Inesperadamente, le dijeron que era una buena persona.
Se impresionó de tal manera que casi lloró.
El corazón se le salía del pecho.
Enmudeció y creyó marearse.
Su alma huía despavorida hacia lo alto, tan deprisa como salió de la plaza del mercado hacia su casa, necesitaba calmarse; no lo esperaba, le resultaba inmerecido y no sabía el porqué de aquel título.
Los piropos y los halagos siempre le parecieron caducos, incluso, exagerados, es más, son poco importantes pues, el humano, se habitúa en el mismo número de días a lo bello que a lo feo; sin embargo, esas dos palabras, “buena persona”, permanecieron prendidas en su corazón.
¡Dioses!, a cuanto le comprometían esas pocas sílabas.
Es el único halago que se ha de compartir y multiplicar incesantemente, pues, no pertenece a quien le es otorgado.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
3-II-2012
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