Otro día de acierto por residir aquí Uve, sin necesidad de tener que mover el coche demasiado lejos, solamente andando y fue innecesario tener que subir la escalera del auditorio, disfruté del ascensor y la famosa pierna que debe ser amiga de la otra, porque hermana me niego a creérmelo, ya que debe de tener como cuarenta años más.
Esta vez estuve contenta, casi completo el aforo, todos en espera de la entrada de los jóvenes artistas, coinciden en edad dos 24 años (gemelos) y las sopranos 28, la pianista intemporal. Comenzó con el violonchelo y su intérprete Antonio. ¡Dios!, las notas que salían en general del instrumento, me dejaron estupefacta, la acústica era me atrevo a decir buena, pues tampoco soy experta en ello, más que nada porque estaba integra en el local, sin altibajos ni ecos, el recogimiento de los espectadores era poco visto.
Y en la partitura de Bach, aquellas manos recorriendo el mástil del chelo, los dedos oprimiendo sabedores en cada traste las cuerdas y dejando salir unas preciosas notas. La primera pieza me hizo transportarme a una escena de ballet, aquellos dedos se convirtieron en cinco danzantes sobre sus zapatillas achatadas para así conseguir equilibrio, los dedos-bailarines se agitaban, bailaban, saltaban, se inclinaban y buscaban la posibilidad en algunas ocasiones de levantar a alguno de ellos por los aires, ¡que agilidad!, llegaban siempre a tiempo. El arco estaba en su trabajo de vaivén sin desaliento, sonando imperturbable.
La segunda obra de Britten, mi cabeza se fue a un grupo de mozalbetes que jugaban con poco ruido, seguramente para dejar descansar a sus mayores aunque de vez en cuando alguien se alborotaba y las notas reconvenían para bajar de nuevo los tonos. Otra de las partes fue un deleite, sólo tuve ojos y oídos para Antonio, como mantenía el sonido constante de fondo, a pesar de ello otras notas coincidían en el tiempo, autentica magia.
El violín de Pablo era otra cosa y las obras de Bach y Paganini también, aquí noté un conversación respetuosa de varias personas, que dejaban la palabra a cada uno de ellos, se oían las diferencias de los hablantes, en los cambios de tonos y era difícil abstraerse tanto del entorno; el violín era más real, estaba allí y lo llenaba todo, incluida la imaginación, consiguió quedarse conmigo por completo, ¡cuanto ensayo y cuanto virtuosismo!.
La soprano Diana, tenía un don especial, me recordó algo a Ana en sus escritos, por lo poco que gesticulaba y lo suave que lo hacía, con que poco llenaba o sugería una escena allá cerca de la Selva Negra alemana, llegados desde una población cercana, por ejemplo Kaiserslautern, de noche , reunidos todos ante un concierto familiar, tan solo con piano y cantante, con las estrellas por testigos y con el deleite de las fragancias de flores hermosas, (mi compañera de butaca prestaba el perfume que llevaba seguro de esencias florales, dando a la idea aún más posibilidades), aquellos dulces perfiles de sus hombros, de su cara, esa cabeza levemente en movimiento, que agradable, mi mente era la reina allí.
Y para rematar Carmen de Bizet, fue la apoteosis y se notó que la tenemos conocida, por supuesto la sensibilidad de la soprano alemana quedó patente por última vez en el auditorio.
Que diferencia en las sopranos, primero los autores y ella con su voz, era impresionante, otra forma de estar en escena y por supuesto otro contraste en personalidad y onda. Esta finlandesa, posee una increíble fuerza de voz quizás espectacular, el aspecto de Ilona me sugirió a las imágenes de las muñecas rusas. Su ropa era algo que recordaba una sirena en poesía, oscuro sobre fondo azulado, que como la parte de arriba caía de lado, asemejaba la cola de ese ser en el azul del mar. Estaba en un vaivén lento e imperturbable, sus gestos eran más evidentes, marcaba también con su cara y boca las notas, recordaba a casi todas las cantantes de esta materia.
La voz era protagonista, llegaba a unas alturas que parecía increíble que el local se mantuviera en pie, miraba hacia arriba para ver si algo se movía, llenaba todo, he de confesar que tuve que abrir la boca, como ha de hacerse cuando subes un puerto en auto y la presión te tapona los oídos, ¡que barbaridad!, todos mis órganos retemblaban, en algunas partes de esta partitura, mi piel tomó aspecto basto por el erizamiento del bello, algo inaudito, todo fuerza.
Nuestra pianista sin edad, era lo más campechano que pudiera esperar, quizás su experiencia le daba esa facilidad, remarcó casi que ofendida, que las guías de las obras estaban equivocadas, por tanto dijo, les explicaré cuales son los autores y las piezas que cantará Diana, aclaró que la segunda cantante lo tenía bien explicado en el impreso, colocó por primera vez el taburete a su medida y comenzó mi autentico concierto.
Me cuadró estar en el lugar más preciado para los admiradores de este instrumento, veía su mano derecha y en el reflejo del frontal del teclado la izquierda. Era justo lo que yo necesitaba para admirar esa facilidad y gracilidad en su trabajo o puede ser su deleite, se deslizaban como patinadores sobre hielo, con desplazamientos suaves e impetuosos en otras ocasiones, llevaban a las cantantes a sus comienzos y finales con autentica sutilidad, acompañaban y ayudaban en los espacios, y cuando era independiente en algún tramo de la partitura, entonces esa "artista", Madalit, era una atentica diosa.
Las manos parecían volar y bailar, que talento y que carácter, su edad le permitía refunfuñar en público, por tener que regular cada poco el taburete, dejando flotar en el aire algo así como: Tanto costará comprar otro taburete…
Que verano Uve, disfrutar define en corto todo esto, alguna vez meditaré como explicarlo, hasta entonces abrazos, Lines, es perfecto para tratarnos, seguro que escrito por ti suena diferente.
Ángeles Sánchez Gandarillas
San Vte. De la Barquera
23 de julio de 2009
Esta vez estuve contenta, casi completo el aforo, todos en espera de la entrada de los jóvenes artistas, coinciden en edad dos 24 años (gemelos) y las sopranos 28, la pianista intemporal. Comenzó con el violonchelo y su intérprete Antonio. ¡Dios!, las notas que salían en general del instrumento, me dejaron estupefacta, la acústica era me atrevo a decir buena, pues tampoco soy experta en ello, más que nada porque estaba integra en el local, sin altibajos ni ecos, el recogimiento de los espectadores era poco visto.
Y en la partitura de Bach, aquellas manos recorriendo el mástil del chelo, los dedos oprimiendo sabedores en cada traste las cuerdas y dejando salir unas preciosas notas. La primera pieza me hizo transportarme a una escena de ballet, aquellos dedos se convirtieron en cinco danzantes sobre sus zapatillas achatadas para así conseguir equilibrio, los dedos-bailarines se agitaban, bailaban, saltaban, se inclinaban y buscaban la posibilidad en algunas ocasiones de levantar a alguno de ellos por los aires, ¡que agilidad!, llegaban siempre a tiempo. El arco estaba en su trabajo de vaivén sin desaliento, sonando imperturbable.
La segunda obra de Britten, mi cabeza se fue a un grupo de mozalbetes que jugaban con poco ruido, seguramente para dejar descansar a sus mayores aunque de vez en cuando alguien se alborotaba y las notas reconvenían para bajar de nuevo los tonos. Otra de las partes fue un deleite, sólo tuve ojos y oídos para Antonio, como mantenía el sonido constante de fondo, a pesar de ello otras notas coincidían en el tiempo, autentica magia.
El violín de Pablo era otra cosa y las obras de Bach y Paganini también, aquí noté un conversación respetuosa de varias personas, que dejaban la palabra a cada uno de ellos, se oían las diferencias de los hablantes, en los cambios de tonos y era difícil abstraerse tanto del entorno; el violín era más real, estaba allí y lo llenaba todo, incluida la imaginación, consiguió quedarse conmigo por completo, ¡cuanto ensayo y cuanto virtuosismo!.
La soprano Diana, tenía un don especial, me recordó algo a Ana en sus escritos, por lo poco que gesticulaba y lo suave que lo hacía, con que poco llenaba o sugería una escena allá cerca de la Selva Negra alemana, llegados desde una población cercana, por ejemplo Kaiserslautern, de noche , reunidos todos ante un concierto familiar, tan solo con piano y cantante, con las estrellas por testigos y con el deleite de las fragancias de flores hermosas, (mi compañera de butaca prestaba el perfume que llevaba seguro de esencias florales, dando a la idea aún más posibilidades), aquellos dulces perfiles de sus hombros, de su cara, esa cabeza levemente en movimiento, que agradable, mi mente era la reina allí.
Y para rematar Carmen de Bizet, fue la apoteosis y se notó que la tenemos conocida, por supuesto la sensibilidad de la soprano alemana quedó patente por última vez en el auditorio.
Que diferencia en las sopranos, primero los autores y ella con su voz, era impresionante, otra forma de estar en escena y por supuesto otro contraste en personalidad y onda. Esta finlandesa, posee una increíble fuerza de voz quizás espectacular, el aspecto de Ilona me sugirió a las imágenes de las muñecas rusas. Su ropa era algo que recordaba una sirena en poesía, oscuro sobre fondo azulado, que como la parte de arriba caía de lado, asemejaba la cola de ese ser en el azul del mar. Estaba en un vaivén lento e imperturbable, sus gestos eran más evidentes, marcaba también con su cara y boca las notas, recordaba a casi todas las cantantes de esta materia.
La voz era protagonista, llegaba a unas alturas que parecía increíble que el local se mantuviera en pie, miraba hacia arriba para ver si algo se movía, llenaba todo, he de confesar que tuve que abrir la boca, como ha de hacerse cuando subes un puerto en auto y la presión te tapona los oídos, ¡que barbaridad!, todos mis órganos retemblaban, en algunas partes de esta partitura, mi piel tomó aspecto basto por el erizamiento del bello, algo inaudito, todo fuerza.
Nuestra pianista sin edad, era lo más campechano que pudiera esperar, quizás su experiencia le daba esa facilidad, remarcó casi que ofendida, que las guías de las obras estaban equivocadas, por tanto dijo, les explicaré cuales son los autores y las piezas que cantará Diana, aclaró que la segunda cantante lo tenía bien explicado en el impreso, colocó por primera vez el taburete a su medida y comenzó mi autentico concierto.
Me cuadró estar en el lugar más preciado para los admiradores de este instrumento, veía su mano derecha y en el reflejo del frontal del teclado la izquierda. Era justo lo que yo necesitaba para admirar esa facilidad y gracilidad en su trabajo o puede ser su deleite, se deslizaban como patinadores sobre hielo, con desplazamientos suaves e impetuosos en otras ocasiones, llevaban a las cantantes a sus comienzos y finales con autentica sutilidad, acompañaban y ayudaban en los espacios, y cuando era independiente en algún tramo de la partitura, entonces esa "artista", Madalit, era una atentica diosa.
Las manos parecían volar y bailar, que talento y que carácter, su edad le permitía refunfuñar en público, por tener que regular cada poco el taburete, dejando flotar en el aire algo así como: Tanto costará comprar otro taburete…
Que verano Uve, disfrutar define en corto todo esto, alguna vez meditaré como explicarlo, hasta entonces abrazos, Lines, es perfecto para tratarnos, seguro que escrito por ti suena diferente.
Ángeles Sánchez Gandarillas
San Vte. De la Barquera
23 de julio de 2009
1 comentario:
Lines.
Sinceramente, creo que la fuerza descriptiva de tu visión, es tremenda¡¡
un abrazo.
V.
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