Hoy ha sido un día extraordinario.
He estado a gusto con muchas personas, quizá un poco más escaso en el tiempo de lo hubiera querido, pero lo suficiente para apreciar en todas ellas el cariño que me tienen. Algunas llamadas de teléfono que en un momento dado necesitaba. Otras en persona, pero igualmente importantes.
Al regresar a casa, he sacado de una bolsa un obsequio que me ha encantado, es un ramillete de cuatro limones preciosos, tres haciendo base y el tercero sobre dos de ellos. En la rama donde están sujetos adornando en un verde esmeralda brillante, cuatro hojas perfectas, con unos dientecillos apenas apreciables, acaban en punta y tienen la forma de un lenguado pequeño. En la parte media de estas sale una vena se extiende hasta el pico, reparte en el camino otras pequeñas pareciendo afluentes verdes extendidas hacia los bordes. Encima de mi mesa, resaltan como el mejor de los bodegones.
Me ha acompañado la amiga que me telefoneó tan oportunamente. Una vez hablé con mi marido, hemos conversado un poco y la he invitado a cenar, no quiso, la acompañé al portal y después de un abrazo de vértigo, partió.
Cuando me quedé sola cavilé un poco sobre lo sucedido esta tarde, puede ser que esté dando a mi vida muchas actividades, pero también podría ser lo contrario, lo mejor será sacar las mínimas conclusiones. Respirar es lo que debo hacer ahora.
Llegué a Sejo de Abajo, caían unas chispitas de agua, se hizo necesario utilizar el limpiaparabrisas, hacía dos semanas que no nos veíamos, por tanto el beso rehizo conversaciones de cariño. Su viaje fue de lo más entretenido, cinco días estupendos de tiempo, visitas y buena comida.
Me entregó un detalle con una imagen religiosa, lo mejor era la leyenda, una definición de la amistad que me llegó hondo, no la esperaba y menos, lo que leí. Dice que vio esa frase y pensó en mí; desde luego que me emocionó. Hablamos lo justito y la dejé con las palabras en la boca, creo que doy a mi vida demasiada prisa, sobre todo con los amigos, les resto tiempo a ellos y me lo resto yo; creo que estas prisas son consejeras poco recomendables. La pedí por favor un par de sus limones y los recibí en una bolsa. Lo curioso es que los tenía preparados antes de que yo los pidiera.
Salí de su casa de más de cien años, con un balcón de antepecho anchísimo, dejando casi un soportal bajo él. En el camino paré a la derecha de una senda para contactar vía telefónica con otra de mis amistades, quedamos en que estaría allí en unos minutos, pero solamente ir, un abrazo y salir, pues nos veremos mañana seguramente.
La lluvia en un sirimiri constante y la oscuridad me acompañaban, la noche ayudada por el cambio de hora, mengua con rapidez la duración de los días; encendí el intermitente para entrar en el camino a su casa. Vi la señal de tráfico que marcaba 40 Km. por hora, me dije que yo ni siquiera llegaría a esa velocidad, pues la oscuridad y la cortina de lluvia hacían prudente ir más lentamente.
De pronto el coche se tomó la libertad de resbalar en la curva que estaba tomando, parecía que se adueñaba de mi voluntad, se deslizaba y me llevaba hacia el otro lado de la calzada, sin comprender lo que pasaba me dieron en los ojos los focos de los coches que llegaban de frente. ¡Dios que me los llevo por delante!, giré un poco el volante y seguí a velocidad increíble, tenía el pedal del freno pegado a la carrocería, más no se podía apretar llegaba a tropezar con la chapa, y veía como la estacada de madera se metía por debajo del coche, el ruido ametrallaba mis oídos.
Apareció de pronto una casita blanca, ¡madre mía me la como!, otro giro y al levantar y volver a apretar el freno, se clavó el coche encima de dos arbolillos que tumbé, justo al lado de un automóvil aparcado. ¡Buff, no entendía lo que pasaba!.
Me toqué y vi que estaba bien por fuera, intenté moverme y conseguí desatar el cinturón, pensaba que quizá el volante se había venido contra mí, pero tan solo fue el impulso.
Salí del coche y note que no me mareaba.
-Bueno parece que al menos no necesitaré ayuda para andar.
Lo que me mejoró rápidamente fue ver a los conductores de los otros vehículos venir a mi lado, estaba sin daño alguno, luego evité el choque, eso sí, estaban algo pálidos.
-Lines, ¿estás bien?
-Creo que sí, ¿vosotros lo estáis?
-Sí, sí.
-¡Cachis la mar, que susto!, menos mal que la valla es de madera y los árboles grandes los quité hace poco.
-Pues sí, dentro de lo que cabe hubo suerte.
-¡Ya te digo!, donde conseguiste frenar era un socavón hermoso.
Suena el teléfono otra vez, pues antes contesté que llamaría enseguida. Era mi amiga de nuevo, con la sensación de que su intuición seguía funcionando, llamó justo cuando estaba intentando salir del coche, pero se paró la llamada en aquel mismo momento, es posible que se apretara el botón de colgar sin querer.
-A ver, me he salido de la carretera, no te agobies que estoy bien.
-Vamos ahora mismo para allá.
-Vale, como quieras, pero estoy bien. me encuentro a unos trescientos metros de la entrada al pueblo.
Al cabo de unos minutos la llamé de nuevo.
-No vengáis que el coche funciona y sigo bien.
-Ya estamos llegando.
-¡Qué rapidez!
Mientras estaba a la espera, intenté informarme sobre la dirección y teléfono de los dueños del jardín. Alguien los conocía.
-Pues yo me caí por el puente del ferrocarril en el paso de tu publucu, con coche y todo hasta las vías, y aquí estoy.
Yo le miraba asombrada, estaba vivo y sano, después de caer ¡a una altura de más de doce metros!
Llegaron mis amigos, me miraron y preguntan por mi salud. Manejaban con soltura los acontecimientos, tienen una oficina de seguros. Pero han venido como amigos, eso tiene un grandísimo valor, el más seguro. Bromea conmigo con un cierto humor inglés, no molesta, relaja y hace olvidar ese momento extremo.
Pensé, sentí, recordé, razoné, sufrí, evité, y salí del coche en cosa de diez segundos que se me hicieron eternos, sin nerviosismo con una tranquilidad que a mi misma me pasmaba, tan solo flojeé al oír la voz cariñosa de mi amiga al teléfono. Por lo demás, todo se arregla según dice mi amigo. Revisamos mi coche y vimos algunos desperfectos en la chapa, intermitentes y espejo derecho; las luces de aviso internas estaban normales, los limpias bien, las luces también.
Pude volver con mi amiga de copiloto hasta casa. Paramos en casa de mi tía, quise tranquilizarla porque las noticias corren como la mecha de pólvora encendida.
Al llegar le dijimos a mi marido que no me había pasaba nada, él se asustó y maldijo por enésima vez el mes de noviembre, pues acaecieron durante varios años algunos historias luctuosas. Lo peor del caso es que, en otros meses igualmente ocurrieron sucesos similares. ¡Pura coincidencia!. Le importaron bien poco los daños del coche.
Ahora tengo algún dolor en la parte derecha de la espalda y en el cuello, posiblemente del tirón del brazo al mover bruscamente el volante.
Me he perdido la conferencia sobre el Fuero, otra vez será.
Veo los limones quietos, dándome su mejor cara, las hojas llenas de vida, su olor, ese color amarillo y el aspecto poroso, reposando sobre el cristal de la mesa proyectando su sombra y a la vez el brillo de la lámpara, una belleza natural sin necesidad de moverme para nada.
La felicidad debe de ser ago así.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-Val de san Vicente
4 de Noviembre de 2010
He estado a gusto con muchas personas, quizá un poco más escaso en el tiempo de lo hubiera querido, pero lo suficiente para apreciar en todas ellas el cariño que me tienen. Algunas llamadas de teléfono que en un momento dado necesitaba. Otras en persona, pero igualmente importantes.
Al regresar a casa, he sacado de una bolsa un obsequio que me ha encantado, es un ramillete de cuatro limones preciosos, tres haciendo base y el tercero sobre dos de ellos. En la rama donde están sujetos adornando en un verde esmeralda brillante, cuatro hojas perfectas, con unos dientecillos apenas apreciables, acaban en punta y tienen la forma de un lenguado pequeño. En la parte media de estas sale una vena se extiende hasta el pico, reparte en el camino otras pequeñas pareciendo afluentes verdes extendidas hacia los bordes. Encima de mi mesa, resaltan como el mejor de los bodegones.
Me ha acompañado la amiga que me telefoneó tan oportunamente. Una vez hablé con mi marido, hemos conversado un poco y la he invitado a cenar, no quiso, la acompañé al portal y después de un abrazo de vértigo, partió.
Cuando me quedé sola cavilé un poco sobre lo sucedido esta tarde, puede ser que esté dando a mi vida muchas actividades, pero también podría ser lo contrario, lo mejor será sacar las mínimas conclusiones. Respirar es lo que debo hacer ahora.
Llegué a Sejo de Abajo, caían unas chispitas de agua, se hizo necesario utilizar el limpiaparabrisas, hacía dos semanas que no nos veíamos, por tanto el beso rehizo conversaciones de cariño. Su viaje fue de lo más entretenido, cinco días estupendos de tiempo, visitas y buena comida.
Me entregó un detalle con una imagen religiosa, lo mejor era la leyenda, una definición de la amistad que me llegó hondo, no la esperaba y menos, lo que leí. Dice que vio esa frase y pensó en mí; desde luego que me emocionó. Hablamos lo justito y la dejé con las palabras en la boca, creo que doy a mi vida demasiada prisa, sobre todo con los amigos, les resto tiempo a ellos y me lo resto yo; creo que estas prisas son consejeras poco recomendables. La pedí por favor un par de sus limones y los recibí en una bolsa. Lo curioso es que los tenía preparados antes de que yo los pidiera.
Salí de su casa de más de cien años, con un balcón de antepecho anchísimo, dejando casi un soportal bajo él. En el camino paré a la derecha de una senda para contactar vía telefónica con otra de mis amistades, quedamos en que estaría allí en unos minutos, pero solamente ir, un abrazo y salir, pues nos veremos mañana seguramente.
La lluvia en un sirimiri constante y la oscuridad me acompañaban, la noche ayudada por el cambio de hora, mengua con rapidez la duración de los días; encendí el intermitente para entrar en el camino a su casa. Vi la señal de tráfico que marcaba 40 Km. por hora, me dije que yo ni siquiera llegaría a esa velocidad, pues la oscuridad y la cortina de lluvia hacían prudente ir más lentamente.
De pronto el coche se tomó la libertad de resbalar en la curva que estaba tomando, parecía que se adueñaba de mi voluntad, se deslizaba y me llevaba hacia el otro lado de la calzada, sin comprender lo que pasaba me dieron en los ojos los focos de los coches que llegaban de frente. ¡Dios que me los llevo por delante!, giré un poco el volante y seguí a velocidad increíble, tenía el pedal del freno pegado a la carrocería, más no se podía apretar llegaba a tropezar con la chapa, y veía como la estacada de madera se metía por debajo del coche, el ruido ametrallaba mis oídos.
Apareció de pronto una casita blanca, ¡madre mía me la como!, otro giro y al levantar y volver a apretar el freno, se clavó el coche encima de dos arbolillos que tumbé, justo al lado de un automóvil aparcado. ¡Buff, no entendía lo que pasaba!.
Me toqué y vi que estaba bien por fuera, intenté moverme y conseguí desatar el cinturón, pensaba que quizá el volante se había venido contra mí, pero tan solo fue el impulso.
Salí del coche y note que no me mareaba.
-Bueno parece que al menos no necesitaré ayuda para andar.
Lo que me mejoró rápidamente fue ver a los conductores de los otros vehículos venir a mi lado, estaba sin daño alguno, luego evité el choque, eso sí, estaban algo pálidos.
-Lines, ¿estás bien?
-Creo que sí, ¿vosotros lo estáis?
-Sí, sí.
-¡Cachis la mar, que susto!, menos mal que la valla es de madera y los árboles grandes los quité hace poco.
-Pues sí, dentro de lo que cabe hubo suerte.
-¡Ya te digo!, donde conseguiste frenar era un socavón hermoso.
Suena el teléfono otra vez, pues antes contesté que llamaría enseguida. Era mi amiga de nuevo, con la sensación de que su intuición seguía funcionando, llamó justo cuando estaba intentando salir del coche, pero se paró la llamada en aquel mismo momento, es posible que se apretara el botón de colgar sin querer.
-A ver, me he salido de la carretera, no te agobies que estoy bien.
-Vamos ahora mismo para allá.
-Vale, como quieras, pero estoy bien. me encuentro a unos trescientos metros de la entrada al pueblo.
Al cabo de unos minutos la llamé de nuevo.
-No vengáis que el coche funciona y sigo bien.
-Ya estamos llegando.
-¡Qué rapidez!
Mientras estaba a la espera, intenté informarme sobre la dirección y teléfono de los dueños del jardín. Alguien los conocía.
-Pues yo me caí por el puente del ferrocarril en el paso de tu publucu, con coche y todo hasta las vías, y aquí estoy.
Yo le miraba asombrada, estaba vivo y sano, después de caer ¡a una altura de más de doce metros!
Llegaron mis amigos, me miraron y preguntan por mi salud. Manejaban con soltura los acontecimientos, tienen una oficina de seguros. Pero han venido como amigos, eso tiene un grandísimo valor, el más seguro. Bromea conmigo con un cierto humor inglés, no molesta, relaja y hace olvidar ese momento extremo.
Pensé, sentí, recordé, razoné, sufrí, evité, y salí del coche en cosa de diez segundos que se me hicieron eternos, sin nerviosismo con una tranquilidad que a mi misma me pasmaba, tan solo flojeé al oír la voz cariñosa de mi amiga al teléfono. Por lo demás, todo se arregla según dice mi amigo. Revisamos mi coche y vimos algunos desperfectos en la chapa, intermitentes y espejo derecho; las luces de aviso internas estaban normales, los limpias bien, las luces también.
Pude volver con mi amiga de copiloto hasta casa. Paramos en casa de mi tía, quise tranquilizarla porque las noticias corren como la mecha de pólvora encendida.
Al llegar le dijimos a mi marido que no me había pasaba nada, él se asustó y maldijo por enésima vez el mes de noviembre, pues acaecieron durante varios años algunos historias luctuosas. Lo peor del caso es que, en otros meses igualmente ocurrieron sucesos similares. ¡Pura coincidencia!. Le importaron bien poco los daños del coche.
Ahora tengo algún dolor en la parte derecha de la espalda y en el cuello, posiblemente del tirón del brazo al mover bruscamente el volante.
Me he perdido la conferencia sobre el Fuero, otra vez será.
Veo los limones quietos, dándome su mejor cara, las hojas llenas de vida, su olor, ese color amarillo y el aspecto poroso, reposando sobre el cristal de la mesa proyectando su sombra y a la vez el brillo de la lámpara, una belleza natural sin necesidad de moverme para nada.
La felicidad debe de ser ago así.
Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte. de la Barquera-Val de san Vicente
4 de Noviembre de 2010
4 comentarios:
Buenos días Lines,
¿Qué tal has pasado la noche?
Sigo pensando que eres una mujer extraordinaria y tan positiva que es una suerte compartirte con toda la gente que te quiere.
Un beso.
Nieves
Leerte es un placer
compartirte un privilegio
admirarte un deber
saber que estas bien
un respiro de aire fresco
tú calma admirable
!eres asombrosa!
Besitos.
Lines, ya puedes tener cuidao, que como un día te pase algo y tengas que estar de baja y sin escribir lo vamos a tener muy mal para pasar el "mono" de no poder leerte.
María.
Hola maría,¡gracias!. Hace unos meses me rompí un brazo barriendo, así que a partir de entonces también tengo cuidado con eso, jajjaja. Lns
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