Un día había soñado con ser alguien, con que su nombre saliera en los periódicos, con que sus letras se publicaran en un libro y ahora, por fin, estaba a punto de hacerse realidad aquel sueño.
Atrás quedaban momentos duros y difíciles, instantes en los que la duda le hizo replantearse si esa afición desmedida por la escritura era algo corriente en su persona ó si por el contrario se estaba pasando un poco y era producto de una adición y una patología peligrosa.
Recordaba lo que en su niñez dijo un médico rural a sus padres, acerca de otra de sus aficiones, la lectura:
-No es conveniente que este niño lea tanto, ya que puede tener problemas a la larga.
Tenía entonces cuatro años y desde aquella fecha habían corrido muchas hojas del calendario. Pasó aquella niñez, vivida intensamente, entre libros y fantasía, a pesar de la prohibición del médico. A ella siguió una juventud llena de sueños y ambiciones, con el deseo de conquistar el mundo, como todos a su alrededor, pero también con aquellos sentimientos primerizos en los que descubrió que algo diferente era lo que buscaba su alma y no precisamente para destacar de nadie, sino para ser él mismo y proseguir su camino.
Luego en su madurez también vivió intensamente, sintiendo la sangre latir por la fuerza de la vida, por los cientos de pequeños detalles que a su alrededor llamaban la atención de su mirada y que eran producto de la esencia que desprendían las personas y la naturaleza.
Ahora, en su otoño, con las sienes plateadas, recordaba todo aquello mientras estaba a punto de dar comienzo el acto en el que leería sus primeros versos. Sin embargo tendría que seguir el guión escrito, debería ser cortés y pronunciar esas frases que casi se sabía de memoria y tendría que dejar guardadas en el cajón de su alma, las palabras con que hubiera querido saludar al mar y a las montañas, a las aves y a los peces, a los ríos y a los lagos, a los bosques y a la playa, y a ese interminable carrusel de amigos que la naturaleza puso a su alcance, para que la vista se recrease y el espíritu lanzara mil suspiros.
¡Si, el viejo sueño estaba a punto de ser una realidad!, ¡ya era famoso!, y sin embargo hubiera querido gritar a los cielos, marchar con el viento y la brisa, correr tras las olas, sentir el abrazo invisible del duro nordeste, plasmar con su voz a la antorcha celeste que sale en la noche y dar esos besos y abrazos que tiene en el alma y están retenidos...
...Pero las luces ya se apagan y sólo queda aquella que ilumina el atril. A su lado un micrófono espera en silencio y hacia allí acude.
Con manos temblorosas separa las cuartillas, mira hacia el público sin ver nada, sólo la oscuridad del recinto y la luz cegadora de los focos que le pega en los ojos. Se humedece los labios y comienza el discurso:
-Buenas tardes amigos. Una vez un poeta escribó lo siguiente: "Al final de la vida se haya el silencio, se encuentran los premios, la paz y la calma..."
Rafael Sánchez Ortega ©
28/11/10
Atrás quedaban momentos duros y difíciles, instantes en los que la duda le hizo replantearse si esa afición desmedida por la escritura era algo corriente en su persona ó si por el contrario se estaba pasando un poco y era producto de una adición y una patología peligrosa.
Recordaba lo que en su niñez dijo un médico rural a sus padres, acerca de otra de sus aficiones, la lectura:
-No es conveniente que este niño lea tanto, ya que puede tener problemas a la larga.
Tenía entonces cuatro años y desde aquella fecha habían corrido muchas hojas del calendario. Pasó aquella niñez, vivida intensamente, entre libros y fantasía, a pesar de la prohibición del médico. A ella siguió una juventud llena de sueños y ambiciones, con el deseo de conquistar el mundo, como todos a su alrededor, pero también con aquellos sentimientos primerizos en los que descubrió que algo diferente era lo que buscaba su alma y no precisamente para destacar de nadie, sino para ser él mismo y proseguir su camino.
Luego en su madurez también vivió intensamente, sintiendo la sangre latir por la fuerza de la vida, por los cientos de pequeños detalles que a su alrededor llamaban la atención de su mirada y que eran producto de la esencia que desprendían las personas y la naturaleza.
Ahora, en su otoño, con las sienes plateadas, recordaba todo aquello mientras estaba a punto de dar comienzo el acto en el que leería sus primeros versos. Sin embargo tendría que seguir el guión escrito, debería ser cortés y pronunciar esas frases que casi se sabía de memoria y tendría que dejar guardadas en el cajón de su alma, las palabras con que hubiera querido saludar al mar y a las montañas, a las aves y a los peces, a los ríos y a los lagos, a los bosques y a la playa, y a ese interminable carrusel de amigos que la naturaleza puso a su alcance, para que la vista se recrease y el espíritu lanzara mil suspiros.
¡Si, el viejo sueño estaba a punto de ser una realidad!, ¡ya era famoso!, y sin embargo hubiera querido gritar a los cielos, marchar con el viento y la brisa, correr tras las olas, sentir el abrazo invisible del duro nordeste, plasmar con su voz a la antorcha celeste que sale en la noche y dar esos besos y abrazos que tiene en el alma y están retenidos...
...Pero las luces ya se apagan y sólo queda aquella que ilumina el atril. A su lado un micrófono espera en silencio y hacia allí acude.
Con manos temblorosas separa las cuartillas, mira hacia el público sin ver nada, sólo la oscuridad del recinto y la luz cegadora de los focos que le pega en los ojos. Se humedece los labios y comienza el discurso:
-Buenas tardes amigos. Una vez un poeta escribó lo siguiente: "Al final de la vida se haya el silencio, se encuentran los premios, la paz y la calma..."
Rafael Sánchez Ortega ©
28/11/10
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