jueves, 23 de septiembre de 2010

COMER EN CASA DE UN POETA


Cuando el sol se recoge en lontananza,
el poeta recoge en fina malla
el rumor y lo envasa en caracolas.
Pincelada de Ramón Alzola Llamero.



Me han regalado una música increíble, un cantante que deja las notas de los boleros como agua remansada, una voz delicada acompañando sobradamente las letras; son canciones de amores, deseos, desengaños, castillos de ensueños, corazones amantes, alegres también a un ritmo rápido, recordando a las definiciones musicales de algún mercado persa -apetece moverse a ese compás, acompañándose del teclado-, instantes e ilusiones armoniosos, en un día convertido igualmente
en canción o poema.

Llegamos a la puerta de la casa, bajo una estrecha balconada, la entrada resultaba un poco oscura al entrar de una jornada clara y soleada, el contraste era más notorio; está flanqueada por otras viviendas, pero iluminada sobradamente por el balcón y los ventanales, liberadas de la oscuridad y aprisionamiento en sus laterales .

Cantidad de pinturas con diferentes motivos pictóricos, enmarcadas, en todas las paredes incluidas las de la escalera, arropan con sus coloridos. Quizá nos equivocamos y estamos en un museo variopinto.

Subidos al primer piso, uno de los comedores recogido entre vigas de madera a la vista, con el evidente alzado de sus tabiques hacia el tejado, a modo de conseguir más espacio, pequeño,
acogedor. Sentados ante una de las ventanas rectangulares, se divisa una buganvilla de tallo encortezado, sostenida por un tronco grueso y leñoso, con una explicación clarividente, es originaria de Canarias.

Se ahuecaba en su cárdeno brillar figurando el perfil de una fuente, pero en lugar de ser un homenaje al agua, esta sería a las flores, abriéndose lo que sería el principal surtidor hacia arriba y cayendo cada rama en dividido y acrobático ballet circular, con las flores externas en cada uno iluminadas por el sol. Parecen salidos de surtidores de diamante, iguales, imperturbables, perfectos. Siguen los boleros proporcionándome una especial ternura.

La mesa y sillas macizas, madera y más madera, adornos de antiguos aperos de las caballerías, bocados de los caballos, diversas terminaciones para amarrar las bridas, cadenas y espuelas; planchas de carbón, basculas de pesas, donde los platillos estaban intentando ser “fieles” a las dos cabezas de cisne en una sola dimensión, esperando peso y contrapeso, parecían la misma vida en espera de acontecimientos. Faroles en hierro y cristal, protegiendo tres velas, una de las pocas iluminaciones en las estancias de entonces, retratos con pequeñas fotos de familiares antiquísimas, botellas vetustas, aparadores con ese sello romántico de armarios recios, adornado con un espejo de aquellas “cómodas” de los dormitorios. Una guitarra se muestra como esquinera.

Saludamos al señor de la casa, pintor y poeta, entre otros de sus dones, amable y delicado, sin prisa, una definición casi rondando la caballerosidad de otros tiempos; hablamos de pintura y por
supuesto de poesía.

Los platos de una porcelana brillante, algunos ondeados o con pequeños grabados en pétalos de flor, los cubiertos lisos, fuertes, de diseño sencillo con la percepción de fineza, vasos de agua
grandes y con tenue color, copas de altura suficiente para albergar el tinto manjar, lisas transparentes, disminuyendo hasta la boca en la tulipa.

Un vino tinto, con toque afrutado y fresco, crianza de fácil bebida, sin asperezas, oloroso. Pudo influir en el calor a pesar de libar una tan solo, falta de costumbre, también es cierto según decían los abuelos, “las copas son como las bofetadas, depende de quien o como las sirvan”.

Este hombre de aspecto delicado, afable, decide de pronto regalarme uno de sus libros de poemas. Son sonetos, ¡bien!, acertó con las preferencias. Veo que esconde su mano cada poco en el bolsillo de su delantal, con delicadeza, parece buscar la paciencia en él.

Aquella mesa vestida con mantel de tela, servilletas sencillamente dobladas, rodeados de pucheros de varios materiales, desde el barro cocido, cobre o porcelana, marmitas… y la sorpresa de tener detrás como adorno y florero, un orinal antiguo de loza blanca, ocupando su vacío con plantas, sin dejar opción al mal gusto y sí, al buen olor decorando.

El pote asturiano llegó a la mesa donde dábamos cuenta de un paté de mejillones, resultaba a pesar de la sencillez en la confección que explicó, un delicioso entrante.

Quizá el calor aportado por ese plato, las calorías o el apetito, llevó a la necesidad de tener cercano un pañuelo; las gotas de transpiración salían de la parte baja de los ojos y nuca a borbotones, el resto del cuerpo estaba independizado de esta circunstancia. Quizá fueran toxinas eliminadas o el exceso de grasa portado, protestando y brotando por los rostros.

En tu pelo tengo yo el cielo, en tus brazos el calor del sol, en tus ojos tengo luz de luna… Oigo ahora la música de un alegre bolero, acentuando la rapidez y el ritmo, un ligero movimiento de
hombros sin querer, acompañando el sonido de un tecleo más rápido.

Llegó un plato de bacalao adornado con unos ligeros vegetales, la piel frita a parte, crujiente, distribuyó su gelatina en la boca, dejando una cierta pesadez pegadiza en los movimientos al masticar, agradable y suntuosa, delatando la gran calidad del pescado.

El comensal marinero de toda la vida, sibarita en extremo referente a la frescura o cocinado del pescado dijo no haber comido un bacalao tan bueno en la vida, ni siquiera en Portugal, grandes en ese arte de variar las recetas de este acuático animal, así como su conservación en salazón. Las patatas cocidas y una salsa suave, para eso, para acompañar nada más ese trozo hermoso del lomo, se abría en lascas al trocearlo para poder llevarlo a la boca, resbalaban unas sobre otras,
brillando como escarcha, el olor llenaba los sentidos y la habitación; quien lo viera lo desearía.

Nos regaló con un plato cárnico de callos a la asturiana, reconociendo que no es plato de mi gusto, por educación admití tomar algo. Nunca agradecí saber de los buenos modos en general; estaban
delicados, pequeñísimos, limpios de grasa, en una salsa ligera, por supuesto calóricos y conservando la temperatura adecuada en aquella cazuela de barro refinado. Un almuerzo diferente en muchos sentidos.

Remató la faena culinaria con sencillo y exquisito, flan de huevo casero, arroz con leche dulce, abundante, quizá este se debería tomar casi sin comer otra cosa, por la misma esplendidez en las raciones. Una infusión por supuesto caliente, ayudaría a eliminar más rápido la grasa de la ingesta calórica. No obstante, haciendo honor a la verdad, esta comida no resultó pesada ni acentuó la somnolencia, luego los productos utilizados son de calidad y naturales.

Seguimos encontrándonos como en la casa de los abuelos, silencio, fresco, ayudado por el aire acondicionado apenas destacando en aquella decoración de recuerdos; la lectura de soslayo casi a
escondidas, cada vez más impaciente por leer aquel libro poético obsequiado, estratégicamente en un lado de la mesa. Mil conversaciones en marcha, resulta difícil definir la sensación, hay un algo especial en aquel lugar, diferenciándole de otros comercios hosteleros.

Él gusta de llamarle “Casa de comidas” en lugar de restaurante, y sí, tiene esa percepción de cercanía al comensal, en ningún momento dejó la espontaneidad. Hablamos de un concurso de sonetos que organiza, ahora apoyado por el ayuntamiento de Peñamellera Baja, en la séptima edición, a un solo soneto. Un memorial a Bruno Alzola, su hijo fallecido, los participantes llegan de todo el orbe.

Domina el mundo del soneto, sus derivados y calificaciones varias, admite que la prosa no es su fuerte pero la practica.

El ambiente allí es incomparable, lugar y personaje diligente pero sin agobio al atender al cliente, regalando tranquilidad, silencio, rincón apropiado para ser quizá, una especie de “Café Gijón”, en sobremesas literarias o de mera complacencia en conversaciones distendidas, con voces apenas audibles, sin gritos, donde este señor del soneto se desenvuelve pacíficamente, desde luego que intentará hacer su negocio pero, desde una realidad poética en este mundo tan impaciente. Hasta el nombre dado es relativo a ese entorno rico en naturaleza. “La Sauceda”, el único en la zona.

Por debajo de la mesa… y bebo sorbo a sorbo tu mirada angelical y respiro de tu boca, esa flor…, la letra del bolero responde al momento que podría darse allí, un lugar para cualquier circunstancia, apaciguado y sensorial.

Siempre reconoce el trabajo de la esposa, mujer que gusta de la cocina y sus vericuetos, original y a la vez sencillamente, con toque de la famosa “Nueva Cocina”, eso que suena tan chic y delicado
en francés, “Nouvelle Cuicine”, pero sin perder la tradición de la comida asturiana, de eso doy fe.

Lirismo en platos naturales nacidos de la tierra, servidos lánguidamente pero con eficacia y a su tiempo, medidas en raciones “multisilábicas”, estrofas de regustos, versos endulzados en postres
categóricos, sonetos de licores escuetos y sabrosos, en donde la prosa poética inunda de recuerdos el comedor, lleno de poesía libre y bien encuadrada, reflejada en todo el entorno de rimas imperceptibles, pero a un ritmo que pertenece al lugar, sueños románticos de arboledas, jardines, huertas, montañas, amores y también, el roce de la vida escapando de todo aquello, asimilando con tristeza inacabable una realidad dañina, sobreviviendo a ese abatimiento activamente y con ánimo.

Su libro de 30 sonetos finaliza con uno indicándolo, desarrollados y calificados en múltiples definiciones u originales estilos. Desde el isabelino, añadiendo entre paréntesis tercetos que hubieran aportado más claridad aún, con estrambotes, estróficos o clásicos, en un delicado paso por medidas y versos sensibles, con el justo lirismo y realidad a cuestas. Está prologado por Cecilio F.

Testón, Cronista Oficial de Peñamellera, pues así quiso el alcalde denominarle en su momento, sin apellidos, para toda la zona. Personaje estudioso y que revierte al lugar y sus gentes, letras idílicas, telúricas, historia, naturaleza, sus lugareños, todo ese entorno, todas las emociones emanadas por cronista y protagonistas en tiempo y lugar.

Justo a nuestra espalda, alguien hablaba de escritos y de una palabra en concreto, “insaculación”, le parecía aberrante, indecente, casi profananadora, con lo sencillo de otros vocablos para definir un sorteo…; por mis adentros estaba de acuerdo con la persona en concreto, obvié esta ajena conversación y posé mis ojos sobre los sonetos, después de ojear aquellos vacíos platillos de pesas y vivencias, la balanza de la existencia, a mi espalda… o conmigo. Decía el primero: Fue la noche más triste de mi vida, entonces tú te fuiste,- me revuelve tu ausencia y tal vez siempre recuerde- el momento crucial de tu partida….

Retiró en ese momento del mantel con un inoxidable y brillante recogedor, las migas con habilidad, cuidadoso, eficaz, directas al depósito enrollado sobre sí mismo; dejó sobre la mesa con
un esbozo de sonrisa aquella infusión, - había notado mis necesidades al sentarme a la mesa y dejó atrás lo que él sabía me perjudicaba, -detallista asimismo-; nos despedimos saldando lo bien recibido, sin seriedad, -gesto grave tan usual en todos los clientes al sufragar la cuenta-, quedamos en volver a vernos.

No podía esperarse menos de este señor, alzó mi mano delicada y gentilmente, a la altura de sus labios, un gesto casi olvidado en estos tiempos acelerados y saliendo, dejamos atrás la convicción de haber estado en un lugar ajeno a este mundo, en casa de los abuelos o solazándonos a la sombra de un espeso peral de invierno.

Recorrimos en paseo toda la pequeña población, casonas grandes casi desabitadas, de estilo barroco o arquitectura indiana, frutales desgajados por temporales o agredidos por enredaderas
invasoras, dejaron tan solo una rama fructífera, avellanos, zarzales, espinos, muros colocados piedra sobre piedra, sin argamasa de ningún tipo, un camino en sombra y natural, a pesar de estar el suelo revocado en cemento. Se ven muchas fuentes en este lugar.

Retornamos el recorrido hacia el pequeño parque y aparcamiento, tiene una fontana y lavadero, comunitario por aquellos entonces, indicaciones en un cartel y mapas sobre su saucedal, convertido en Monumento Natural y la zona de los ríos Cares-Deva; cruzamos la calzada hasta la iglesia recién remozada, pareja su entrada a la ruta hacia el bosque, barroca con espadaña de dos arcos, pórtico abierto y detrás un pequeño prado, por las dimensiones podría haber sido bolera. Nos lleva el camino hacia una casona donde se hacen quesos de leche de cabra.

Allí se vislumbra varios tocones de enormes raíces, están esculpidas en ellas aprovechando la forma caprichosa, imágenes de mujer, manos y en otra más lejana, un oso levantado aprisionando con su zarpa un pescado, por las dimensiones quizá un salmón.

Nos reciben las mieses del maíz, colgándoles el mechón de todas las panojas, esa especie de cabellera arrubiada o pelirroja, saliendo de su parte mas cerrada y estrecha, -a los chicos pelirrojos los abuelos les llaman “panojos”-, la tentación primera es arrancar unos pocos y colocarlos en la nariz a manera de mostacho, haciendo sobresalir el labio superior para sujetarlo, en tiempos infantiles se utilizaba para teatralizar algún juego. Esa misma en infusión es muy recurrida por sus efectos diuréticos.

Al doblar una de sus curvas nos dimos de boca al camposanto, los acompañantes la definieron como “la última senda”. A la derecha estaba la entrada al saucedal, lugar al que desistimos acceder por carecer del calzado y vestimenta adecuados, ansié pasar aquel camino que se perdía al interior, nos volvimos con la boca hecha agua, será una deuda a cumplimentar en el futuro.

Un día completo con alguna casualidad, por ejemplo el día de edición del libro regalado coincide con el cumpleaños de uno de nosotros; poetas, cronistas y pintores, virtuosa comida, mejor trato si cabe, lugar carente de almanaque, las montañas y bosques, conservando una apariencia casi originaria, a pesar de este desarrollo que acucia.

Volveremos de nuevo, un lugar a repetir dentro de un entorno bucólico, natural, silencioso, pacifico…

Llegamos a casa acompañados de la luna, luciendo su belleza en creciente desde casi todo día, la marea viva llenaba por completo las zonas de las rías, le faltaba poco para salirse de los márgenes, creo que pretendía unirse a la festividad de la Barquera, entrar y disfrutar de estos días con nosotros, recordándonos su poderío y darnos un paisaje envolvente, un abrazo poético de mar en calma.


Y la herida que lleva tu costado,
limpiarás con el agua de la fuente,
prosiguiendo sin pausa tu camino.
R. Sánchez O.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-Buelles
8 de septiembre de 2010

No hay comentarios: