domingo, 4 de abril de 2010

MI PRIMERA VEZ


Querida Flor:

Tal como me pediste, te envío lo que dio de sí esa manifestación religiosa del Sábado Santo. Espero que te mejores.

Ayer con un viento intenso, constante y con un frío de "abrigo", (nunca mejor dicho), asistí a la procesión anual, se traslada a la virgen de la Barquera hasta el convento de las religiosas. La lluvia no apareció, pero el aire se mostraba con crueldad al paso de los integrantes de esta concentración de fe. Pensaba en los niños pequeños de alrededor de tres años, que caminaban vestidos de blanco y capa grana, lo hicieron durante casi dos horas entre preparativos y desfile procesional. Es posible que alguno no pudiese reprimir su vejiga. Fue extremadamente lenta.

Como sabes se denomina de las antorchas; está claro que son muchas las transportadas por los cofrades, como queda dicho desde esa temprana edad, hasta llegar a edades adultas.

Precedían los estandartes de la Virgen, patrios y municipales. Seguidos pasaban los uniformados de marineros; estos tocaban un paso entristecido y lento, acorde con el dolor de una madre por la pérdida de su hijo, Cristo. Estos sones imponentes atronadores movían el suelo y el cielo, con lo que los pobres humanos quedábamos en medio, sobrecogidos y con los ojos inundados. Cada uno manteniendo su fe, sus promesas, sus agradecimientos. Otros quizás estremecidos por ese fervor ajeno, ante una pequeña imagen de luto, con un manto negro, largo, extendido, tanto como ese dolor manifestado en cualquier alma ante la falta de un ser amado.

De pronto el corneta de mando se vuelve y toca una leve orden, los demás se preparan e introducen la boquilla, parte que produce el sonido a partir del flujo de aire y la vibración de los labios, se disponen a tocar juntos, en cuanto la caja tambor cambie el ritmo.

Este momento y en el lugar donde ocurre, mientras el último y único bombo retumba en mi estómago, (Recuerdo a mis hermanos en esa acción), recurro a mi voluntad de evitar el llanto, tan solo por estar equilibrada y me refuerzo para escuchar el sonido que emanan esas personas, llenos de fuerza y tesón soplando, casi sin resuello estos intérpretes, a la vez siguen desfilando sin perder el paso.

Fotos y más fotos, cohetes silenciosos, coloristas, lentos. Con el viento trasportándolos como si fuera nieve colorista y primaveral, aumentando el apretar del corazón y el alma, recogiéndose en rostros casi morados de frío, cansados pero que impasibles siguen marchando.

Los tambores trasteados con las baquetas en los parches, percusionan con una fuerza constante, imprimida por sus dueños y dueñas, parecen prolongaciones a su cuerpo, amarrados por medio de correas y adornados con banderas. Lo hacen con tanto ímpetu como desde el comienzo de esta comitiva predecesora de la Patrona Barquereña.

Mientras, un cofrade que ostenta varios cometidos, coloca de inmediato los "petos" oscuros ribeteados en blanco de las espaldas de los músicos, pues el aire tirano los descoloca.

Este orden correspondía ahora a los cofrades y sus teas. Empiezan los más chiquitos llevando las luces en consonancia a su estatura, serios y formales, algo difícil de conseguir en criaturas inquietas. Se sienten mayores hoy, mayores e importantes. Va creciendo en altura la fila y su número, a cara descubierta, dominando alguna vergüenza, algún suspiro, ojos brillantes, cargados con esas luminarias que realmente pesan, controlando no quemar ni quemarse, pues este aire es impenitente.

Las personas religiosas o dirigentes, terminan este acompañamiento, inmediatamente detrás portan la imagen en andas, son los picayos, esta vez en lugar de su vestimenta blanca y negra de marinos, visten la ropa de mahón oscura de los marineros en su diario trabajo. Creo que este atuendo también puede significar el acompañamiento ante el dolor de su Virgen. Veo que llevan suplentes para compartir el peso de este enlutado paso de Semana Santa.

Las picayas de pandereta están ausentes, será mañana en el Encuentro madrugador, y la Folía, cuando alegren con su presencia.

Culmina toda esta formación, cantidad ingente de personas en el acompañamiento, un número importante a la espera en las orillas del recorrido, devotos y curiosos. Las luces de todos los establecimientos hosteleros son apagadas al paso de la comitiva, los clientes casi son sacados del establecimiento, dueños, empleados, gentes impedidas en las ventanas de las viviendas, velas, solo existe Ella y su luz, subida a hombros. Vista desde lejos, causa la sensación que es ella quien camina, lenta y firme, encima de aquellas cabezas que parecen las olas del mar en movimiento.

¡Silencio!.

Comienza la subida al convento, allí permanecerá hasta el día siguiente a las 8 de la mañana, momento del encuentro con su hijo resucitado.

Está será la primera vez que yo recuerde, pues es mi dificultad o ventaja, nunca se sabe, que subo hasta el hogar por unas horas de esta imagen.

Trato de buscar una mejor visión de lo que sucederá en breve, adelanto en grupo por atajos y calles, subo escaleras y escojo la cuesta a la entrada de la muralla, denominada de la Barrera. Me proporciona la visión total, veo llegar a los que comandan este evento, se apartan y van subiendo hasta un lugar establecido.

Aparece la banda de cornetas y tambores con su vestimenta marinera de gala, ordenadamente se pliegan sobre sus filas y sus miembros se quedan en uno de las costados de la calzada, dejan paso tocando y produciendo con sus instrumentos una musicalidad retumbante, hasta tal punto que los altos barrotes de hierro de la reja del centro de enseñanza, se mueven y suenan por su impulso y vibración.

Llega a la entrada de las religiosas que esperan. Los chicos que la portan la vuelven para entrar de espaldas y escuchar la Salve de despedida. Es la manera de dejarla en la capilla de frente a los orantes.

Es en definitiva lo que quería ver. Y sí, es apabullante, se estremecen hasta los muros, las voces de nuestros coralistas, mezcladas con las menos educadas musicalmente, pero que de modo natural fluyen grandiosas, otras emocionadas. Todas juntas en la noche, dan a fieles o curiosos un momento indescriptible. Emoción que cada uno soporta como puede.

Tomo el camino invitada por una amiga, de la iglesia parroquial. Parece que esto no termina aquí. Se celebra ahora un oficio referente a la luz de Dios. Todos ante el pórtico de entrada, portando unas velitas. Termina la espera y sale el superior, emite una oración y pasa al encendido de un inmenso cirio denominado Pascual. Es probable que dure todo el año encendido, dadas sus dimensiones. Es la referencia a la vida del resucitado Jesús.

Todos han de hacer lo mismo prendiendo sus candelas. El poniente no deja, recurrimos a guarecerlas o se hace a la misma entrada.

Oficio religioso en toda regla, a pesar del horario hay una buena cantidad. Se alarga hasta las 24 horas. Veo que está ya preparado el barco virginal, con adornos que semejan oleaje alrededor de la nave en sí, que mañana será llenado con su dueña. De cada esquina surge un pez de cabeza regordeta, grande, dorado. Mañana estará todo adornado de flores frescas, olorosas y coloristas. Vestirá traje de dorados brillantes, alegres colores, esperando paciente a la marea que dentro de dos semanas la embarcará en un navío y junto con miles de personas, se echará a la mar. De ahí a su ermita, con la salve marinera más sentida, entorno donde las voces de sus seguidores, reclaman para ella todo el fervor.

Mientras iba sucediendo este acto, entre rezos y cantos, veía a 8 monaguillos. Tres de los cuales, a la vez que se efectuaba por uno de los cuatro oficiantes la consagración, movían a destajo las campanillas, todo el rato, sin tregua. Chiquillos y chiquillas que conozco, sé de su inquietud y nerviosismo de niños, pero se portaron bien. Admiré las imágenes, sus detalles, los escudos que flanquean el retablo mayor barroco, en la parte superior.

Acabada esta ofrenda cristiana, dirigen los pasos hasta la vivienda parroquial, otrora centro educacional. De nuevo soy invitada a este evento más terrenal, mientras alzo la cabeza y veo el campanario, 10 campanas tuvieron ahí su oficio de tañer, reclamando a todos los vientos a los creyentes, quizá también como alta torre vigía, temiendo el ataque de otros reinos. Tengo la necesidad de cumplir otra “primera vez”, quiero subir al alto, apartar mi vértigo y tener una sensación impensable; conseguir ver en el presente lo que otros hace unos 800 años vieron.

Estaba preparado un tentempié, algo adecuado a las horas de preparativos y después ejecución de ese día y parte de la noche. Es tranquilo recuperarse con aquellos bocados, compensando el frío con un último sorbo del postrero brebaje chocolatero, acompañado de bizcochos, calmaron los desfallecidos y ateridos cuerpos. Conversaron, compartiendo sucesos a reparar en próximos encuentros, celebrando sus aciertos y que el día fue bueno, pues no aportó agua. Alguna tos se oyó, el fresco paseo tenía efecto en algunos de aquellos caminantes.

Camaradería, respeto hacía mi a pesar de que nunca les acompañé, llevan años en estas ocupaciones, sin descanso, sin notoriedad, solo el desempeño de una labor que les nace de adentro.

Suerte poder tener la posibilidad de abocar sus vidas hacia una opción de paz, una ayuda ante la adversidad, conseguir la entereza y conformidad, compartir, agradecer… Todos hemos de tener recursos para ello.

Se llama fuerza interior.

Un abrazo amiga.

Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte de la Barquera
3 de abril de 2010

1 comentario:

Flor dijo...

Gracias querida compañera,veo que que con solo pedirte algo corres a hacerlo y ademas muy bien,ya te lo he dicho en un correo,pero me ratifico aqui,estuve en la procesion sin estar y camine junto a ti,a tu lado hasta dejar a la virgen recogida en su morada.
muchos besitos y todo mi agradecimiento.