lunes, 15 de noviembre de 2010

EL TINGLADO SE ACABÓ

Pues sí, se acabó. Por lo menos en la parte que está más cerca al puente de la Fuente Nueva; eran las antiguas bodegas o locales para uso y almacenamiento de los enseres pesqueros, si bien es verdad, que éstas que están derribando, fueron las últimas en hacerse. Causa cierta angustia; es una parte en nuestra historia de la pesca durante casi 55 años; caerá igualmente la nevera inmensa o la famosa “fábrica de hielo”, para la conservación de la pesca y fabricación de éste que tiene bastantes menos años.

Han cerrado las dos escaleras y parte del entorno del muelle, dejando una zona del puerto a la orilla del mar para el atraque y desarrollo de los trabajos del día a día pesquero. Se puede ver perfectamente la evolución de este trabajo arrasador desde el puente.

Es posible que hoy fuera uno de los mejores días para esa labor, semi húmedo por el agua caída, evitando así la polvareda que se distribuye y cuela por todos lados; también con lo justo de tristeza para acompañar las miradas de los marineros que están en tierra debido al temporal que gruñe amenazante tapando la barra con olas de doce metros, e inundando y raptando las arenas de nuestras playas. Es tal su fuerza que incluso la ría, siempre protegida y en calma, aparece resacosa manifestando un oleaje de tal calibre, que consiguió traspasar el parque de las palmeras y llegar a la otra acera de la carretera, además de desplazar los coches aparcados en la parte más cercana a la ría; muchos de los establecimientos del entorno de La Cabaña se vieron anegados por el agua invasora y temible.

Las maquinarías pesadas que se utilizan en este momento son dos. Una es una excavadora con pinza de cizalla hidráulica, con ella pulveriza el hormigón como si fueran galletas en las manos de un bebé. Su forma recuerda los esqueletos de los dinosaurios que arman los chiquillos, parece una copia de la osamenta de boca y cabeza de ese ser antediluviano. Estrecha, plana, con dientes metálicos amenazantes, pendiente de un brazo extendido recordando el pescuezo de los megalosaurus, fuerte, largo y grande, la del artilugio mecánico terminando en una apertura provista de un par de incisivos de acero aleado como el resto del aparato.

Aprisiona las placas del piso entrelazados con hierros y cemento, quizá más gruesos que algunos edificios de hoy en día a pesar de haber sido almacenes. Lo que más sorprende es su finura seleccionando materiales con esa grandísima boca; separa pequeños utensilios entre otras de las muchas habilidades que exhibe su conductor. Lo mismo descarna los cables de hierro que están hundidos en el cemento compacto, sacudiendo y golpeando para soltarlos, que con delicadeza retira menudencias de cañerías de plomo antiguas, cables de la luz o cualquier otro deshecho que se le haya escapado a la excavadora.

Se la denomina de gancho con forma de mano de niño pequeño de suave contorno, dispuesta en rejas redondeadas, que cierran o abren cuando es necesario agarrar paredes, tejados o columnas, empujar o hundir golpeando; se gira en 360º hasta asirlos, escogiendo cuidadosa y lentamente cada lugar a demoler. El tractor se gira por completo con sus ruedas de tanque de guerra; a veces se alza sobre los escombros ya seleccionados, con el peso y estabilidad necesaria para no volcar.

No obstante la sorpresa surge cuando al rumiar las dobles paredes del aislamiento, va recogiendo los canalones, maderas interiores de las tarimas que separaban hasta en tres, los habitáculos del almacén -en origen tenía sólo una pequeña separación en madera, eran naves de arriba abajo-; cada inquilino decidió estructurarla para los artículos de pesca, redes, cuerdas de diferentes grosores, plomos, flotadores, anzuelos, salvavidas o mil artilugios necesarios para las pesquerías y otros servicios, como algunas pequeñas habitaciones utilizadas para archivos y administración de esas empresas flotantes.

Consigue recoger con delicadeza un salvavidas olvidado, de la misma manera que recogería los deditos de una criatura una hormiga con suavidad, tan delicadamente que el animalillo no perece a pesar de la poca habilidad; selecciona también algunos de los cables eléctricos dispuestos alrededor de paredes y vigas, también las partes del suelo en bocados inmensos, desgajando y estirando las conexiones de cableado y tuberías -recuerda a los depredadores ante la pieza cazada, primero retiran la piel estirando hasta arrancarla y luego introducen casi la cabeza para recoger los mordiscos más suculentos-. Consigue en su trabajo destructivo que el tejado vaya cayendo o desmoronándose limpiamente en fases; al caer las tejas parecían los disparos de una ametralladora amenazante o quizá canicas golpeando sobre una mesa de madera. Trabaja con orden y sabiendo perfectamente los puntos flojos de la estructura del conglomerado de almacenes.

Se descubren las paredes blancas aledañas a las vecinas y el vacío que muestran, sensaciones de adiós, de vaciar el armario de ropa ante la salida del hogar o retirar los enseres del ser querido que feneció. Escalofría.

En un momento dado, la grúa paraliza todo movimiento. Está parada sobre los soportales del edificio con sus dos pinzas una contra otra, justo a esa altura en espera, al minuto, aparece un trabajador que carga unas grandes puertas de madera y cristal depositadas en el suelo de ese tramo, las recoge con cuidado, las introduce en ese hueco arqueado de la mano metálica; una vez cargadas, las traslada suavemente a un cangilón enorme apto para ese tipo de material.

Ambas máquinas seleccionaban en diferentes montones su intento reciclador, allí hierro, allá plomo, más lejos el cinc, al fondo plásticos o el cobre conductor de la luz, a la vez hacen de todo pedazos pequeños para que la pala excavadora o retroexcavadora, recoja el escombro y lo cargue en los camiones con toda facilidad.

Hay espectadores marineros con ese aspecto típico de la paciencia en su oficio, asumido en la espera de la pesca, quizá la conformidad ante temporales que impedían su salida a la mar, o la llegada de las inmensas redes a bordo con palangres repletos de anzuelos punzantes sin pesca, de pie con las piernas más abiertas de lo normal como si siguieran intentando guardar el equilibrio en tierra firme, las manos enlazadas a la espalda, rascándose el nacimiento del pelo y levantando el extremo de la boina, observando la caída de esa parte de su historia, curioseando la disposición de las bodegas ajenas, viendo las barandillas recicladas que protegían la subida de pendias escalinatas a los altillos, las separaciones en escasos tabiques, de que si el desván tenía más altura que el otro o aprender de esa distribución para el diseñó de las nuevas bodegas. Eso y una especie de tristeza ante los despojos materiales con el significado de término u olvido de los numerosos años allí metidos, arreglando Aparejos, soldando, moldeando plomos como contrapeso de la red, cosiendo redes en cientos de pañadas, clavando parte de los separadores de los depósitos acoplados a la cubierta para recoger la pesca con cuidado o quizá, las reuniones de jóvenes en los soportales escuchando música o contando sus cuitas.

Una época de la vida que se deja a un lado apartándose a la llegada de la renovación, al desarrollo. Se ve en sus miradas la duda de que el cambio pueda ser a mejor.

En fin, tiempos de cambio, obras en evolución, ruidos madrugadores y golpeteos de las máquinas en su labor. Una mezcla de pescadores y operarios de obras, coloristas y heterogéneos, trabajos físicos dejándonos ver la facilidad y manejo de materiales y pescados.

Al volver la vista un paisaje sobre el pueblo similar al fulgor humeante, luminoso y denso de los últimos y bajos rayos del sol, pasando entre un resquicio entre las nubes, dejando sobre la playa una exposición estática de humo, similar al que cubre el fuego en los incendios ante la falta de viento, lo mismo ocurría desde el alto de la antigua carretera general, esta vez circundaba toda la parte vieja del pueblo envolviéndolo en contraste de color entre el oscuro del cielo y las piedras de esas construcciones medievales.

Magnifico paisaje natural, se ve cada mucho tiempo, quizá los años que tiene el tinglado que hoy perece bajo esos artefactos, sabiendo que la casualidad concedió admirar ese fenómeno natural, disfrutando del descanso de la tempestad que acució la zona, arrastrando coches, pelando el muro de la playa y amontonando arena;
ésta recogió los restos de ramas y barcos, a su vez mostraba la desnudez de las pasarelas y otros enseres playeros arrastrados por el oleaje y resaca del mar, que entró y lambió todo lo que supuestamente estaba seguro.

Naturaleza imponente, salvaje, recuperando su posesión terrenal, dejando claro lo poco que somos a pesar de nuestros ingenios arquitectónicos. Nadie calcula las fuerzas desmandadas que se puedan desatar, ¡nadie!.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera
11 de noviembre de 2010

1 comentario:

Anónimo dijo...

Arribe a tu blog buscando otra cosa en google y debo reconocer que esta muy bien escrito. financial help
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