viernes, 30 de diciembre de 2011

GENEROSIDAD EXTREMA


Apenas le conocía, pero sus raíces estaban en mi pueblo, y sus padres siempre fueron mis amigos. Era uno de los nueve hijos de un guardia civil casado en Caviedes. Le saludé hace pocos años en la fiesta de San Antonio en el Monte Corona, y supe entonces que trabajaba como médico cirujano en un hospital de Barcelona. Se había casado con una chica de Torrelavega, y tenía dos hijos.

Algún tiempo después me enteré que José Carlos Espinosa Cofiño había enfermado. Como siempre que se habla de cáncer, las palabras se tornan susurros, y las preguntas buscan retorcidos caminos para no rozar heridas que provoquen sufrimientos…

Mal… Está mal… Pero seguía viviendo.

Hace un puñado de días me dijeron que a sus cuarenta y un años le traían a morir a Torrelavega donde viven sus padres.

Isidoro Gil, un cura natural de nuestro pueblo, ofició el emotivo funeral, tras el cual hablé con tíos y primos de José Carlos. Supe entonces de la serenidad de su muerte. Había hablado por separado con cada uno de sus familiares: Su esposa, padres, hermanos, primos… Les rogó encarecidamente que aunque ya no estuviera él, tenían que celebrar como siempre las fiestas de Navidad y Reyes que se acercaban, para no privar por su causa a los niños de la familia de días tan entrañables… 

Pero lo realmente increíble fue cuando me contaron que no consintió que los médicos le sedaran a pesar de los dolores. Y quiso tenerlos cuanto más tiempo a su lado para ir contándoles las sensaciones de su cuerpo hasta que la muerte le llegara. Para que tomaran notas que les sirvieran para curar o al menos ayudar a otros semejantes en el futuro, les fue diciendo los calambres que notaba en sus piernas, el lugar exacto e intensidad de sus dolores, los adormecimientos de sus músculos…

Si es verdad que hay un cielo, José Carlos esperará a los suyos en un lugar privilegiado para él. Mientras tanto, descanse en paz quien, al menos los últimos días de su vida, los ofreció para el bien de sus semejantes.

Jesús González González ©
Diciembre 2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

Comparti con el ocho años en Barcelona y te aseguro que no habia leido nada comparable a esto, lo has clavado, estoy de acuerdo en todo, he llorado al leerlo pero de satisfacción, y orgullo por haberle conocido.

Montse