domingo, 20 de mayo de 2012

FOLÍA (I)


(O “el hombre del largo abrigo de cuero”)



PARTE I


Aquel día, aparcaron en lo alto de la loma cercana a la Romerona, justo al mismo nivel y frente por frente de la calle Alta, en lo más alto, donde reinaba la Iglesia Mayor. Quedaba por medio la ría de Pombo. Nacía en ese momento la procesión terrestre, previa a la marítima, bajando los treinta y cinco metros sobre el nivel del mar, que les dejaría en el muelle pequeño para facilitar el embarque de las andas y la imagen.

La familia comenzó a bajar a la vez que lo hacía la comitiva procesional, engalanada la Virgen como todos los romeros y acompañantes, cofrades, picayos, banda de música, así como la plana mayor de las comunidades religiosas, políticas y militares. Las banderas ondeaban casi libres. Hacían juego con la decoración del recorrido y las de los barcos, que cruzaban en hilos de un lado a otro, similar a un galimatías colorista e interminable.

Fue una coincidencia que le alertó para ser digna de valorar. Bajaron al paso de la música procesional y llegaron, por supuesto, mucho antes al puerto.

Allí esperaron. Él, sentado en el muelle, con las piernas colgando hacia el agua, como si de un chiquillo se tratara, sobre su largo abrigo de cuero. Los niños corrían en juegos ininterrumpidos y su esposa, de una mirada tan intensa como la mar en los nordestes, vigilaba con cierto cansancio.
El hombre, vio llegar al patrón del barco donde embarcarían, paseó de un lado a otro del muelle y nada se dijeron. Cabía la posibilidad de que se tratara de un acuerdo tácito, ambos sabían de sus caracteres, uno callado y el otro, prudente. El “patrón sin palabras”, contestó por dos veces al teléfono, una de ellas con gravedad o quizá, con impaciencia.

Llegó la familia del patrón y algunos más de los invitados que disfrutarían a bordo de aquella procesión marítima. Los últimos en aparecer, fue los tripulantes, con cierto tono alegre de los brindis mañaneros, justo, cuando procesión y Virgen llegaban a la zona de la avenida principal, se podía adivinar por el cercano sonido de los tambores y cornetas y, del silencio repentino a la espera del canto de honor de las picayas a su patrona.

El patrón dijo secamente al encuerado espectador del agua: ¡Desencapilla ese cabo! El hombre se levantó rápidamente hasta el noray y sacó la cuerda en forma de horca. Observaba como viajaba lentamente hasta el barco, vigilando que no se enredara o tropezara con las de otras embarcaciones. El patrón recogió el chicote a bordo sin tropiezos.

El pesquero fue abriéndose, pues estaba abarloado a otros barcos, lenta y lo que parecía, torpemente. -Era debido a que el timón estaba recién cambiado y aún estaba por calibrar-. La maniobra de atraque se retrasaba en exceso. – Tira al pal, -ralentí-, ¡da atrás que pegamos en la proa!, calma, calma, sin prisa..., atesa ese cabo, ahora arríale, ¡qué lo arríes despacio, coño!... ¡haz firme ahora!

Al cabo de diez interminables minutos, atracó al muelle y recogió a los romeros para la procesión marítima. Los tripulantes y el “recién enrolado hombre del largo abrigo de cuero”, ayudaron a embarcar a pequeños y grandes, la mayoría de ellos de tierra adentro, con lo que ese sería su bautismo de mar.

El “hombre del largo abrigo de cuero”, sintió al embarcar que formaba parte de aquella tripulación, pues su ayuda para soltar amarras, fue indispensable y acertada. Sabía internamente, de su comunicación, aparentemente telepática, con el “patrón sin palabras” de aquel pequeño y rojo navío que llevaba ojos en la quilla, separados por la roda; según la tradición, vigilan eternamente abiertos y atentos, por si emergían monstruos marinos.

Toda la familia se colocó en la cubierta de proa con los demás, pues la parte de la popa estaba llena de redes. Servirían para que al día siguiente, volviese la realidad y la necesidad de pescar para sobrevivir. Se dispuso a disfrutar de aquel paseo entre gentes devotas y, o, curiosos. Se percibía en el ambiente cierta energía positiva, emanada por la festividad; se hizo más evidente en el marinero-armador, bromeaba incansablemente y hacía de aquella minúscula travesía, nota de la sencillez y la fortaleza de los hombres de mar.

Los hijos del “hombre del largo abrigo de cuero”, fueron invitados al puente de mando, aunque allí, el ruido acompasado del motor era muy fuerte y había impenitentes escamas pegadas en los cristales. Observaban en silencio, pues el patrón seguía sumido en su mudez, los sofisticados instrumentos de a bordo, monitores, navegador por satélite, sondas, etc., y sobre todo, aquel volante de madera que tenía, lo que ellos creían manillares hacia fuera, y como el patrón las utilizaba para “guiar” el barco, después les explicó, porque con ellos sí que habló, que se llamaban cabillas. Sé que al día siguiente, coincidieron en otro lugar y recomendó a la niña que escribiera sobre aquella aventura marítima.

Esperaron a que embarcaran a la Santa y se apostaron en el orden correspondiente para la procesión por mar; quedaba establecida por el tonelaje y el largo de eslora de las embarcaciones.

En la espera, se dispararon aromas a salitre y a gasoil; al aire que corría libremente entre ellos y entraba hiriente por la nariz, llegaba en envites de pureza que el sentido olfativo y el cerebro no reconocían, y también olía a emoción contenida, a ese algo de temor a lo desconocido, a lo pequeños que parecían subidos en aquel barquito, que según solía decir el patrón con una de sus escasísimas sonrisas, que “del barco al cielo todo es barco”, así que todo eso era lo que podía cargar, luego..., no era tan pequeño.

A esas emociones que se percibían en el aire, se sumaban la pólvora de los ruidosos cohetes, las sirenas y la música de las picayas tocando la pandereta en la baranda de estribor, donde embarcó este año la Virgen de la Barquera; mezclaban sus lazos azules y blancos con los mismos colores del agua y el cielo; el conjunto llenaba de una complicidad emocionada.

Aquella procesión flotante aparecía como un arco iris colorista y las estelas que formaban los barcos en su camino, se sobreponían unas sobre otras, moviendo a las demás embarcaciones, cercanas entre sí, debido a la estrechez del canal de salida. Observó que algunos barcos andaban cerca de zozobrar, los pasajeros se agolpaban al lado donde se podía ver mejor el navío que llevaba abordo la imagen de la Virgen marinera.
 
Continuará...
 
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
13-V-2012

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias, nos has emocionado y hemos leido tu narración con mucha atención y nos parecia estar en el barco oyendo la maquina y el mar.

Anónimo dijo...

Gracias E-J. Soís tan buenas personas que solamente se os puede querer.
Abrazo. Lines