sábado, 30 de enero de 2010

LEER Y EL CAFÉ

Estaba terminando mi café de la mañana, me ha salido increíblemente bueno, con sabor a café, café, desde el principio del desayuno hasta el final, sin necesidad de esperar a oler la taza terminada. Pero aún sabiendo que este sabor era poco habitual olí igualmente la taza acabada.

¡Dios!, fue un golpe de efecto a mi cabeza, a la imaginación, al regusto de otros tiempos, por tener tenía incluso poso, qué pena que ignoro como se leen en la base de esa taza, posiblemente me dijeran los del fondo algo como que vivo interiormente bastante feliz. Los que se depositaron en el camino a mi boca, quizá digan que sigo en este tramo de vida, un trayecto a defender mis ilusiones pero, con el cuidado de tomarme tranquilamente todo lo que viene por rico que pueda parecer, hay que dejar algo por si te atragantas o te agobias, sí, decantar el café o la vida es bueno, aunque de esas experiencias se aprenda, cuantas menos te atosiguen, mejor.

Recordaba cuando me aficioné al café, fue hace tanto que me extraña recordarlo, creo que podría tener 16 ó 17 años. Fue en compañía de unos amigos de Santander, nunca me gustó, era amargo y fuerte, (Quién lo pillara ahora, ¡humm!), llegamos a la casa de uno de ellos y su madre preparó aquella infusión olorosa. Por educación no deseché tomarlo y mi sorpresa fue mayúscula, ¡estaba bueno, más que bueno!

Observé de donde lo sacaba, sí igual que lo ponían mi madre y abuela, del puchero. Al lado reposaba el molino, la achicoria, el colador de tela o manga, la cuchara de madera oscurecida, estando destinada a ese solo y exclusivo oficio, remover la molienda en el cazo para que recogiera el agua hirviendo, cada partícula de la mezcla de aquella infusión oscura, brillante, caliente. Sí, recibí aquella sensación como de que mis nervios se ponían al aire, animaba, excitaba, quería hacer muchas cosas, activaba en definitiva y más siendo la primera vez que tomaba ese liquido humeante, aromatizado. Aquel día fue en mi recuerdo el nacimiento de mi favor hacía el café de puchero.

Siempre lo hago, a la antigua usanza, introduciendo ese otro componente sucedáneo natural, que por si solo es una planta que favorece nuestro interior. Ya la conocían los egipcios. Tiene componentes favorecedores del hígado, digestivo, abre el apetito, hace eliminar grasas, tomada en la mañana es laxante, diurética y depurativa. Es el complemento ideal para anular algunos efectos del café que pudieran ser poco benéficos. Nuestros ancestros traen costumbres sanas de tiempos inmemoriales, ahora nosotros pretendemos mejorar lo que ellos ya tenían claro.

Pues bien, aquel rato con aquella señora que desprendía paz, pudo ser el principio de dos efectos: Colgarme de la cafeína y dedicarme al interés por ciertas personas diferentes, eran especiales, emanaban sencillez, tranquilidad, saber prudente. Noté también que cerca de ellas se estaba relajado, a pesar de ser mayor, porque la percepción que yo tenía de la mayoría de esas personas, era la rigidez o disciplina, (Menos de mi abuela, claro). Desde entonces he encontrado miles de personas con esas actitudes, es un grupo muy grande por suerte para todos.

La cafeína tiene su cosita, la mal utilicé para despertar definitivamente en las mañanas, pues me pasaba parte de la noche terminando esas páginas de cualquier libro, ya total que solo me quedan 100 ó 131, o porque es capicúa, seguro que lo que cuenta más adelante me gusta más, o mañana quiero empezar ese de Decamerón, tiene pinta de ser entretenido… y largo.

Aquella colección de Sven Hassel, escritor danés bajo seudónimo, hoy vive en Barcelona, de la editorial “reno”. Los leía como agua que pasa rápida por la garganta, aquel grupo de combatientes alemanes que eran precisamente poco disciplinados en la violencia que les pedían sus mandos, viviendo aquellos horrores, luchando por sus vidas, sufriendo porque fueron protagonistas obligados de aquellas crueldades.

Este autor supo llegar a los lectores en un escenario cruento y salvaje, dando vida a unos sentimientos que aquella situación bélica eliminaba. Desarrollaba el relato con un determinado grupo, de los mismos soldados, en todas sus obras. Quizá Agatha Christie con sus relatos cortos que duraban en mis manos un suspiro, E. A. Poe, con esos cuentos que producían temor, también poeta, parece mentira que mantuviera esos dos extremos, manejaba muy bien cualquiera de esas sensibilidades. Su poesía me deja ahora esa sensación de ser estructurada con semejanza a la moderna, no especialmente rimada, colocadas sus estrofas con atractivo atrayente y ritmo.

De aquella cayó en mis manos “Rasputín”, libro con la curiosidad incluso morbo de lo casi prohibido, aquel monje que manejaba hasta la nobleza rusa, místico casi desvariado, o aquel libro prohibido de Cela, que circuló por todo el entorno, mala pero como estaba vetada por la censura, cambiaba de golpe a “interesantísima”. Poetas como Neruda con el poema llamado “Los veinte poemas”, el 15 y 20 son mis preferidos. Becquer y “Los suspiros son aire y van al aire."-Las lágrimas son agua y van al mar.-Dime, mujer: Cuando el amor se olvida,-¿Sabes tú a donde va?"

J. de la Cruz o Santa. Teresa con su “Vivo sin vivir en mí”. Góngora, Garcilaso, Lope de vega y su “Soneto de repente” o esa canción “A mi soledades voy, a mis soledades vengo”. Cervantes, Rosalía, Gil Polo, M. Hernández, cientos de ellos conocidos o no, la mayoría españoles, versos que llegaban a una época también hormonal, donde la poesía irrumpe en casi todos en una sensibilidad extrema.

Novela, teatro, relato, historia, aquella fue época donde además ya empezaba a trabajar, buscaba tiempo para todo y eso obligaba a tener el famoso café cerca, era la manera de mantenerse despierta y seguir adelante. Tiempo para todo, paseos, bailes, charlas, amores, horarios incumplidos y la consiguiente reprimenda y castigo, en fin, otra vida igual a tantas otras.

Que cantidad de libros compraba en aquella ferretería que atendían dos personas ya mayores, oscura, grande, pero que casi escondida tenían allí aquelos tesoros en una estantería movible, a un precio asequible y muy cerca de mi entorno. Les llegué a apreciar, hasta que andando el tiempo se acabaron aquellos medio olvidados libros y trajeron nuevos, que faena me hicieron, cambió el precio y mi afecto hacía ellos se volvió rabia. ¡Pues me buscaré otro sitio donde pueda comprar rebajados!

En esas estoy aún, que caros son los libros, con lo poco que me duran. Menos mal que el te cambio o te dejo de entonces evitaba la compra. Hoy día es nuestra salvación las bibliotecas.

Mientras topaba alguien que tuviera libros suficientes, encontré en el carro de los helados “Grande” unos sobres sorpresa con una especie de tebeos llenos de palabras en bocadillos grandes, historias, historietas, aventuras, amores, eran gruesos, con mucha lectura y baratos. Procedían de países sudamericanos, con los acentos cambiados por su forma diferente de hablar, sus dichos que me parecían cariñosos o hasta melosos a veces, pero el contenido era idéntico, somos iguales.

Veo ahora en este momento de recuerdos a Miguel, Tina y a la abuela mirarme con extrañeza, era incesante mi paso por allí a comprárselos, se me iba haciendo una pequeña montaña en es suelo de mi habitación. Que cantidad de productos tenía aquel pequeño quiosco, donde se les veía sudar en verano y casi tiritar en invierno, quietos estáticos, levantados o sentados, al pie del cañón siempre sin horarios.

Lo mismo te vendían eso o un dulce, cambiaban libros de M. L. Estefanía o C. Tellado, golosinas innumerables y coloristas, galletas, helados, frutos secos, juguetes pequeños, chocolatinas, hasta tabaco. Aquellos “negritos” congelados para el verano, eran baratos pero resultaban una exquisitez. Lo tenían colocado de tal manera que se podían ver todos, algo increíble. En un ligero movimiento llegaban a cualquier cosa que les pidieras, estaba a mano, parecían contorsionistas, siempre amables, simpáticos y dicharacheros.

Se trasladaban a la playa, a fiestas, acontecimientos de todo tipo, allí donde se necesitara un pequeño refrigerio, helado o bebida. Trabajadores sin descanso, hormiguitas que llenaban sus depósitos mientras las cigarras cantaban.

Ellos elaboraban los helados, después fueron llegando los de fábrica. Que buenos los polos caseros, sabían a fresa acida de la de verdad, naranja dulce natural, nata en cortes, bolas que apoyaban con maestría en los cucuruchos y que tu podías decidir cuantas poner, de múltiples sabores, fue el complemento ideal a mi rebeldía y a la lectura.

Alguna vez en aquellas verbenas de las fiestas locales se les pudo ver bailando, bailaban bien y la sonrisa que enseñaban, daba lugar a pensar que disfrutaban de más cosas que del trabajo. Familiares, protectores con los suyos, buena gente sí señor. Sociales ahora que pueden pues están jubilados.

Ahí se me escapaban mis reglas de dieta, más de mil veces la contravine, era un placer a dos bandas dar de patadas aquel régimen de 1.500 Kcal. Algo delicioso que me estaba vedado y la morbosidad de hacer algo prohibido y penado, a mi salud y a los castigos y reprimendas de mi progenitora. De todas maneras mi juventud contestataria o rebelde se limitada a mi protesta de salirme de la odiosa abstinencia, eso además de la negativa acompañada por el odio a comer el repollo cotidiano, que por cierto, huele hasta mal, ¡aggg!

Estos pecados contra mi salud fueron grandes, tanto que si llega a ser ahora conociendo los riesgos me hubiera muerto, puesto que los desconocía y la fuerte resistencia de la juventud me salvó la vida.

Acabé con todo el pedido y ya no trajeron más, ¡que pena!, esta vez no me cabreé, había crecido.

Descubrí que en un lugar cercano donde se vendían periódicos, ultramarinos, todo lo imaginable, traían de vez en cuando ofertas de libros. Fue mi isla del tesoro, su interior me mostró tantas aventuras como a bordo del submarino de Nemo, encontrarme a mi misma en aquellas Cumbres Borrascosas, novelas de autores que desconocía, Archipiélago Gulag con el nombre impronunciable de su autor, Asimov, filósofos, también clásicos, autores cantabros, lo barato y difícil de vender era mi ventaja, me servía, aprendía también incluso de petardos ilegibles.

De allí nos llevaban mis padres y abuelos todos los sábados de mercado, los tebeos y los primeros yogures. Apreció ese lugar, fue mi refugio ante una “supuesta” debilidad física.

Ese lugar salió ayer a colación, sigue teniendo de todo, alguien dijo: si no lo encuentras lo tendrá Cr.

Ahora recordando todas estas cosas que tenia en el olvido, añoro tan solo el tiempo, la vitalidad y las ganas de leer. Bueno y algo de la inconsciencia de llevarme a la boca lo que no me conviene de ninguna manera comer…

Ahora mi lectura es menos apasionada pero veo entre letras aventuras, entre líneas invento un escrito que sale de mí con fuerza, divertido o pleno, despacio pero constante en mi hábito de leer, la gula de entonces da lugar al reposo y selección de ahora. Me queda la resaca de adquirir alguno más y al amontonamiento de volúmenes en la estantería de “en espera”. Queda la lectora egoísta aún.

Esta taza de café mezclado con achicoria (ahora se llamaría remix), con esos pocos de posos, donde leí parte de mi vida en un momento, algo que creí dormido para siempre y que ahora está aflorando a mi memoria. Sigo temiendo saber de todas mis andanzas, me escalofría pensar que algunas historias que quizás puedan ser indeseables, escondidas en el córtex cerebral al lado de la conciencia misma, tengo miedo de saber demasiado de mí…

La vida es un engranaje interesante, hoy solo he sacado la cadena del sabor y de la imaginación, otro día es posible que encuentre el tornillo que rompió ese enlace de mi vida. Un abrazo para todos los que me han enseñado a apreciar hasta el mínimo poso de mi café, ahora ya “descafeinado”.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
28 de enero de 2010

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Que recuerdos mas bellos han venido a mi mente,yo tambien compraba en ese kiosko mis tebeos,cuantos lei,que pena que todo haya cambiado tanto,cuanta nostalgia y recuerdos bonitos que rato mas agradable he pasado leyendote,hasta me parecio oler ese aroma de cafe de puchero.

Anónimo dijo...

Ha cambiado lo suficiente para disfrutar de nuevo de otras situaciones, vivir a pleno rendimiento, forjar nuevas y bellas realidades y recuerdos. Lo mejor es que el café a pesar de ser descafeinado, sigue siendo de "pucheru", un lujo que quiero tener. Gracias por todo, seas quien seas ya formas parte de algo digno de recordar. Lns

Anónimo dijo...

Hola..hola...

entre aromas y buenas letras...
te invito un café!!..Aceptas?..
a mi me encanta...

besos
V:

Anónimo dijo...

Acepto, incluso podré darme el placer de que contenga cafeína, será una manera de hacer una celebración especial. Será interesante alargar el día a base de mantenerme insomne por el café. Para mí cortado con un poquitín de leche. Lns

Anónimo dijo...

Servido y disfrutado....
abrazos
V: