miércoles, 9 de junio de 2010

EL TIEMPO

Salud, dinero y amor. Hace muchos años alguien cantó a este trío como la conjunción perfecta de la felicidad. Muy descaminado no anduvo porque, ¡sin salud…! Y con salud, pero sin dinero… Ya sabemos aquello de que el dinero no da la felicidad, pero también es bien cierto que pone a quien lo posee en el camino más fácil para poder alcanzarla. De todas formas yo estoy totalmente de acuerdo con aquél que dijo “no es más rico quien más tiene, sino quien con menos se conforma”. Luego está lo del amor. Pienso que el que hizo la canción dejó para lo último lo del amor por aquello de que rimara con “y el que tenga estas tres cosas, que le de gracias a Dios”, pero la verdad es que el amor es lo que mueve al mundo y por tanto tenía que ser lo primero. Por amor se han hecho desde las más grandes proezas a las bajezas más aberrantes. No obstante la realidad es que la palabra amor, bien entendida, abarca todo lo bueno y hermoso que pueda salir del corazón humano.

Pero yo voy a otro asunto. Creo que para los que vivimos hay algo mucho más importante que estas tres cosas dichas anteriormente, pero que prácticamente nos pasa inadvertido. Se trata del Tiempo. Podemos perder la salud, pero también es cierto que podemos recuperarla. Podemos perder el dinero, pero no es menos cierto que también se puede recuperar. Y el amor… Bueno, el amor hay hasta quien tiene uno de reserva. Este se puede perder, recuperar, cambiar, robar… Se puede buscar si se necesita, y hasta encontrar por sorpresa sin siquiera pretenderlo.

Pero el Tiempo… ¡Ay el Tiempo…! Cada cual tiene el suyo y todos ignoramos su medida. Repito, todos tenemos un tiempo pero desconocemos totalmente la duración del mismo. Uno, dos, tres, cuatro… Son cuatro segundos de mi tiempo que se fueron en tanto los contaba, y que jamás podré recuperar. El tiempo que transcurre nunca retorna: cinco, seis, siete, ocho… Sería inútil tratar de volver a empezar contando por uno, dos, etc. porque es engañarse así mismo. A medida que transcurre, el tiempo va mermando de esa cantidad ignorada que poseemos y desaparece para siempre en lo que ya solo es pasado.

Nueve, diez, once doce… Los segundos gastados empezaron a contarse con el primer hálito de vida que tuvimos al llegar a este mundo, y jamás sabremos a que distancia en tiempo se encuentra el último. Creo que es importante pararse a pensar en qué y de que forma usamos cada uno de esos segundos. Si tenemos en cuenta que aproximadamente la tercera parte de todos ellos los empleamos en dormir, para descansar y recuperar vida, que otra parte importante se va en comer para alimentarnos, y en el aseo personal, son realmente muy pocos los que disponemos para poder decidir como usar.

Trece, catorce, quince, dieciséis… Una de las cosas por la que mas orgullosos deberíamos sentirnos los humanos es por haber logrado la libertad. Durante montones y montones de años fuimos libres únicamente de pensamiento, y eso porque el pensamiento es algo intangible que nadie puede agarrar para moldearlo a su antojo, aunque políticos y charlatanes gastaron, gastan y gastarán ríos de saliva en tratar de que pensemos como quieran ellos. No hace mucho conseguimos la libertad de expresión, y seguidamente la libertad de acción y el derecho a decidir por uno mismo.

Diecisiete, dieciocho, diecinueve, veinte… Juntemos Tiempo y Libertad. Tiempo tal vez escaso y libertad poco menos que plena, y decidamos que hacer con ello… ¿Quién se atreve a decidir? Cada cual tiene todo el derecho del mundo a emplearlo a su antojo, porque lo que para mi pudiera ser malgastado para otro puede ser el fin de sus actos. De cada uno el tiempo es su tiempo y la libertad su libertad. Por eso pienso que nadie es nadie para decir a otro lo que ha de hacer con su tiempo. Sólo que hay una cosa en la que ninguno deberíamos emplear el nuestro: Criticar en qué, ni de que forma lo emplea el vecino. Veintiuno, veintidós, veintitrés, veinticuatro…

Jesús González González ©
Junio 2010

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