No estoy seguro de nada, pero creo que antes, (me refiero al antes de cuando yo era joven,) la fiesta de Todos los Santos era una cosa, y el Día de los Difuntos era otra que se celebraba al día siguiente. Esto es, el primero de Noviembre los Santos y el día dos, los Difuntos. Eran los días en que el otoño empezaba a mostrarnos las uñas del invierno con vientos desapacibles e incluso fríos, y si no era hoy era mañana, escuchabas decir a los viejos del lugar: “Por los Santos la nieve en los altos”. Y solían acertar, como también acertaba el calendario Zaragozano, que en estas mismas fechas pronosticaba lluvias “en algunas regiones”. Siendo así de imprecisos, el más tonto era un sabio, porque nunca faltaría algún alto con nieve o región de España donde llorara una nube.
Pienso que es por la escasez de curas para celebrar tanta misa y tanta ceremonia en los cementerios, que hoy se ha hecho un compendio de estos dos días en uno solo. Antes yo siempre estuve convencido de que lo que celebrábamos el día uno era un culto a todos los santos del cielo, y el día dos a todos los muertos de nuestros pueblos.
Hoy el día se sigue llamando de los Santos, pero a quienes realmente vamos a rendir culto es a los muertos. Vete a saber si es porque los santos no son tantos como dice el santoral, o porque son unos señores que si realmente son santos, ninguna necesidad tienen de mejorar su situación y entonces para qué pedir a Dios más por ellos. Pero los muertos, nuestros muertos, esos si los conocimos, los quisimos, y quien cree reza por ellos y quien no crea acude a honrar su memoria que es lo menos que podemos hacer.
Por costumbre, por tradición, o vete tu a saber si por pura rutina, hoy acudí a la misa de mi pueblo y regresé con la sensación de no haber honrado a mis muertos más que cualquier día de esos que vuelvo la vista atrás y pienso en cada uno de los míos que se fueron. Había flores en el cementerio, aunque ninguna era mía. “En vida hermano”, solía decir el padre Guerra, y estoy de acuerdo con él. No me parecen mal las flores. Son un gesto bonito; pero no me dicen más. Para algunos, es un negocio. Prefiero un minuto de silencio, dos frases de amor a su recuerdo, o una corta oración si para ti supone algo.
El cura en la misa de hoy me robó toda la atención que debí poner en ella. Hubo sermón al principio, al medio, y al final de ella. ¡Qué manera de gesticular la este cura! Movía los brazos extendidos como aspas de molino de viento que era un primor. Le daba un meneo a los dedos de sus manos, y hacía tales gestos, que pensé en el buen malabarista que pudo haber sido. Dramatizaba de tal forma hablando, y arrastraba las erres en su pronunciación, que me pregunté a mi mismo si en vez de en un seminario, no habría hecho este hombre su carrera en una escuela de arte dramático. Se empeñó en no dejarme escuchar la misa, y lo consiguió, porque cuando dejaba de hablar y seguía celebrando, yo continuaba pensando en aquél “amorrrrrr y aquél Señorrrrrrr…. que me claveteó en el cerebro.
Después fuimos al cementerio, y antes de rezar el Padre Nuestro, otro sermón. A continuación tomó el hisopo del agua bendita que fue sacudiendo nicho tras nicho mientras pedía: “Señorrrrrr, perdona sus pecados.” Yo ante esta petición me quedé de piedra: Si la cosa es como nos enseñaron, el perdón o no perdón, esto es, la condenación o la salvación, ya estaba decidida desde el día de la muerte de cada uno de los allí enterrados. Entonces, ¿Qué esperaba lograr él?
Saqué en consecuencia que al menos la intención de recordar y honrar nuestros muertos juntó allí un gran número de gente, supongo que de buena voluntad, cosa que ya por sí mereció la pena, y luego cada cual para sus adentros piense y crea lo que quiera, que si es verdad lo de la otra vida, ¡olé, qué bien!, y si no lo es, mira tu, tampoco nos vamos a enterar.
Jesús González González ©
1 de Noviembre 2010
Pienso que es por la escasez de curas para celebrar tanta misa y tanta ceremonia en los cementerios, que hoy se ha hecho un compendio de estos dos días en uno solo. Antes yo siempre estuve convencido de que lo que celebrábamos el día uno era un culto a todos los santos del cielo, y el día dos a todos los muertos de nuestros pueblos.
Hoy el día se sigue llamando de los Santos, pero a quienes realmente vamos a rendir culto es a los muertos. Vete a saber si es porque los santos no son tantos como dice el santoral, o porque son unos señores que si realmente son santos, ninguna necesidad tienen de mejorar su situación y entonces para qué pedir a Dios más por ellos. Pero los muertos, nuestros muertos, esos si los conocimos, los quisimos, y quien cree reza por ellos y quien no crea acude a honrar su memoria que es lo menos que podemos hacer.
Por costumbre, por tradición, o vete tu a saber si por pura rutina, hoy acudí a la misa de mi pueblo y regresé con la sensación de no haber honrado a mis muertos más que cualquier día de esos que vuelvo la vista atrás y pienso en cada uno de los míos que se fueron. Había flores en el cementerio, aunque ninguna era mía. “En vida hermano”, solía decir el padre Guerra, y estoy de acuerdo con él. No me parecen mal las flores. Son un gesto bonito; pero no me dicen más. Para algunos, es un negocio. Prefiero un minuto de silencio, dos frases de amor a su recuerdo, o una corta oración si para ti supone algo.
El cura en la misa de hoy me robó toda la atención que debí poner en ella. Hubo sermón al principio, al medio, y al final de ella. ¡Qué manera de gesticular la este cura! Movía los brazos extendidos como aspas de molino de viento que era un primor. Le daba un meneo a los dedos de sus manos, y hacía tales gestos, que pensé en el buen malabarista que pudo haber sido. Dramatizaba de tal forma hablando, y arrastraba las erres en su pronunciación, que me pregunté a mi mismo si en vez de en un seminario, no habría hecho este hombre su carrera en una escuela de arte dramático. Se empeñó en no dejarme escuchar la misa, y lo consiguió, porque cuando dejaba de hablar y seguía celebrando, yo continuaba pensando en aquél “amorrrrrr y aquél Señorrrrrrr…. que me claveteó en el cerebro.
Después fuimos al cementerio, y antes de rezar el Padre Nuestro, otro sermón. A continuación tomó el hisopo del agua bendita que fue sacudiendo nicho tras nicho mientras pedía: “Señorrrrrr, perdona sus pecados.” Yo ante esta petición me quedé de piedra: Si la cosa es como nos enseñaron, el perdón o no perdón, esto es, la condenación o la salvación, ya estaba decidida desde el día de la muerte de cada uno de los allí enterrados. Entonces, ¿Qué esperaba lograr él?
Saqué en consecuencia que al menos la intención de recordar y honrar nuestros muertos juntó allí un gran número de gente, supongo que de buena voluntad, cosa que ya por sí mereció la pena, y luego cada cual para sus adentros piense y crea lo que quiera, que si es verdad lo de la otra vida, ¡olé, qué bien!, y si no lo es, mira tu, tampoco nos vamos a enterar.
Jesús González González ©
1 de Noviembre 2010
1 comentario:
Jesús, es posible que lo único que busco en esos momentos u otros más privados, sea darme con la realidad en la cara y confirmar cada vez que voy es que: ¡están ahí mis seres queridos!, y mira, a veces ni lo soporto. Quizá las flores dulcifiquen algo esa evidencia pero, tampoco veo la necesidad. Un abrazo amigo. Lns
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