sábado, 12 de mayo de 2012

EL CESTO MÁGICO.


Le vi inmediatamente, su color claro emanaba la luz necesaria para resaltar. Estaba sobre el alfeizar interior de una de las ventanas.

Era un cesto confeccionado de una pieza, tenía en abertal una gran boca de donde nacía un asa fija; esbozaba una sonrisa inmensa y perenne. Fue vaciado de un ancho tocón, un tronco con la deformidad suficiente para proporcionar una línea en forma de suave ola, delicada y eternamente anillada de vejez.

Todo era mágico allí.

De una pequeña maceta salían hojas enormes, un mantel de verdor se extendía por el alargado ventanal donde reposaba. Sobrecogía su poder, su hambre de luz y espacio para sobrevivir. En la tierra donde se sustentaba, aparecían por arte de magia, piedras -quizá filosofales-, fósiles y la cáscara rayada de un molusco, un virigüetu...

Las flores de otra planta, eran faroles apócrifos. Nuestros ojos quedaban pegados a aquella luz de colores naturales, se reflejaba en espejos múltiples de imágenes inextinguibles. La posición hacia abajo de estas flores-farol, quedaba a merced de los insectos que si cotilleaban, conseguirían su premio en polen; mira si era mágico el lugar, que el cotilleo podría ser recompensado...

Me preguntaba cuantos tiempos había pervivido en esta tierra el árbol del que procedía el cesto y, si supuso que tras su muerte, sería transporte y correo. Sí, cargaría manzanas aquel otoño o, las nueces y castañas que se almacenarían, como hace miles de años para sobrevivir en invierno y proporcionar el yodo necesario...

O, si era mágico realmente, como decían mis amigos, se llenaría de sensaciones. Podría almacenar en su insaciable barriga, los sentimientos de cada uno de nosotros que llegados con variadas necesidades, salieran plenos de satisfacción, porque, si he de ser sincera, todos pretendíamos un poco de cambio mágico en aquella casa y compañía tan especial.

Quise creer que estaba lleno de paz, esa que proporciona el normalizar las situaciones pendientes, del fin del deambular de conciencias y pretensiones de cambiar... ¿Cambiar? Quizá tuviera esa solución.

Volví a rebuscar en la tripa de aquel cesto mágico.

Encontré la alegría y la comprensión para con los míos y decidí que debo de pedir-me menos y dar-les más... cancha a todas nuestras vidas, y juzgarme menos, pues, las cosas son como son y están como están, por razones inamovibles...

Pedí aliviarme de la sordera que hacía prevalecer sobre cualquiera de sus opiniones y así, justificar mis decisiones o aún peor, las responsabilidades que me achaco. ¡Qué injusto para con ellos! Y sin embargo, cuan comprensiva soy con los demás para defender, incluso, in artículos mortis, lo externo e inestable de sus vidas..., que, como tiene la suerte de verbalizarlo, es más asimilable.

Busqué el porqué de tantas sensaciones, del mar y del aire, de la soledad buscada, de la reflexión y del poema que escribo sin pedirlo, sin vivirlo, sin nada... “Quizá escribo de oído”.

Busqué sin querer..., busqué queriendo...

Busqué comprender y, los recursos o la manera de inventarlos.

Busqué agradecer la posibilidad de captar lo positivo...

Podría descargar en él tantos lastres sensitivos que llenarían un almacén y una era, y que hoy, supe que caben perfectamente en aquel cesto mágico..., tan pequeña soy con mis circunstancias, que sobraría espacio para mis reales cenizas...

Su trayecto, como el mío, como el de todos, estuvo lleno de decisiones ya tomadas e inamovibles, nadie puede morir más que una vez y debe ser así, debe ser, debe..., ¡no debemos nada, no pagamos nada!, es sencillamente, incuestionable. Las recompensas son inexistentes, sencillamente, hay que ¡vivir!

Ese cesto mágico me dijo que alguien nos engañó, quisieron hacernos creer dioses y no fue así; somos un dechado de frutos secos que nacemos, maduramos y después, nos llevan, traen o almacenan, nada más y nada menos.

Quizá, al igual que el tronco que ahora es cesto, nos convirtamos en mantillo o en transporte y que tampoco acaba la falta de vida; hay también un mas allá, posiblemente, mágica y sonriente.

...Había una vez un cesto mágico...

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
11-V-2012

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