miércoles, 26 de octubre de 2011

22 DE OCTUBRE


Cuando llegué ya estaban allí los que iban a ser nuestros amigos de Oviedo. Cuarenta, nada menos. Como siempre, y como en todas partes, muchas más mujeres que hombres. Ni que estuviéramos en guerra, y el maldito enemigo hubiera liquidado la “florinata” (flor y nata,) del elemento masculino.

O a lo mejor es que hay muchas más féminas, vete tú a saber, que yo de estadística ando muy nulo. Si es esto, necesitaríamos una ley islámica que nos permitiera tener varias mujeres. No por nosotros, sino por ellas, para que no tuviera alguna que irse al otro mundo sin saber lo que era la gracia del “espíritu santo”.

Allí, donde nace el espigón que defiende la entrada al puerto de mar, María explicaba a los ovetenses, bajo la presión de una preocupación acumulada a lo largo de toda la semana, para que la “cosa” saliera bien. ¡Tranquila muchacha! Que generalmente, aquí todo sale bien. ¿Lo ves? Aquí leyó María, (la otra María,) la del Taller de escritura, y lo hizo como Dios manda. Después leyó Lali, y no lo hizo mejor que María por que mejor no se puede, pero se puso a su misma altura Ya, ya lo ví, María, ( ahora la otra, la bibliotecaria,) que después que la cosa empezó a ir bien, empezaste también tú a relajarte.

Creo que fue entonces cuando me fijé en ella, en la de la melena caoba que estaba mandando hablar más bajo a alguna de sus “bibliadas”. ¿Se dice así? ¿Cómo se nos llama a los que acudimos a las bibliotecas? Bueno, como se nos llame. El caso es que entonces supuse que aquella dama era la bibliotecaria ovetense, y no me equivoqué. No me equivoqué por ningún tipo de listeza mía, sino porque las bibliotecarias tienen “un nosequé”, que se las conoce al instante. Sobre todo cuando se ”rutaliteriorea”, que van siempre diciéndoles a los demás lo que deben hacer. Y también lo que no deben. Y en este caso era Chelo la que llevaba la voz cantante (quiero decir, “mandante”.)

Aquí me di cuenta de porqué a los mayores, a los muy mayores, se nos llama “carrozas”: Tuve que llevar el coche para hacer sin cansarme toda la ruta. Mi mujer y yo éramos los abuelos de la expedición, y teníamos eso, que viajábamos en carroza. Nos acompañó Angelita, pero lo de ella no era acumulación de años en todos los huesos del esqueleto; simplemente era falta de engrase en las bielas.

Después hicimos un alto en el Santuario de la Virgen donde leyó otra melena caoba: Flor. Mientras leía, y con disimulo, yo le soplé la melena porque me había dicho María que esta muchacha era tan sensible, que lloraba hasta cuando se la soplaba. Pues no lloró. O no se enteró del soplo, tendré que repetir en cualquier otra ocasión.

Paramos en el Faro. Allí no leyó nadie, ni falta que hacía. ¿Habrá más hermoso poema que contemplar la panorámica desde semejante lugar? ¿Ha visto alguien un “soñadero” con más ensueño que este? Aquí se llega, se toma posición mirando a mar abierto, y sueña lo que te de la gana allende los mares, que a poco despejada que tengas la masa encefálica, se te reflejaran en ella bergantines de hermoso velamen, y todo cuanto quieras añadirle. Los de Oviedo, aquí tuvieron que “flipar”, como se dice ahora. Porque lugares maravillosos como este hay pocos, y además el día se alió con nosotros para embellecerlo todo, y lo consiguió.

Llegamos a la Atalaya. Junto a las ruinas de aquél vericueto, Foncho nos deleitó con uno de sus más entrañables poemas: “Atalaya, atalayero…” Sí, aquel que habla de la moza que a por leña iba a Santillán. Nuestros compañeros de Oviedo cuando supieron que era el propio poeta quien leía, aguzaban la oreja como si escucharan música celestial, pero al tiempo estiraban el “piscuezo” para seguir viendo un litoral infinito, y tanto interés ponían en lo uno y en lo otro, que me dije para mis adentros que estas tías y estos tíos “carbayones” , eran gente maja, de… (Aquí, algo que rimara bien.)

Amparo fue la que leyó en la Guía. Amparo lee en San Vicente, lee en Comillas, y lee donde haga falta leer, que para eso es del Club de Lectura aquí, y enamorada del Cancio de allí. Más adelante lo hizo Lines, relatándonos la historia del Cúlebre. No se lo digáis a nadie, pero yo tengo mis dudas de si esa historia del Cúlebre salió de algún sitio concreto, o salió de la mollera de esta muchacha que tiene una imaginación que es capaz de escribir una novela por entregas, (los jóvenes seguro que no sabéis lo que quiere decir “por entregas”), y mantener el interés hasta el último capítulo. Que Lines es mucha Lines.

En el Puente Nuevo leyó Luz. No se como pudo Luz mantener el tipo, pues aquello no fue leer un poco. Fue darnos todo un recital literario. Como sería de largo, que mientras leía, a mi me dio tiempo de mirar el nuevo parking, y de rememorar cuantas cosas se han dicho y se dicen de él. Primero se dijo que aquello era un “pegote monstruoso” en el corazón del pueblo, pero yo siempre defendí que iba a ser mucho menos de lo que la gente se imaginaba. Y así fue. Dentro de lo que es su estructura, creo que más discreto no puede ser. Se dijo que el día que funcione, el cruce será un lugar de atascos permanentes, y eso, todavía está por ver. Lo más grave viene ahora. La prensa ha comentado que se peatonizarán algunas calles del pueblo, y la gente pone el grito en el cielo diciendo que eso es para obligar a que los vecinos aparquen y dejen sus dineros en un parking que, según el vulgo costó una millonada, y ahora el ayuntamiento quiere que lo paguemos entre todos. A mi me parece que la cabeza se nos ha calentado demasiado con tanto sol como hemos tenido este otoño, y que estamos hablando más de lo que sabemos. Algunos ya están calculando que si al hacer sus compras, han de cargar con las bolsas en las manos, o pagar algún tipo de ola por acercar el coche al comercio, les será más cómodo comprar en Cabezón, o si no en Unquera, que está más cerca. Espero que para entonces llegue el frío del invierno y se nos apaguen tantos humos como tenemos. Pero de momento, lo que flota en el ambiente son estos temas…

Luís leyó en el Castillo. Fue una satisfacción poder mostrarles a los ovetenses el Castillo por dentro. Y fue al mismo tiempo una propaganda barata del pueblo, porque desde allí hicieron cientos de fotos que verán medio Oviedo. Aquí hago un inciso para dejar caer una vieja idea, con la esperanza de que el concejal de cultura la lea y la medite… ¿No podíamos los vecinos del pueblo tener acceso gratuito al Castillo, como lo tenemos por ejemplo a la playa? Es que… Hay veces que me apetece subir solo por contemplar el panorama. O para volver a ver con calma las exposiciones colgadas. ¡Y coño,! Si cada vez hay que pagar… Yo soy de los que piensan que la cultura debe ser facilitada y gratuita. ¿Qué os parece a vosotros?

Me tocó leer en la iglesia. A mi, leer en público me acojona. Menos mal que fue corto, pues de otro modo, con la preocupación por hacerlo bien, se me amontonan las letras, y se me jode el invento.

Mientras bajamos al Convento, es decir, mientras nos situamos en las proximidades del Convento, siguió calentado el sol. Menos mal que bajé en “carroza”, quiero decir, en coche, que para hacerlo a pié, y con mis años a cuestas, hubiera sido demasiado. Allí leyó Nieves para hablarles a los de Oviedo de las ruinas de un convento que tuvieron que imaginar. ¡Que pena no poder mostrarles esta joya! Menos mal que seguidamente le tocó leer a Laura, y les habló del Puente de la Maza que tenían delante de sus mismísimos morros.

En la playa les habló María la “biblio”, y yo vi como algunos se quedaban con la boca abierta. No se muy bien, ni muy mal, si la abrían escuchando a María, o admirando la inmensidad de la playa. Pero si se, porque lo escuché con mis propios oídos, que algunos tomaban nota para venir algún día del próximo verano a disfrutar de la playa pejina. Finalmente habló el Concejal de Cultura que también nos acompañaba. Les hizo notar que hasta la punta de Cabo Oyambre tenían unos cuatro kilómetros de la arena más fina que pudieran imaginarse, que había olas grandes y pequeñas y que el pueblo poseía también un Tostadero sin olas, para bronceado acelerado, donde sin necesidad de gastar una perra gorda, podían ponerse todas negras como chorizos, en menos tiempo que canta un gallo.

De allí, al comedor. Un “Cocido Montañés” que entró a todos más que bien, pues aunque no era plato para un día de calor como aquél, el estómago vacío de la hora avanzada le recibió dando palmadas de alegría. Una charla animada de convivencia recibió el segundo plato de carne en salsa rubia, y tras los postres intercambios de regalos, de sonrisas y de abrazos.(En esto son especialistas Flor y Nieves) ¿Se puede pedir más por tan poco dinero? Pienso yo que las capitanas, es decir, las bibliotecarias de Oviedo y de San Vicente, quedaron satisfechas de cuanto organizaron. Nosotros también. Tan satisfechos quedamos que estamos deseando devolverles la visita, entre otras cosas, para darles un abrazo.

Jesús González González ©
Octubre 2011

1 comentario:

Anónimo dijo...

Día maravilloso,
hasta el tiempo
nos quiso acompañar,
y nadie mejor que tú,
para esta ruta narrar
pues con tu escritos
das alegria,diviertes
y llenas de gozo
es una suerte tener
un abuelo tan marchoso
Besitos.