lunes, 19 de julio de 2010

LOS INDIANOS EN COLOMBRES.

Estuve presente en la 3º celebración de la Feria del Indiano en Colombres, capital del Ayuntamiento de Ribadedeva. Tenía curiosidad por ver esta novedosa festividad y observar como sacan adelante este evento, dentro de un mundo que encarece y entorpece, todas estas actividades. Ni que decir que la villa de Colombres en una población que tiene en su haber concentraciones y fiestas multitudinarias. Motos clásicas, Festival Folclórico Internacional, La Sacramental, El “Bollu Preñau”, Raid Ecuestre, Triatlón o el Rally Internacional, todos ellos son ya famosos, supongo será debido a la ayuda y colaboración de la vecindad, sumándose asociaciones de ese ayuntamiento.

Hubo variadas actividades, desde los bolos exportados por los indianos de antaño, que tiene otras normas suavizadas y de diferente puntuación, la preparación de una comida indiana a base de alubia verdina y otros productos, algunos importados de México; recorridos en calesa o en el pequeño tren, denominado “Chalco” con guías turísticos. Llevan a los viajeros por todas las grandes casas de la Arquitectura Indiana de espectaculares coloridos, -granates, azules añil o claro, teja, etc.-, de corredores acristalados, filigranas y decoraciones externas, cúpulas en escamas de cinc, la del Ayuntamiento, en piedra, la finca de las palmeras, torres, jardines extensos de aquellos emigrantes que regresaron a la tierra. Conferencias, exposiciones, bailes latinos, entretenimientos para niños, gigantes y cabezudos, romerías y verbenas con un nexo común, las lejanas costumbres de los países americanos.

Hubo teatro con la obra “El indianu” y a falta de uno de los actores, un voluntario Fermo -paisano de nacimiento de mi tierra, La Acebosa-, subió voluntariamente al escenario; fue una muestra de la dedicación de todos los habitantes de la zona. No todos pudieron ayudar, por lo que se notaba el cansancio en los componentes activos en los puestos mercantiles y los trabajos. Se sumaron e igualmente colaboraron, otras pedanías.

Todo cercano al palacete de La Quinta Guadalupe, convertido en Archivo de Indianos y de la Emigración. Es una delicia asomarse a esa historia, muchos de los protagonistas volvieron sin posesión, tan solo sobrevivieron allá; otros lo hicieron ricos y crearon en sus poblaciones de origen, grandes casonas o mansiones, hermosas, rodeadas de espacios naturales, plantados con palmeras, magnolios, araucanas u otras vegetaciones, propias de países como Méjico, Cuba o Argentina. En esta Quinta hay un estanque con un artificial y pequeño pasadizo, todo sombreado y llenando la mente de un cierto sosiego. Tiene adornos relacionados con los viajes y la mar, mitológicos, fantasiosos y reales.

He caminado por su césped mullido, rozando mis pies, suave y fresco, bajo esos árboles y vegetación propia o importada de aquellos lugares.

Además de sus viviendas, arreglaron, dieron comodidades y trabajo a sus convecinos y familiares, al lugar en general. Eran riqueza y milagro, compartieron y les proporcionaron muchos adelantos, algunos de ellos aún se veían en pocas grandes ciudades.

Como su plaza curiosa, se encuentra bajo el nivel de la carretera y los edificios, puede que tenga 1 metro de profundidad; mantiene el suelo en prado, una circunferencia perfecta. Tiene árboles ornamentales, como el plátano y la morera o el espectacular castaño de indias. En su centro se encuentra el monumento a Manuel Ibáñez, precursor del saneamiento y traída del agua corriente; según dicen, bajo esa plaza está el centro de donde parten y se centran, todas esas aplicaciones.

Cantidad de puestos de venta de multitud de cosas, a cargo de asociaciones de la zona, talleres que la municipalidad promociona, otros con productos trabajados a mano, comidas de la época o tradicionales, como el “bollu preñau”, tortos de maíz, queso de Cabrales o la tortilla española, dulces de aquellas tierras lejanas o de la famosa manzana asturiana, chilaquiles, tamales o burritos; bebidas como el tequila, atole, tostadillos, licores y por supuesto sidra por todos lados. Ropas, cerámicas esmaltadas, vidrio y trabajos en piel, desde zapatos a cualquier cosa imaginable, platerías. Una gran variedad de productos en barro o madera, manualidades preciosas en las que colocan relojes o espejos, portarretratos y otras bellos adornos.

Era volver al siglo XIX y de golpe pasear, por ejemplo en una población mejicana o cubana. Las vestimentas de ellas con esos vestidos, blusones o faldas tres cuartos, sencillas y fruncidas en el talle, blancos, ligeros, amplios y bordados en bonitos dibujos florales o imaginarios, con algunas flores naturales en el pelo, melenas o trenzas, sandalias, cuerpos morenos y esa tranquilidad que parecen poseer, quizá quedó en el mestizaje de aquellas generaciones, repartido entre nosotros. Serían premiados los trajes mejores.

Los caballeros portaban en su mayoría, gorros de paja, con guayaberas blancas, livianas, frescas; pantalón blanco, zapato con pico alargado, claros o sandalia y puros enormes, en sus manos o en los bolsillos de sus prendas superiores.

Hubo clases de bailes latinos, dirigidos a todos los allí presentes.

Llamó la atención, que al paso de los gigantes y cabezudos, procedentes de la Universidad mejicana, bellas artes y teatro, los niños carecían de miedo, osaban tomar de la mano aquellos personajes tremendos en altura, aspecto e incluso feos. Casi con un cierto descaro, empujándoles o mirando bajo sus faldamentos, unos chiquillos no más de 5 ó 6 años. Lo que más reclamaba su atención era el falso caballo y su jinete. Estaba subido en una especie de prótesis de titanio flexible, permitían un impulso y movimiento constante, pareciéndose al trote real. Este sorprendente centauro caballeresco, conseguía los propios gestos del animal, trasladando a los pequeños, las desconfianzas, docilidad y curiosidad de un verdadero cuadrúpedo.

Mientras, el resto de sus compañeros relataban la historia de los personajes, basada en la época histórica del medioevo, sobre el camino de Santiago. Un obispo, un clérigo, como cabezudos. Los tres que estaban subidos sobre los zancos, se veían sorprendentemente estilizados, conseguían equilibrio en cualquier terreno y su delgadez sorprendía, tamborilero, el narrador abanderado y el otro portando una especie de pequeño djembe, el acordeonista de tamaño y dimensiones normales, un total de siete personajes. Fue instructivo e históricamente acertado.

Tenía la comisión un aliado más para concluir los festejos de estos días, la final del mundial de futbol. Son geniales, en vez de amedrentarse, lo hicieron práctico, pues a la salida del evento, consumirían algo más de todo aquello expuesto.

Hubo una gran gala de canto coral en la iglesia, tres corales fueron las responsables de ese evento músico y cultural. Una espectadora me ha trasladado la definición de ese concierto, tuvo el sumo placer de escucharlas. Habaneras y clásicas de Asturias, entre otras. Entre ellas una pieza sobre la gaita asturiana; según parece espectacular, el sonido vocal imitando los aparatos musicales, nadie distinguiría si ese sonido procedían de ellos o de los instrumentos de viento. Voces moduladas y perfectas, educadas; habaneras que casi hacían brotar el llanto, autenticas obras de arte.

Cantidad de cosas que aprender, novedades en lo que a festivo se refiere, cercano, tranquilo, familiar y por tanto sin excesos notorios, aquella especie de olla gigantesca, cocía un devenir de relajación, acogimiento, casi aislamiento y concentración, en esa bonita y peculiar fiesta o feria del indiano. Sin necesidad de los entretenimientos para los niños, todo a base de actividades y talleres, que se convertían en juegos para ellos. Buen forma de inculcarles la diversión sin consumismo.

Todo perfecto, buen tiempo y camaradería. ¡Enhorabuena!


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-Colombres
11 de julio de 2010

1 comentario:

Flor dijo...

Sigo estando a tú lado en esas excursiones que realizas y que tan bien nos cuentas en tus relatos,que facil es viajar contigo sentada al ordenador y compartir tantas cosas bellas,besitos.