sábado, 10 de septiembre de 2011

ADAM ROIZ Y GUIOMAR DÍAZ


La exposición de pintura se extiende a las dos salas de la Torre del Preboste, repartidas para una pareja de artistas.

En el primer piso expone el pintor barquereño Adam Roiz, estudió en la Escuela de Bellas Artes de Cuenca.

El cartel anunciador de ambos artistas, es original y sorprendente, un pequeño pasquín prácticamente en negro, con la fecha límite, 13-IX-2011 y la palabra “EXPOSICIÓN”; en la parte baja izquierda aparecen los horarios y a la derecha, la imagen en positivo de un mínimo personaje asomado a una ventana; sitúa el local pero ayudándose de otro y deja la sala de exposiciones en el anonimato. Nada más porque, lo que hay que ver está en lo alto de la Torre del Preboste, rodeado de sensaciones y paisajes, de historia, arte y de murallas que se abren a la figuración y a la fantasía, donde estas mentes instruidas, ordenan a los pinceles el camino del arte, a rebosar de sentimiento y reflexión, intuitivos e inspirados.

Adam expone en sus telas el arte figurativo y abstracto, en arte mixto de óleo y acrílico, puede introducir, entre otras materias, el lapicero. Es el arte pseudo imaginativo y emplea la paradoja en esos trazos y pinturas, analogías y, o la superposición de imágenes que llevan a la comprensión y al razonamiento, porque en realidad, está dentro de cada cual, Adam simplemente, le da una interpretación pictórica, la vista de la realidad, casi bruscamente, sentimientos fuertes, vitales y que son razonados en trazos y colores, definidos en formas y pigmentos enérgicos. Esas imágenes cercan la mente de una manera especial, pero, es necesario que el artista nos indique referencias para poder disfrutarlos y hacer nuestra propia interpretación. Cuando la respuesta del pintor llega a nosotros, los cuadros toman vida y fuerza, explican muchos de sus trazos y que los originó

Es notable uno de los cuadros sobre el cataclismo de un terremoto destructivo, el fuego, el agua, la muerte…Ante nuestros ojos, aparece el tsunami que apaga el fuego y se lleva por delante lo que queda en pie, y a la vez, limpia las huellas destructivas con más destrucción.

Explica que un desastre ampara el siguiente y a su vez, finiquita las ruinas. Asola. Completa la hecatombe y el espectador se abate impotente ante ese desequilibrio, llevado a un equilibrio infernal y destructivo.

Enseña su visión del estío desde el punto de vista del trabajador hostelero. Se ve un gran toro afeitado esperando en el coso; en la arena del ruedo está cubierta de bañistas y los burladeros están a punto de rebosar por el agua del mar. Quizá intente definir el ahogo que produce la marea de gente aglomerada en los horarios y las salidas playeras, las horas punta para la comida o el afán por remediar su sed, sin permitir ni permitirse ese descanso que quieren retener, pues se traen con ellos todo el estrés que pretendían dejar atrás. La imagen de la sagrada familia en primer plano, descarga de la presión que se absorbe en esa inundación inminente en la plaza de toros. Digno ejemplo del arte imaginativo, independizado en la psíque, puro, sin cortapisas aunque, con una cierta lógica, en busca de la coherencia, carente en algunos estamentos o la irracionalidad del consumismo y en el casi inexcusable camino de convertirnos en rebaño.

Los retratos dejan al descubierto fotografías desechadas y movidas, las hace aparecer como la futurible vejez, repudiada y a la vez necesitada, pues sin ella no habría forma de dolerse de esa situación.

Paradojas, siempre paradojas que sustraen la tranquilidad, que suman reflexión sellada con ese colorido, sentimientos o estados de ánimo.

La firma no aparece en sus telas, sin embargo suele plasmarla en los laterales de los lienzos.

Adam Ruiz, el hombre que si le molestan los zapatos, se los puede quitar con toda la naturalidad, lleno de sencillez y de intimismo, educado y respetuoso consigo mismo y con los demás; nadie se molestó por ello. El gesto del barquereño es comparable a la del budista descalzo y tampoco nos ofendería, pues buscan el beneficioso y directo contacto con la madre tierra, ese apoyo natural que parece olvidado.

En el segundo piso de la Torre del Preboste, muestra sus obras Guiomar
Díaz.

Estudió en la Escuela de Bellas artes de Cuenca. Su arte se desarrolla en varias mixturas; desde el retrato realista, casi fotográfico que completa en caricaturas corporales en tinta china, a veces, con toques humanoides o mitológicos; collages inapreciables o simplemente, con series de dibujos que representan las ideas aún latentes en la sociedad, es una sorpresa de imaginación y poderío con los pinceles.

Algunas de sus obras están cosidas sobre pliegos superpuestos de papel cebolla; consiguen ellos, un sorprendente efecto difuminado. La profundidad está conseguida de una forma curiosa; en los trazos que lo necesitan, cose el pliego trasero, origina una transparencia y logra el efecto y volumen adecuado. Clarifica el aspecto interno del cuerpo, intestinos, cerebros, pulmones; quizá quiera demostrar que somos un conjunto de lo menos estético o sanguinolento, de la sensibilidad pero, enmascarada por lo externo, por la piel, una maquinaria vital que todos poseemos; importará poco como se adorne el exterior.

Hay otro cuadro que sorprende, es una cabeza delimitada por trazos muy simples y firmes. Deja a la vista la maquinaria cerebral y el agrandamiento incontenible hacia lo mental, dejando atrás aspectos espirituales u oníricos. La imagen aparece como una melena encefálica protegida por aquella simple y leve línea, volcada hacia la espalda.

Quizá sea un peso a transportar en este mundo excesivamente práctico y materialista.

Se pueden ver retratos caricaturescos pero, representan la violencia, el silencio opresor y mil enfermedades sociales, aún enconadas y persistentes, a pesar de los pesares, en una sociedad que pretende ser equilibrada.

Podríamos describir como surrealista algunas de sus obras, por el dramatismo o por la expresión a través de las artes plásticas, creaciones que enriquecen y transforman los objetos que posiblemente, veamos con indiferencia. El hombre quiso imitar el caminar con una rueda, que no se parece en absoluto a los miembros inferiores, algo parecido ocurre con el surrealismo, traslada el escenario real con otra visión, desde el interior, tanto del artista como leyendo las huellas que dejan los sucesos e imágenes.

Guiomar Díaz muestra también, el abandono de nuestras existencias a las nuevas tecnologías y medios de comunicación, haciendo a los humanos dependientes y acomodados, olvidando incluso lo básico, la alimentación, el descanso o la pretensión de dejar nuestras decisiones, opiniones y responsabilidades, en manos de lo que indiquen estos medios o entidades de todo género. Pueda ser que estemos llevados del cansancio de un ajetreo insufrible en las vidas urbanas o estresantes.

Sus cuadros se apoyan sobre ligeras y usadas mesas, taburetes, caballetes o enmarcados en pequeños retratos, las hojas del blog donde fueron creadas sin retirar siquiera, los restos del papel del anillado. Quedan protegidas por un sencillo cristal y apoyadas sobre una ligera plancha.

Difumina, como buena surrealista, distorsiona la realidad, la colorea y deja sus impresiones; se necesita la atención total en la mirada del espectador, consigue en ellos el esfuerzo de cavilar y la atención; una vez absorbidos por la pintura, se pierde la noción sobre el resto del mundo.

Su firma apenas se distingue entre los trazos de las pinturas, es un divertido juego intentar localizarlas.

Guiomar, una artista que nos lleva de la mano a la reflexión de esta vida que nos toca vivir, a unos adelantos indigeridles por su cambio constante, a la transformación del necesario lirismo o espiritualidad que completa la existencia, en una mera aptitud práctica y consumista.

Guiomar Díaz, la sensatez de la vida porque mantiene el equilibrio entre lo práctico y lo anímico, demuestra y aplica los impulsos de sentimientos y realidad en un toque personal y sugestivo.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
Septiembre de 2011

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