martes, 12 de enero de 2010

LA NAVIDAD DE PILUCA

¡Que contenta estoy, se acerca la Navidad, fiesta mágica!, pero sobre todo porque papá que está navegando, este año le toca poder pasarla en casa con su familia, eso le encanta pero dos años lleva sin poder hacerlo.

Se mira en el espejo, quiere estar guapa; se recoge sus rizos pelirrojos con una cinta rosa, sus ojos verdes chispean y sus pequitas le dan un toque gracioso; además a sus ocho años por fin va a tener un hermanito dentro de poco.

Como mamá ya está muy pesada, le ayudo a adornar la casa, las guirnaldas, el árbol en una esquina del salón, muy hermoso con sus bolas y luces de colores. ¡Que no se me olvide la estrella!. Debajo puse el pequeño nacimiento. Me lo paso “pipa” tirada en el suelo cambiando de sitio, los pastores, las vacas, los corderos. A los Reyes Magos los hago avanzar y avanzar… de las ganas que tengo de que lleguen.

-¡Mamá! ¿Me llevas de paseo a ver las luces y las tiendas?

Piluca no para de saltar, está nerviosa, mañana será 22, día de la Lotería Nacional y día en que llegará por fin su padre.

Mamá se hace la remolona, pero con mis zalamerías claudica y salimos a la calle bien provistas con nuestros gorros, guantes y bufandas. ¡Hace un frío que pela!, pero la ciudad está pletórica con tantas y tantas bombillas, unas blancas por los árboles y otras de colores formando dibujos preciosos. Los escaparates repletos de cosas y más cosas, y delante de las tiendas gente pidiendo. Son malos tiempos para muchas familias con tanto paro, me dice mamá, que me da algunas monedas. Me dio mucha pena una muchacha con un bebe en brazos que nos pedía para comprar “leche de bote”

Entramos en una confitería y nos comemos un pastel para merendar y mamá aprovecha para comprar unos dulces que sabe le gustan mucho a papá.

Es 22, día grande. Desde la cama escucho el soniquete de la Lotería. A mamá le gusta mucho escucharlo siempre.

Suena el teléfono, mamá lo coge. Al poco rato aparece en mi habitación con cara triste. Era tu padre, me dice. Han tenido que entrar de arribada forzosa por mal tiempo en otro puerto distinto al que tenían previsto y cuyo relevo se encuentra allí.

Es 24. ¡Estoy desinflada! Ni siquiera saber que vendrán los abuelos a cenar me consuela.

Tenemos que salir para hacer las últimas compras. De pronto en plena calle se pone seria y se asusta un poco. ¡He roto aguas! me dice. Llama al 061. La gente se arremolina en torno nuestro. Viene la ambulancia y nos llevan a la clínica.

Llegan los abuelos. A las diez de la noche me dicen que ya tengo un hermanito. ¡Hurra! Grito, pero la cosa está un poco complicada. A mamá con el disgusto se la adelantó el parto y lo han tenido que meter en la incubadora.

Es Navidad. Acabo de llegar con los abuelos para conocer a mi hermano. De pronto se abre la puerta y aparece… ¡Papá!

Me abalanzo sobre él besándolo sin parar. Trae algo que abulta mucho. ¡Un peluche enorme de camello traído desde Egipto!

Voy de la mano de papá a la incubadora. ¡Ahí está! Pequeñín pero mofletudo y hasta parece que nos ha sonreído y guiñado un ojo.

Para el 31 vinieron a casa. Podíamos entrar en el Año Nuevo todos juntos. Ese día mamá estaba preciosa dando de mamar a Oscar que es como se llamará y conmigo encima de la cama para no perderme nada.

Dentro de unos días vendrán los Reyes Magos. Espera que la traigan algo de lo que les ha pedido. Podrá ir a ver la Cabalgata con sus padres en recuerdo de los presentes que llevaron al Niño Dios. Oro como rey, incienso como Dios y mirra como hombre. Para los cristianos significa recordar el Nacimiento de Jesús en un pesebre. Para los no creyentes el Solsticio de Invierno, los días de luz crecen de nuevo. Para todos, días de paz, alegría e ilusión, celebrados a poder ser en familia.


Mª Eulalia Delgado González ©
Enero 2010

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