domingo, 7 de noviembre de 2010

CURCUBITAS Y LUNAS CON NUBLADO EN LA REVILLA


Pues sí, son las calabazas hoy las protagonistas. Se cree que tiene su más antiguo origen en México, han sido utilizada para alimentar a humanos y ganado; como recipientes para transportar líquidos o comidas, en decoración o en elementales vestimentas para cubrir diferentes partes del cuerpo humano.

Parecen similares a enredaderas gigantes de suelo, aunque bien es verdad, las he visto subidas a tejados; como las que hay a la entrada de Cabezón de la Sal, por la antigua carretera nacional dirección a Santander, agarradas a la pared y tejado con esa especie de dedos rizosos. Se apropian del entorno, absorben. Siempre me asombra como ese tejado que parece débil, aguante semejante peso, queda cubierto por completo.

Conozco unas cuantas especies, todas excelentes para degustar, desde la más apropiada para hacer el cabello de ángel, purés, tartas, salsas, potajes, tortillas, revueltos, etc., imaginación en la gastronomía. Se utilizaron mucho en otros tiempos complicados, si bien es verdad que se denostaba por ser frecuentemente usada para comida del ganado. Ahora se le adjudican cantidad de ventajas, a ellas y a sus hojas o tallos. Por cierto que con los últimos se hacían aquellas famosas “berrones”, al ser huecas dejaban pasar el aire y al soplar por el corte que se daba producían el sonido de la brama de un ciervo. ¡Eran otros tiempos!.

Se hallaban convertidas en los cuentos en bellas carrozas o casas donde vivían refugiados nomos o enanitos; casi siempre estaban relacionadas con aspectos menos agradables en estas narraciones infantiles, lo opuesto a la abundancia, a los príncipes y a las hadas buenas.

Ni que decir tiene lo que significa para un estudiante, el suspenso por antonomasia.

Sin embargo, hoy la hacemos la reina de la fiesta en esta nueva celebración llegada de otros países, lo extraño es que sea relativamente barato celebrarlo, ¡de momento!. La palabra Halloween quiere decir víspera de Todos los Santos, con disfraces de lo más pavorosos o grotescos posibles.

Así que acepté la invitación de mi amiga musical y ya que no tomamos un café, debido la falta de tiempo para uno mismo, al menos ayudaremos juntas a los críos a vivir esta aventura o juego.

Cuando llegué, ya habían recogido las calabazas de los sembrados que donaron algunos vecinos; diferentes variedades estaban sobre la mesa. Esperaban para empezar el trabajo a que llegara una de las madres con uno de los niños. La inquietud infantil se ponía cada poco de manifiesto, pues lo divertido era comenzar. La señora en cuestión tardaba demasiado.

-Qué si vienen a la pata coja en vez de en coche, que si me aburro, etc.

En fin, ya no podían con su impaciencia y el además, mira tú que problema, el cielo se manifestaba de un gris plomizo y denso, me pareció visto a través de la ventana una pared pintada a conciencia.

De vez en cuando sonaban truenos escalofriantes, entrecortados y potentes. En ese mismo instante pensé que íbamos a coger la mojadura más grande de la vida. Era el ruido del encendido de una caldera cercana.

En la espera se jugó a las palabras encadenadas, al veo veo, a corre que te cojo, hacer diana con una ametralladora sideral, a enseñar los maquillajes de la niña que convidaba, en auténticos estuches de expertos, coloristas o algunos de posturas increíbles al que jamás se le perdería la tapa, pasando por detrás de un lado a otro; era de pasmarse el artilugio. Pero también se cansaron, aburridos ya no sabían en que dar.

-Tengo hambre.

-Quiero agua.

-Pues ahora voy disfrazarme a mi casa.

-¡Para chaval, que te doy una piña!

-¡Mírale, ahora no fui yo!

Uf..., la cosa se ponía fea. La verdad es que era casi más para reírse que para preocuparse. La mayoría de brazos cruzados, con los labios estirados en enfados que duraban lo que dura un suspiro. Un poco de paciencia y se relajaban de nuevo, volviendo a encadenar las palabras, inventándolas a medida de sus intereses, a veces inventadas; las risas eran frecuentes cuando la terminación era complicada para empezar con la siguiente.

Por fin llegó el niño esperado con su madre. Se vengaron rutando en idiomas imposibles de traducir.

-Jolín, mira que tardasteis, ¿por dónde pasasteis, por Roma?

-Y ahora encima se hace de noche más deprisa y estamos sin vestir ni nada.

-Calma, calma, enseguida vaciamos las calabazas. Venga manos a la obra. A ver, la carne de la calabaza servirá para hacer una tarta, así que las manos limpias y con cuidado.

Empezaron la labor mientras se sumaban más chiquillos al grupo. La lluvia apareció descargando el agua a calderadas, se formaban canales delante de la entrada de la socarreña, aparecieron un par de goteras, se esquivaron y tan amigos. Eso no impidió en ningún momento la ilusión y las ganas de todos ellos. Los mayores veíamos cada vez más difícil salir de marcha por el pueblo.

-Ayuda “porfa”. Yo quiero que los ojos estén al revés que en la calabaza pequeña.

-¡Eh, yo lo pedí primero!

-¿Cuándo sacas las fotos mamá?

-Tranquilidad, niños, tranquilidad… ¡cuidado con el cuchillo, mejor la cuchara!

Al cabo de un buen rato, con risas, cansancios y juegos, terminamos las calabazas, a base de quemazones en las manos, aseguramos las velas en su interior. Hicimos la foto con aquellos satélites calabaciles brillantes, tanto como la ilusión de los chiquillos rodeándolas. A mi satélite preferido le apareció la alergia y se arrascaba las manos de continuo. Fueron a vestirse.

La lluvia remitió y cargados de paraguas, chubasqueros, sombreros y niños, fuimos saliendo en una especie de procesión macabra. Venteaba y llovía de nuevo. Nos acompañaba también en este variopinto grupo, una abuela que cumplirá los 85 años en enero, disfrutaba y evitaba los pequeños regueros de agua que se formaban con el temporal como si fuera una niña más. Al mirar atrás, comprobé que éramos una buena pandilla, yo les hubiera dado lo que pidieran con tal de no meterlos a todos en casa. Pero en este pueblo la cosa no va así. Abrieron las puertas y entraban hasta la cocina (menos mal que aquí aún son amplias), aquello hervía de niños de negro y naranja, de calabazas brillantes y del bullicio infantil, los mayores nos quedábamos fuera pero los dueños de cada casa, nos hacían pasar y nos distribuían por el hogar al calor de la lumbre de carbón o de la chimenea.

En una de ellas, observé cuadros y lienzos de buena pintura, el propietario me pasó hasta su salón de estar. Pendían de sus paredes bodegones, retratos en trazos tenues y difusos que en la lejanía dejaban reconocer perfectamente a los dueños de la casa, alguna pintura modernista y original, con pinceladas concretas y estéticas, estudiadas, correctas; su colorido en verdes (creo recordar), tierras o quizá azabaches, sobresalían algunas figuras geométricas bien delimitadas y rellenas de círculos, plenos con esos colores contrastados. Me llamaron la atención. El padre orgulloso aclaró que su hija estaba licenciada en Bellas artes, entre otras titulaciones.

Los niños deglutían lo que les tenían preparado, recogían algunos dineros y casi nos arrastraban hasta la próxima casa. El problema surgió cuando nos tomó la delantera otro grupo.

-¡Qué ya pasasteis antes!

-¡Qué no, que fueron otros!, nosotros estamos disfrazados de otra manera y somos más, lo menos somos 20.

Total que estaban los vecinos ya despojados de los dulces y ante la decepción de los críos, aportaron algo de “pasta”, según dijeron los niños contentos, se juntó con el resto de las monedas y seguimos viaje hasta la cantina. Se hizo recuento de los dineros y se pidió una merienda para los chiquillos.

Me retiré dejándoles cansados, merendando y calmando la sed. En el centro de la mesa descansaba una calabaza, confeccionada con gominolas para ser comida como postre.

Dijeron que también recorren en la Navidad el pueblo, cantando villancicos por las casas en busca del aguinaldo, incluso hacen belén viviente y preparan infinidad de actividades conjuntas, donde niños y adultos preparan todo para que de una manera colectiva, ese trabajo aporte un pequeño beneficio para compartirlo entre todos; una enseñanza plausible. Comparten, aprenden, respetan y valoran, trabajándolo y disfrutándolo.

La luna estaba ausente en el cielo encapotado, pero no importa, tenía muy cerca de mí a quince satélites, con sonrisas y los ojos resplandeciendo como estrellas, parecían flotar en el cielo.


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-La Revilla
31 de octubre de 2010

1 comentario:

Anónimo dijo...

Disfrutas com una niña
los momentos de tu vida
y conviertes en palabras
emociones y alegrias