro peregrino? Lo veo alejarse con su rabito bailarín… ¡Me hubiera gustado ser el guía del romero!


Los ladridos locos de un perro ratonero me devuelven a mi trabajo. Me acerco a él. El perrillo sólo tiene ojos para su surfista. Cuando éste se acerca hacia la orilla, le saluda a “Pincho” y el can calla y mueve la cola de alegría; pero enseguida vuelven los desazonados ladridos; el amo va en busca de otra ola. Me agacho, le acaricio el hocico húmedo; casi me muerde entre ladrido y ladrido. Le abrazo por los cuatro pies; creo que se ha tranquilizado. Damos la espalda al mar; “Pincho” se revuelve todo, se ha vuelto histérico: ladra, gira la cabeza, levanta las orejas y lanza sus uñas sobre mi cara. No desisto; él tampoco. Me araña el cuello, me muerde los brazos. Llego al puesto de socorro más cercano; la sangre me envuelve. Soy todo rojo: roja la cara, rojos los brazos, hasta los muslos los tengo rojos sobre dos soportes blancos. El surfista paga la multa sin pronunciar palabra Mis heridas no vienen recogidas en ninguna página del libro de reclamaciones. Seguro que el perrito peregrino no ha tenido necesidad de usar su botiquín.


Voy bañado en Betadine, llevo la gorra incrustada hasta los ojos, me han prestado una camiseta de manga larga Resulta mejor medio asfixiarse de calor que ser martirizado por el sol. Me adelanta un corredor con su pastor alemán tras de sí: ambos van haciendo jogging. El perro va sobrado de fuerzas y ánimo. Me recuerda la fábula de la Liebre y la Tortuga, pues al perro le da tiempo de actuar de “ballboy” _”Sultán le llama el fondista y Sultán -esta vez con la pelota en la boca- retoma la carrera. Pero una pala “quitapelotas” le golpea la boca. Y Sultán no sólo suelta la pelota amarilla sino también unos alaridos negros. El joggista gira sobre sus pasos (yo hago lo mismo) y va acercándose a Sultán que ya ha escupido unas piezas amarillentas y expulsa chorros de sangre. Acelero el paso. No lo hago para defender a los cobardes palistas. Lo hago por mi nuevo yo…


San Vicente de la Barquera, a 22 de agosto de 2012
Isabel Bascaran ©

2 comentarios:

Jesús dijo...

Que veraniego y que bueno, Isabel.

Anónimo dijo...

Excelente como siempre,original,un placer, en esta mañana de verano, me he alegrado mucho al volver a leer tus letras,espero verte pronto y oír de tu boca estos relatos con los que nos sorprendes.