No,
no. Ni mucho menos estamos aislados, que ciento una personas reunidas en un
hotel, ya por sí solas formamos una multitud. Quiero decir que fuimos “a Isla dos” veces, y
que a continuación voy a relatar mi
impresión de este segundo viaje, porque la del primero la relaté en su momento.
El
lunes 16 de junio salimos de Unquera casi
a las diez en punto de la mañana dos autobuses
llenos gente mayor, es decir, de personas serias y responsables, y no paramos hasta Vidular. Ah, ¿Qué no sabes
donde es Vidular? Yo tampoco lo sabía
hasta el otro día que lo aprendí. Creo que ya te lo he dicho otra vez: “Para aprender, viajar, preguntar, y leer”. Nosotros no lo
preguntamos, ni lo leímos, pero como viajamos, lo aprendimos. Dejamos la autovía que lleva a Bilbao a la
altura de Gama donde nos esperaba el dueño del hotel para acompañarnos. El
dueño fue delante, en un coche descapotable, como el de los capos esos de las
películas, pero sin fusiles ametralladores. (yo creo que solo le usa para
impresionar a los clientes), y después
de rodar tres kilómetros interminables por una estrechísima carretera que
subía y bajaba por unas lomas que a mi
me recordaron las dunas de un desierto
que conocí hace años en Egipto, pero que aquí no eran desierto porque estaban
pobladas de vegetación, y después de tener que hacer el conductor tres o cuatro
maniobras para poder tomar las curvas, y después de llegar a una cerradísima
revuelta con la esquina de una casa tan
pegada a la carretera, que no sabíamos si coger entre todos el autobús en
brazos para que pudiera girar, o coger entre todos la casa y mandarla a tomar
por donde Caperucita llevaba el cesto,
llegamos a un lugar, donde ya no pudieron seguir rodando los autocares.
Bueno, pues ahí es Vidular. Y Vidular, es
un pueblo, que no es pueblo. Pero si es pueblo. Lo que pasa es que no hay dos casas juntas; están todas
separadas lo mismo que las cabañas de los pasiegos en Pas, pero sin ser
pasiegos. El paraje es precioso. Tranquilo y tan sereno, que si un día coges una depresión, te vienes aquí y en
menos de veinticuatro horas o te has curado, o te has pegado un tiro si es que
llevas contigo una pistola.
Pues
después de haber descendido a pie medio kilómetro más, se llega a las Bodegas
Vidular. No sé como coño se les ocurrió a esta familia hacer en semejante sitio
una plantación de viñas, algo así como “Gran Reserva”, de la serie
aquella de televisión, pero en chico. Atentos, hasta más no poder.
Jarras y jarras de un vino tipo Alvariño, de buen paladar y fresco que se
colaba solo. Aceitunas, y patatas fritas un poco revenidas, pero como se suele
decir, a “caballo regalado, no le mires el diente”. Total, la industria
vinotera, pequeña, pero moderna y prometedora. Yo no soy bebedor, pero si un
día me da por ello, prometo pedir siempre “Ribera del Asón” que es su marca.
Desanduvimos
las dunas que no son dunas, desdimos las curvas que habíamos dado, llegamos de regreso a Gama y de allí sin parar, hasta
el Hotel Olimpo de Isla, que ya conocíamos del año pasado. Nos dieron las
llaves de las habitaciones, subimos, meamos en la taza esa que siempre
encuentras precintada con una cinta de plástico lo mismo que precinta la guardia civil las puertas
de las casas donde se cometen los
crímenes, abrimos la persiana que da a la terraza que mira a la playa, y de
verdad, de verdad, yo me sentí como uno de los dioses del auténtico Olimpo, de
los atenienses de aquellos tiempos
mitológicos.
El
Hotel es de cuatro estrellas, y está muy bien; pero lo mejor es su emplazamiento junto una cala
preciosa, y rodeado de unos jardines acorde con el descapotable del dueño. En
recepción, además de unas mozas agradables, tiene también un Thar del Himalaya
disecado de bonito pelo y mejores cuernos, puesto allí, puede ser, como reclamo
a que para “poner cuernos a alguien”, aquel puede ser el sitio ideal. (Al
menos, es lo que pensé yo, cuando le vi al bicho los suyos).
Comimos,
descansamos una hora, y nos fuimos corriendo a visitar el Santuario de la Bien
Aparecida. Os juro que los curas Trinitarios voltearon las campanas única y
exclusivamente para recibirnos a nosotros. O mucha influencia tiene con ellos
Adolfo el de Abanillas, (que tampoco es de Abanillas, aunque por esa coletilla
se le conoce ), o fue cosa de nuestro
presidente Merino, que para algo estuvo de médico unos años en Ampuero, o fue
otra de las sorpresas que nos tenía preparada el del descapotable. Fijaros que
hasta en cuanto los curas descubrieron los autocares, echaron a correr hacia
nosotros para recibirnos con los brazos abiertos. Nos contaron la historia del
Santuario, nos dieron a besar la Virgen cuya imagen al parecer es la más
pequeña de la de todas las patronas de los pueblos de España, pues solo mide
veintiún centímetros, e hicieron misa
oficiada por el padre Superior para el que quisiera oírla. Después el Superior
que es un señor vasco, cercano, y hasta un poco cachondo, nos volvió a
acompañar hasta los autobuses, y esperó a que arrancaran para despedirnos
agitando el brazo como despedían las
madres a los quintos que iban para la guerra.
Parada
en Laredo. Una visita a la playa Salvé y poco más. Me gustó un montón un monumento de estilo moderno y dedicado a los hombres del mar, y
no pude por menos de recordar el de los cuatro hierros que tenemos a la entrada
de San Vicente, que nadie sabe si homenajea a los hombres del mar, o a los
marcianos que un día puedan llegar Nos fuimos al hotel, cenamos, y la mayoría
bailaron hasta la una de la madrugada. Los más pachuchos, o derrengados como
yo, a la cama a descansar, que mañana hay que madrugar.
Pues
no madrugamos, pero a la nueve en punto de la mañana ya estábamos todos
desayunando, y con el equipaje listo para subir a bordo en los autocares. De un
tirón hasta el puerto de Santoña donde
nos esperaba un barco de esos que están especialmente preparados para hacer que
el visitante goce de un paseo por el mar, de lo más interesante que puedas
imaginar. Por muchas veces que hayas visitado Santoña, si no navegaste su
estuario por lo menos hasta el Faro del Caballo como hicimos nosotros, no
puedes presumir de conocer uno de los rincones marítimos más bonitos sin duda, de todas las costas de
España. Pero además, es que pilotó el barco el mejor guía turístico que puedas
echarte a la cara. Empezó a hablar al mismo tiempo que las hélices movieron la
embarcación, y no paró de hacerlo hasta que esta atracó de regreso en el
muelle. ¡Coño, qué tío más simpático este Alberto! Nos dio una lección de historia local,
nacional e internacional; de náutica, de monumentos y fuertes, y hasta de oceanografía,
pero con un saber decir, y un saber mantener la atención de quienes le
escuchan, que si en España hubiera muchos maestros que supieran explicar de ese
modo las lecciones a sus alumnos, nos
desasnaban a todos en menos que canta un gallo. Este viaje por sí solo bien mereció la
excurión.
Después
visitamos el Centro de Interpretación de las Marismas de Santoña, Victoria y
Joyel, donde aprendimos la importancia
que tienen estos estuarios y marismas para mantener el ecosistema, sobre todo
en lo relacionado con las aves migratorias.
Y como colofón, nos fuimos todos juntos a comer a La Lonja.
Lo de ir todos juntos no es más que una forma de hablar, pues hubo por ahí una
media hora cabrona que se escapó del reloj de todos nosotros, y a unos nos
metió en el comedor media hora antes que a otros, pero te juro que al final
terminamos de comer todos al mismo tiempo. Comimos el mismo menú del año pasado, pero a mí me pareció que
mucho peor. Ya lo sé Adolfo, ya lo sé: no está bien quejarse
por nada, pero que quieres, yo soy así de crítico, y lo mismo que digo lo que
me gusta, creo que debo decir lo que no: Al menos en mi plato, solo cayeron
patatas. El bonito lo tuvo que ir a buscar el camarero cuando le pregunté donde
estaba, y para conformarme me trajo cuatro dados sonrosados, que le pregunté
donde tenían los puntos negros para poder echar una partida. Las albóndigas de
verdel mas secas que el esparto, y la leche frita… ¡Ay, la leche frita! ¡Con lo bien hecha y rica que estuvo la del
año pasado! Lo primero que pensé fue si
sería que las vacas del lugar, ahora daban la leche amarilla. A continuación me
recordé del Flan Chino El Mandarín que en aquella época del hambre, cuando yo
era crío, comíamos de vez en cuando como si fuera el maná que nuestro Señor
envió a los israelitas cuando lo pasaron
tan mal en aquel éxodo… Pero hombre, si es que ni el rebozado se le pegaba… Y
es que a lo mejor, o mejor dicho a lo peor, el rebozado tampoco era rebozado,
que en lugar de estar hecho de huevo batido y espolvoreado de azúcar, le
pusieron una telilla sintética como a las morcillas de los supermercados que
tampoco son de tripa como Dios manda…
De
todas formas, si no fuera por estas cosas, por las buenas y por las menos buenas, de qué coño iba yo a
escribir para que tú perdieras el tiempo leyendo mis tonterías, ¿Eh? ¿De qué?.
Jesús González ©
2 comentarios:
Hola Jesús.
Verás, el monumento al pescador de San Vicente tiene una lectura de verdad increíble.
La cabeza pequeña para pensar poco y que los grandes hombros sirvan para trabajar sin descanso, y así, no tener tiempo de llenar el escuálido estómago que esculpieron. es decir: Poco pensar, mucho trabajar y poco comer.
Abrazo viajero-escritor-viajero
.
Lines
Lines, pues a pesar de todo, no me gusta ni mucho ni poco. También puede querer decir: Poca cabeza del autor para pensar lo que hacer, poco estómago para digerirlo, y mucha espalda para aguantar las opiniones de cuantos miren su "obra".
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