domingo, 15 de agosto de 2010

LA DIGNIDAD

¿Recordáis por ventura el significado de esta palabra? La pregunta es a vosotros, los mayores, porque supongo que los jóvenes en su inmensa mayoría, la desconocen. Y para ellos, para quienes no la conozcan, quiero explicar que: Dignidad es la calidad de digno. Digno, hablando de las personas, era aquél que poseía gravedad y decoro en su comportamiento. Es decir, tenía grandeza e importancia de espíritu. Poseía compostura, seriedad y circunspección en palabras y acciones.

Mucho me temo que “dignidad” es otra palabra llamada a extinguirse por innecesaria, por eso hablé en tiempo pasado de su definición. Pero os juro que yo nací todavía con tiempo suficiente para conocer personas que fueron dignas de respeto. Esas personas fueron algo así como los continuadores de los antiguos patriarcas, dando ejemplo de rectitud de vida con su proceder, y bastando únicamente su palabra para dar a cuanto decían el valor de acta notarial.

Pero la dignidad empezó a perderse hace muchos años. Yo trabajé toda mi vida en Nestlé, esa multinacional dedicada al ramo de la alimentación, y durante muchos años fui en ella “inspector de radio lechero”.Los inspectores éramos el lazo de unión entre los ganaderos que nos vendían la leche de sus vacas y la fábrica transformadora. Escuchábamos sus peticiones y sus quejas, les recomendábamos opciones para una producción más rentable, y vigilábamos al mismo tiempo las posibles adulteraciones del producto que nos vendían.

Tenía yo veinticinco o veintiséis años cuando Juan Balart, un catalán que fue por aquél entonces mi jefe, me hizo reflexionar por vez primera sobre la dignidad humana. Charlábamos ambos en su despacho cuando recibió la visita de un ganadero que llegó cargado de razones a protestar por una sanción que se le puso en su paga mensual por leche adulterada. El ganadero juró y perjuró que no había puesto agua en la leche, pero el resultado de varias de sus muestras analizadas decía todo lo contario.

- Yo no pongo jamás agua a la leche, porque mi dignidad no me lo permite.

La respuesta de Balart fue a bocajarro:

- Señor, actualmente las dignidades van muy baratas, y la leche a dos pesetas el litro.

Conocí creo, a uno de aquellos hombres poseedores de dignidad póstuma. Lo digo así porque pienso que él la mantenía aún cuando ya los educadores dejaban de inculcarla en sus educados. Fue para nosotros, (hablo como empresa,) el encargado de recoger y medir todos los días la leche vendida por los ganaderos de un pueblo. Le visité una mañana en la puerta de su establo cuando aún no había llegado ningún otro ganadero, y tomé una muestra de la leche que había en una de aquellas grandes ollas que irían más tarde a la fábrica. Era la leche de sus vacas. Luego, a medida que iban llegando los demás, hice lo mismo. Cuando todos se fueron y yo me disponía machar, en hombre me dijo:

-La muestra que tomaste de mi leche, lleva agua. Se que me quitaréis de ser recogedor de la gente del pueblo, lo veo justo. Estoy pasando ahora mismo la vergüenza más grande de mi vida, pero a pesar de lo que hice, quiero pedirte un favor.

-Tu dirás.

-Para mi es humillante que la gente se entere de esto. No sabes lo que te agradecería que en el momento que sepas algo de lo que la empresa decide sobre mí, me lo comuniques a nivel personal para yo decir en el pueblo que dejo de recoger la leche, y no sepan que es que prescinden de mi.

-Se suponía que tú eras el hombre de confianza…

-Por favor no me digas nada. Hace tres meses que vengo echando agua a la leche, por no escuchar más a mi mujer que lleva años diciéndome que soy tonto, que todo el mundo lo hace… Y mira…

Supe al instante que me decía la verdad. Vi que me hablaba con el corazón en las manos.

- Mira tú también,- le dije.- Espero no tener que arrepentirme de esto que hago. Acto seguido derramé la leche de la muestra en el suelo.

Siguió años aquél hombre midiendo la leche y jamás hubo un problema. Él mantuvo su dignidad y yo gané un amigo. La mantuvo, o al menos la recuperó suponiendo que la hubiera perdido.

¿Creéis que en los días actuales cosas tan irrelevantes como estas puedan alterar la conciencia de los hombres? Pues os juro que entonces, si la alteraban.

Yo dejé de ver telediarios y de leer periódicos para no sentir más vergüenza de quienes nos gobiernan y de quienes aspiran a gobernar, porque no hacen otra cosa que insultarse llamándose públicamente unos a otros ladrones y mentirosos, y airear trapos sucios que en muchísimos casos nadie sabe ni nunca sabrá quien ensució. ¿Dónde está la dignidad de los que insultan y de los insultados? La dig… qué? De eso, ya no queda. No hay ni dig ni dad… ¡Que pena! Tanto me de escuchar en televisión un careo entre políticos que entre Belén Esteban y Nuria Bermúdez. Mejor escucharlas a ellas, que parece como si los disparates en sus bocas hicieran menos daño al oído.


Jesús González González ©
14 de Agosto 2010

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Muy digno ese escrito; parece que has decidido recorrer algo más en ese camino de escritor, pasaste el puente con creces, (como siempre). Lns

Nieves dijo...

Jesús:

Lo que has relatado es de una humanidad que estremece.
Tendrás más de un momento como este, por que el contacto diario con la gente da para mucho.
Tenías en tus manos la decisión más difícil, la de destrozar a un buen hombre, empujado en este caso por una avariciosa mujer que le humillaba constantemente y creo que acertarte y estoy segura que cuando duermes, no tienes pesadilas, que duermes relajado.

A las personas se les conoce por sus hechos no por sus palabras, que es lo que deja huella.

Siempre que nos referinos a alguna persona que es buena o demasiado buena, nunca utilizamos esta palabra, siempre decimos "de tan buena que es es tonta".

Me ha encantado, sigue relatando episodios de tus vivencias, para que podamos leerlos y disfrutarlos.

Con cariño,
Nieves