miércoles, 15 de junio de 2011

EN GRIS OSCURO, CASI NEGRO.


El Cementerio estaba repleto de tumbas. Algunas tan antiguas, tan viejas, que aduras penas conservaban unas cruces desvencijadas de madera podrida. En torno a ellas crecían exuberantes ortigas, que hacían pensar que ni parientes lejanos que las cortaran quedaban ya en el pueblo. Fotos color sepia descolorido por el paso de los años parecían mendigar una mirada tras el sucio cristal que las protegía…

Había una docena escasa de lápidas de mármol blanco sobre las que el cincel del marmolista dejó gravados nombres y fechas que ya nadie leía, y salpicadas por aquí y por allá cruces de forja como fantasmas erguidos, portaban de forma indolente el aro de flores secas que algún pariente en su momento colocó frescas.

En un rincón del fondo, y medio escondido entre la maleza que el abandono del lugar permitía crecer allí, estaba el osario donde desde tiempos inmemorables se apilaban tibias y peronés. Había cráneos amarillentos sobre los que la humedad del lugar hacía crecer líquenes verdosos, y que podían servir de distracción, en ratos de aburrimiento, calculando la edad de cada muerto según el estado de las dentaduras.

El día anterior habían tañido lúgubremente las campanas en la torre de la iglesia, y dos horas más tarde el azadón del enterrador arrancó de un golpe tremendo el primer trozo de césped. Dos metros de largo por uno de ancho y metro y medio de profundidad eran su forma de cavar las tumbas.

La tarde destemplada y gris se tornó en lluvia torrencial cuando el féretro salía de la iglesia a hombros de parientes y amigos. Un muchacho alto y flaco al que al punto sirvió su nariz de grifo por donde goteaba el agua caída sobre su cabeza abrió la comitiva portando una cruz en alto. Tras la caja, el cura revestido de blanco y roquete entonaba salmos, mientras que de tiempo en tiempo introducía el hisopo en el acetre de cobre que un monaguillo le acercaba, para enviar gotas de agua bendita a mezclarse con la inmensidad de ellas que el cielo enviaba.

La multitud caminaba torpemente bajo los negros paraguas que vistos así, desde arriba, parecían una bandada de cuervos abalanzada sobre excrementos del suelo. Un murmullo apagado de charlas entrecortadas flotaba en aquel ambiente…

Habían forrado la caja por dentro de raso blanco con tulipanes en realce de la misma seda, y sobre una almohadilla, de torpe esponja disimulada bajo el forro, reposaba mi cabeza. Me amortajaron con un viejo traje y dudaron entre dos de las tres únicas corbatas que poseía, y me sirvió de auténtica satisfacción que al final se decidieran por la más alegre.

Ni una sola gota de agua penetraba en el interior del féretro, lo que me permitía gozar sin límites de mi último paseo. Era por supuesto mi primera muerte, y no tenía experiencia por lo que fui de asombro en asombro: me veía a mi mismo yacente, y para darle un sentido a algo que no terminaba de comprender, asocié aquél cuerpo sin vida a una crisálida de cuyo interior salió como si de una mariposa se tratase, toda la energía de mi ser, que fue capaz de ver y comprender cuanto a mi alrededor sucedía…

De sobra conocía yo el sentir de mis cercanos por lo que aproveché el camino de mi sepelio para fisgar en las mentes del resto de mis acompañantes, y no sufrí sorpresa alguna. La mayoría no estaba siguiendo más que la rutina de costumbre. “hoy por ti, mañana por mi.” “A sus años quisiera llegar yo…” Y sentencias como las anteriores repetían unos y otros mientras esperaban con impaciencia el final del acto para mojar la palabra ante un vaso de vino en la taberna del pueblo. Otros se miraban y hacían gestos de resignación. “Es ley de vida” “Antes o después, todos tenemos que pasar por ahí…” Y volvían corriendo a ocultarse bajo el paraguas porque un inesperado relámpago iluminó el ambiente.

Los vi atrás de todo, como un poco apartados de la multitud. Nunca sabrán ellos cuanto les agradecí a los miembros del Taller de Escritura y El Club de Lectura, que me acompañaran ese día. Bueno, después de todo tampoco era mucho lo que hacían teniendo en cuenta que sería la última vez que se molestaban por mí. Si, la última porque yo me encontraba tan a gusto, que ninguna intención tenía de reencarnarme en nada ni en nadie, caso de tener opción a ello.

También les agradecí que se tomaran la cosa un poco en serio, aunque no se, vislumbré una sonrisa en las caras de algunos, y supuse que a mi cuenta se contó un chiste sobre la marcha. Seguro que me hubiera reído de haber estado más atento. Después: “!Quién lo iba a decir!” “Así, tan deprisa, sin contar con ello…! “Pues mira, yo algo raro le encontraba. ¿No veis las cosas tan negativas que escribía últimamente?

Noté un fresco especial cuando con dos cordeles, y entre cuatro hombres pusieron el ataúd en el fondo de la fosa. Pero al instante me encantó aquel olor a tierra mojada que me trasportó a la infancia, y me dije que estaba en el mejor sitio del mundo para atrapar lombrices de tierra y escarabajos con los que salir las noches de luna clara a pescar en el regato cercano.

No se quien fue, pero del Taller, seguro. El caso es que agarró el mayor terrón que había, le besó y le lanzó a la tumba. Tan potente fue el golpe, que me desperté sobresaltado. Me había quedado dormido sobre el ordenador, pensando que nunca más había de escribir cosas que no fueran divertidas. ¡Y lo prometo!

J. González González ©.
Junio 2011

4 comentarios:

Anónimo dijo...

¡En fin!, te seguiré leyendo vayas donde vayas, te esperaré en los cielos o en los infiernos, y te contaré quien lanzará ese terrón gordo desde el otro barrio, para intentar despertarte, avisándote que allí se está muy bien, pero que donde pisa el buey, se está igualmente a gusto. También estoy deseando de contarte una cosilla respecto a la edad y la salud, ¡tengo unas ganas…!
Mira, esa escena es de lo más divertida y real (humor negro, pero humor). A la espera de encontrarte amigo. Lns.

Laura dijo...

Emulando al Jesulín describo lo que me ha parecido tu relato:
¡¡IM PRESIONANTE!!
Jesús, yo no se si los relatos más o menos tristes gustan a los lectores, pero todos sabemos que en la vida no todo son risas y que de vez en cuando el ánimo también decae. Digo yo que ¿por qué no se puede escribir sobre las cosas aunque no nos hagan reir?
Personalmente considero un gran desfogue el poder exteriorizar los sentimientos menos positivos que todo el mundo tiene.
Chico, por mi parte sigue escribiendo sobre lo que te apetezca en cada momento porque cualquiera que sea el tema que elijas lo haces estupendamente.
Esto no quiere decir que me guste verte decaido pero si en algún momento lo estás ..... aquí estamos los de Lectura y Escritura para que lo compartas con nosotros, y mientras lo vas escribiendo se irá diluyendo un poquitín la pena.
No olvidemos que la escritura es una de las terapias recomendadas por los especialistas para mejorar nuestra "psique".
P.D. Si lo de lanzar el terrón de tierra funciona, de ahora en adelante llevaré unos cuantos "morrillos" en el bolso cada vez que vaya a un entierro. ;) ;)

María dijo...

Leído, pero MUY triste!
María (biblioteca)

ANA dijo...

!Pero bueno! ¿ yo que te dije ? que no ... que no , que te quiero como hoy en " el club de lectura " contando chistes y riendo ¿ de acuerdo ? Como escrito genial , como siempre .
Te lanzo con todas mis fuerzas " un terrón " para que despiertes.