Hoy me encontré conmigo mismo. Hacía mucho que no nos veíamos, y de pronto, cuando nos fijamos uno en el otro, nos vimos casi como dos extraños. Verdad es que mirar, nos miramos todas las mañanas a la hora del afeitado, pero siempre lo hacemos de forma rutinaria, con prisas, como si apenas nos diéramos cuenta que estábamos uno frente al otro. Además, siempre es en ese momento en que acabo de saltar de la cama, y no he hecho otra cosa que levantar la tapa del inodoro para aliviar la presión de mi vejiga, y en tanto esta presión va aflojando atisbo a través de la ventana el cariz que presenta el día, pero aún no estoy plenamente despierto. Después hay veces que bostezo y algunas que me estiro, aunque por lo general no necesito hacerlo para encontrarme a gusto. Me afeito de modo muy rutinario y me siento en plena forma después de la ducha. El hombre que llevo dentro hace años cantaba en la ducha sin importarle lo mal que lo hacía, y el hombre que soy ahora siente nostalgia de aquel canto que se fue.
Me afeité hoy con parsimonia, acaricié luego dos veces el rostro recién rasurado, y me quedé mirando al hombre que tenía en frente. Hacía años que no me fijaba en él de esa manera, que no sostenía mi mirada aguantando la suya escrutadora y fría. Le contemplé en silencio y me dio lástima de sus ojos empequeñecidos y hundidos. Habían perdido el brillo y la mitad de las pestañas, y me parecieron hurones heridos en lo profundo de sus madrigueras. Busqué cabellos en su cabeza, y solo encontré en sus sienes pelos ralos sin color, que acrecentaban el tamaño de unas orejas ya de por si desproporcionadas. Había arrugas en la frente y en las comisuras de los labios dos profundos surcos caminando hacia la barbilla parecían querer transformar su mandíbula en boca de marioneta. Contemplé detenidamente su piel salpicada de manchas e imperfecciones como la corteza del roble viejo que se agrieta y desprende a trozos, y como bromeando, para que el comentario de la verdad de lo que en él veía no fuera demasiado doloroso, le dije.
-Te veo estropeado, chaval.
-¡Y lo que no ves!-, Me respondió resignado. Están las piernas que se resienten en sus desgatadas articulaciones y cada día les cuesta más arrastrar mi cuerpo escaleras arriba. Después de cualquier trabajo físico mantengo una lucha constante con el eterno poder de atracción de la tierra, que tira con fuerza de mi cuerpo hacia el suelo, y con frecuencia me gana la batalla haciendo que mis posaderas busquen lugar cómodo de reposo… ¡Si supieras como pesan los años!
Mi yo interno se reveló contra tanta queja.
-Eres un quejica muchacho. Lo único que tienes gastado es el cascarón; es decir, la envoltura externa. La vejez es otra cosa: la vejez son los dolores, las toses empedernidas, la mala circulación o las insuficiencias respiratorias, y tú no tienes nada de eso. Mira, lo realmente importante es el espíritu, y ese se mantiene joven como cuando tenías veinte años. El espíritu activo inyecta ánimos y ganas de lucha. El espíritu activo es vida que se renueva segundo a segundo, y es el que me hace pulsar las teclas para escribirte estas palabras que te saquen de ese desánimo que llevas contigo
-¡Pero qué iluso eres, pobre necio!. Yo no porto ningún tipo de desánimo. Yo solo soy consciente de una realidad imposible de negar y además la acepto, que es lo que no sabes hacer tú. Tu espíritu jovial y mi viejo cascarón forman en su conjunto algo muy parecido a esos globos de colores con que juegan los niños del parque. La goma externa es el cascarón y el gas que envuelve es tu espíritu pletórico de ilusiones… Si la goma está gastada es fácil que el roce más leve la pique y por allí desaparezca tu espíritu cargado de sueños mientras el globo inservible se pierda para siempre entre el polvo del suelo.
-Entonces…
-Entonces nada. Apuremos juntos cada minuto del día. Vivamos segundo a segundo el presente que está en nuestras manos, y saquemos cada cual a nuestro gusto el jugo de esta vida preciosa y puñetera al mismo tiempo. Después, cuando el globo se pique, que le den morcilla, que lo bailado, ya no hay quien nos lo quite. Y a lo mejor hasta puede que este consejo que dejo escrito caiga en manos de otros “globos” que vengan detrás, y los ayude a mirar con optimismo el futuro.
Jesús González González ©
Octubre 2010
Me afeité hoy con parsimonia, acaricié luego dos veces el rostro recién rasurado, y me quedé mirando al hombre que tenía en frente. Hacía años que no me fijaba en él de esa manera, que no sostenía mi mirada aguantando la suya escrutadora y fría. Le contemplé en silencio y me dio lástima de sus ojos empequeñecidos y hundidos. Habían perdido el brillo y la mitad de las pestañas, y me parecieron hurones heridos en lo profundo de sus madrigueras. Busqué cabellos en su cabeza, y solo encontré en sus sienes pelos ralos sin color, que acrecentaban el tamaño de unas orejas ya de por si desproporcionadas. Había arrugas en la frente y en las comisuras de los labios dos profundos surcos caminando hacia la barbilla parecían querer transformar su mandíbula en boca de marioneta. Contemplé detenidamente su piel salpicada de manchas e imperfecciones como la corteza del roble viejo que se agrieta y desprende a trozos, y como bromeando, para que el comentario de la verdad de lo que en él veía no fuera demasiado doloroso, le dije.
-Te veo estropeado, chaval.
-¡Y lo que no ves!-, Me respondió resignado. Están las piernas que se resienten en sus desgatadas articulaciones y cada día les cuesta más arrastrar mi cuerpo escaleras arriba. Después de cualquier trabajo físico mantengo una lucha constante con el eterno poder de atracción de la tierra, que tira con fuerza de mi cuerpo hacia el suelo, y con frecuencia me gana la batalla haciendo que mis posaderas busquen lugar cómodo de reposo… ¡Si supieras como pesan los años!
Mi yo interno se reveló contra tanta queja.
-Eres un quejica muchacho. Lo único que tienes gastado es el cascarón; es decir, la envoltura externa. La vejez es otra cosa: la vejez son los dolores, las toses empedernidas, la mala circulación o las insuficiencias respiratorias, y tú no tienes nada de eso. Mira, lo realmente importante es el espíritu, y ese se mantiene joven como cuando tenías veinte años. El espíritu activo inyecta ánimos y ganas de lucha. El espíritu activo es vida que se renueva segundo a segundo, y es el que me hace pulsar las teclas para escribirte estas palabras que te saquen de ese desánimo que llevas contigo
-¡Pero qué iluso eres, pobre necio!. Yo no porto ningún tipo de desánimo. Yo solo soy consciente de una realidad imposible de negar y además la acepto, que es lo que no sabes hacer tú. Tu espíritu jovial y mi viejo cascarón forman en su conjunto algo muy parecido a esos globos de colores con que juegan los niños del parque. La goma externa es el cascarón y el gas que envuelve es tu espíritu pletórico de ilusiones… Si la goma está gastada es fácil que el roce más leve la pique y por allí desaparezca tu espíritu cargado de sueños mientras el globo inservible se pierda para siempre entre el polvo del suelo.
-Entonces…
-Entonces nada. Apuremos juntos cada minuto del día. Vivamos segundo a segundo el presente que está en nuestras manos, y saquemos cada cual a nuestro gusto el jugo de esta vida preciosa y puñetera al mismo tiempo. Después, cuando el globo se pique, que le den morcilla, que lo bailado, ya no hay quien nos lo quite. Y a lo mejor hasta puede que este consejo que dejo escrito caiga en manos de otros “globos” que vengan detrás, y los ayude a mirar con optimismo el futuro.
Jesús González González ©
Octubre 2010
2 comentarios:
¡A merecido la alegría, esperar un escrito tuyo tanto tiempo, vaya que sí!
Bueno, muy bueno, reflexión positiva del paso por la vida.Conversando contigo, agradezco esa enseñanza para seguir adelante.
Un abrazo que refleje otro y así, se conviertan en dos, ¡Va por tí!
Lns.
Sigues escribiendo, para sorprendernos gratamente ,cada vez que te leemos,gracias Jesús por hacer nuestras vidas un poco mas agradables,besitos.
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