Clausuramos hoy dos actividades: El Taller de Escritura,
y el Club de Lectura de la Biblioteca Municipal de San Vicente de la Barquera.
En total, veintidós personas; aunque somos un puñado más, que por diversas razones
no pudieron acompañarnos.
Lo
mejor del acto no fue la clausura en sí. Ni la visita al Convento de San Luís,
ni el aperitivo en la terraza del Carma, ni siquiera la apetitosa comida que nos sirvieron en “De Vinos…” Lo mejor de todo fueron las horas de
convivencia; es decir, la reafirmación
de camaradería y amistad a la
que nos han llevado las letras, tanto
escribiéndolas como leyéndolas.
Lo
hicieron posible tres puntales inmejorables: El polifacético Luis Alberto
Salcines, quien por amor al arte, por amor a la literatura, por amor a San
Vicente, y porque ya es nuestro amigo
insustituible, se encarga de traernos cada mes a un escritor de reconocido
prestigio para que nos lea algo de su obra, y mantenga después con nosotros una charla coloquio. Rafael Sánchez Ortega,
poeta local quien dirige y maneja como nadie los entresijos de nuestro Taller de Escritura, y Samuel Sánchez
de Movellán, bibliotecario excepcional, a quien
por su trabajo y dedicación, solo podría compararse con María Díez, actual bibliotecaria del ayuntamiento de
Santa María de Cayón, Mónica Gutiérrez,
que dirige la de Val de San Vicente, o
con Chelo Veiga artífice de la
biblioteca de Pumarín en Oviedo. Este cuarteto forma sin duda lo más
profesional de cuantas bibliotecas pueda haber sobre el suelo de nuestra Piel
de Toro.
Pues
a las doce en punto de la mañana abrieron especialmente para nosotros las puertas de la finca donde
se ubican las asombrosas e imponentes ruinas del Convento de San Luis, y también de forma especial para nosotros fue Vicente
Cortavitarte, corresponsal oficial de esta zona para el Diario Montañés, quien
nos relató la historia siempre interesante de este lugar único y prácticamente
desconocido para el gran público.
No
sé si fue porque encontré la finca cuidada de bien como jamás la había visto,
si fue porque el día que amaneció brumoso, se tornó resplandeciente a la hora
de la visita, o porque ni buscados con
un candil podrían encontrarse mejores elementos para formar el grupo que éramos,
el caso es que las arcadas del claustro,
el interior de lo que en su día fue iglesia, y la estilizada espadaña de
su fachada principal, me parecieron hoy
de una hermosura mucho más extraordinaria que la que guardaba mi memoria.
Fotos,
a montones. Ni que fueran japoneses. Seguro que las habrá extraordinarias. Y
seguro que nadie me mandará ninguna; unos porque no les dije que hicieran, y
otros porque sí se lo dije. Que ya lo decía el viejo aquél de mi pueblo: “Igual
decir so, que arre, que el burro hará lo que su tozudez le mande”. (Lo de burro,
solo es un refrán, no os amparéis en ello para tener un motivo por el que no
enviarme las fotos).
Los
guardianes del lugar nos dijeron que comían a la una. Si hubieran sido
prudentes, seguro que hasta las dos y media que comíamos nosotros, nos hubiéramos
quedado a la sombra de los magnolios comentando la belleza del entorno, y hasta
hubiéramos olido alguna hoja del enorme
alcanforero que se exhibe como árbol extraordinario de Cantabria. Así
que muy delicadamente nos fueron indicando el camino de salida, con el mismo
entusiasmo que si no supiéramos nosotros por donde habíamos entrado.
Yo
había dejado el coche a la puerta de la finca, y lo fui a buscar para
estacionarle en el centro del pueblo. Me
avisaron que estaban a la sombra en la terraza del Carma, y cuando llegué dudé si me encontraba en San
Vicente, o en la Baviera alemana, pues jarras de cerveza, grandes como la que
tenían sobre la mesa, sólo las había
visto en “Sissí Emperatriz” aquella
película almibarada que catapultó a la
fama en los años “catapún” a María
Schneider.
Después
a “De Vinos”, que es como se llama ahora el bar que hay en Las
Escalerillas. Es un local que sin saber
porqué, a mi me agobia un poco. El
comedor que está en el altillo, me agobia un mucho. Y esto sí sé porqué:
resultan tan bajos los techos, que si alguno dudara de la fidelidad de su
esposa, le recomiendo se pasee por allí, por aquello de detectar la cornamenta
contra el techo, si es que la tuviera.
Ensalada.
De lechuga verde, lechuga roja, y hasta canónigos, (pero no de los que visten
sotana). Nueces, pasas, y sobre
todo ello un chorretillo de ese sirope
agridulce, hecho de no sé qué,
que pusieron de moda hace algún tiempo esas gentes inventoras de la comida de diseño. Rabas sin
diseñar, y unos langostinos a la plancha, recién hechos, que consiguieron que
nos chupáramos los dedos. Pero nos los chupamos por poco tiempo, porque con
esto de la crisis, ni nosotros queríamos pagar más, ni los del restaurante
ganar menos; así que sólo dos por barba. Pero eso sí, enormes y exquisitos. Y
también almejas, no sé si estaban en salsa verde, a la marinera, o salsa
caribeña, pues como nunca fui bailador, no entiendo muy bien lo de las
salsas. Como cada almeja era mucho más
pequeña que cada langostino, de estas tocamos a cuatro, que teniendo en cuenta
lo que dije antes sobre la crisis, tampoco estuvo mal. (Ya lo dicen los viciosos de los
restaurantes, que tal como se está poniendo
de cara la vida, hasta los mariscos han empezado a cambiar de nombre;
dicen que ahora las langostas, se llaman
langostias). Me equivoqué en el postre.
Los que pidieron tarta de queso, aseguraron que
fue exquisita. Yo soy amante del
queso, pero no de las cosas que llevan
queso. Lo mismo que lo soy del
chocolate, y no me gustan las cosas que llevan chocolate. Así que pedí helado,
y no me gustó. Si tuviera que definir su calidad, diría que de pin-pan.pún…
Pero
comimos muy bien. Al principio me
aturdió el guirigay de veintidós
personas hablando por lo menos la mitad al mismo tiempo. Pero en cuanto estuvo
el yantar sobre la mesa, bajaron los
decibelios. Recuperamos a Flor, quien hacía tiempo había desaparecido del
Taller. Agustín Laguna, que es como las aguas del Guadiana, esta vez emergió
para permanecer, y Luís el “peregrino”, no se despistó y estuvo con el grupo en
todo momento. Añoramos a Isabel, Jezabel,
Alba, Lucía, Susi, María Escobio… (Y si olvidé a alguien, que perdone y
se coloque en los puntos suspensivos).
Al
final hubo sorpresa. Se leyeron relatos y poemas de alguno de nosotros, y a
cada uno se nos regaló un DVD. con una
grabación que en su día se hizo en la Biblioteca, para el encuentro que tuvimos
en el Palacio de Festivales de Santander con los más importantes Clubs de Lectura
de Cantabria y Asturias, y el escritor Bernardo Artxaga, y un marca-páginas
salido del taller de Nieves Reigadas, artista hasta la médula.
El
único fallo fue haber clausurado las dos cosas en un solo día. Momentos como
estos se deben de repetir con frecuencia, y una forma de empezar a hacerlo, es
celebrándolos por separado. O en conjunto, pero por partida doble, porque decir
triple, igual es demasiado para empezar.
Jesús González ©
1 comentario:
Como siempre un relato perfecto del bonito día que disfrutamos.
¡Qué bien manejas la pluma, en este caso el teclado del ordenador!
Un beso,
Nieves
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