El frío le sobrecogía. Estaba tapado por entero, aún así, el temblor se hacía dueño de todo su cuerpo. Y dudaba de que fuera el movimiento del motor quien lo movía.
Temía levantarse a abrir la puerta para salir de allí, tan solo de pensarlo se encogía y de nuevo se arrebujaba escalofriado.
Tendrían que sacarle de allí a la fuerza, aunque su piel estuviera pegada al hueso, la debilidad le acuciara y sus ojos estuvieran hundidos.
No quería plantearse marchar. Si lo hacía, pasaría al lado contrario, al espejismo del vaho, a la luz y el calor de las llamas. No sobreviviría.
Prefería morir antes que intentar semejante aventura.
Estaba en las últimas, lo presentía y tenía un olor irreconocible, ácido, fuerte, se daba asco a sí mismo..., había cardenillo en la esquina, esa humedad acabaría definitivamente con él...
¡Andrés, tráeme el pollo de la nevera, está envuelto con papel de aluminio!, ya tiene demasiado tiempo, se va a quedar momificado...
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
1-II-2012
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