Hora
y media más o menos duró la vivencia que transcribo. Verás, es lunes, y eran
las cinco y media de la tarde cuando haciendo tiempo para acudir a la habitual
cita de seis y diez con Sara Torre en Onda Occidental, me
acerqué al mar frente a La Cabaña.
Diez
o doce jóvenes, casi adolescentes, con menos años que mis tres nietas y casi
tan guapas como ellas, (aunque no tanto), se divertían echándoles migas de pan
a los peces. Estaban tan interesadas en su juego, que hasta dejaron de teclear sus móviles para depositarlos sobre las mochilas que tenían en el suelo.
Amenizaba
el baile que los mubles festejaban con sus idas y
venidas, vueltas y revueltas tras la
lluvia de migajas, un pollo de cormorán
que entre ellos se deslizaba con la velocidad de un torpedo, emergiendo
a la superficie cada vez que atrapaba una quisquilla.
-¡Mira
que pato tan raro!
La
saqué de su error:
-Es
un cormorán. Los patos no se sumergen, y aunque lo hicieran, nunca se moverían
bajo el agua a esa velocidad.
Como
me sonrieron agradecidas, las vacilé un momento:
-Enséñales
el pan, y luego en lugar de echarlo al agua, déjalo sobre el primer escalón de
piedra; verás como los peces salen a comerlo.
Tan
ingenuas eran, que lo hicieron. Los peces no salieron, pero para sorpresa
primero mía, y luego de ellas, se acercaron seis gorriones, de los que dos incluso se atrevieron a comerlo en sus
propias manos.
-¿Sabéis
que peces son estos?
-
Si, ¡truchas!
-
¡Salmones!
-¡Carpas!
-Vosotras
sois más de río que de mar. Los tres
nombres que me habéis dicho, viven en
agua dulce. De todas formas, pensar un poco: ¿No os parece que si fueran de
carne tan exquisita como la de los que habéis nombrado, no habría cantidad de
pescadores cogiéndolos para la cena? Aquí se llaman mubles, se alimentan
habitualmente en las cloacas, y si se come alguno, son los pescados en las
rocas alejadas de la costa.
Eran
de Huesca y Teruel; y empezaron a hacerme tantas preguntas sobre las cosas del
mar, que me libre de poner de manifiesto mi ignorancia, cuando advertí que era
el momento de acudir a la Emisora, y me despedí de ellas.
Como
profesionales de la Radio, en la emisora estaban Sara Torre, y Lidia Cuenca.
Del Taller de Escritura, hoy solo Alba,
Lines y yo. Alba Ortega es la más joven
de todos los miembros de nuestro Taller, y yo el más viejo. Alba es incluso más joven que mis tres nietas, pero al
contrario que las de Huesca y Teruel,
esta sí es tan guapa como ellas.
Hoy
le tocaba leer a Alba a quien no había
visto desde esta primavera. Me pareció que le habían crecido sus ojos
almendrados y hermosos. Pero no fueron sus
ojos de Bambi quienes me
asombraron, sino el texto que había escrito sobre la llegada del verano, y que
leyó en antena para deleite de los oyentes de Onda Occidental.
Poco
más que una adolescente, y escribió como una profesional de las letras. Dejó reflejado en el papel
toda la sinceridad de su sentir, y al escucharla estuve seguro de encontrarme
ante una futura y auténtica escritora. Alba Ortega García; acordaros de este
nombre. Yo ya no estaré presente, pero seguro que alguno de vosotros dirá:
“Mira que razón tenía el viejo aquel que lo predijo” ¡Ánimo, y adelante, Alba! El futuro es tuyo.
Jesús González ©
2 comentarios:
Eso digo yo, si señor, muy de acuerdo contigo, tenemos a la juventud que desborda.
Y tu escrito también.
lines
Muchísimas gracias, estoy llorando de la alegría que me producen vuestras palabras. Aprendo de unos grandes como vosotros, y siempre voy a recordaros y llevaros en mi corazón. Millones de besos.
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