viernes, 5 de noviembre de 2010

18 METROS CUADRADOS

Esta semana de octubre se ha convertido en la de los encuentros. El del taller de escritura, era por el que todos clamábamos, para juntarnos en ese lugar de más o menos, 18 metros cuadrados, lleno a rebosar de materiales informáticos, mesas y sillas, en un ambiente de buenas vibraciones, que nos llena de energía y calor, sano, bueno, sensible.

Mira que nos vemos por ahí, hablamos, reímos, pero no es lo mismo, falta la fuerza de la unidad, Puede ser que estar encima de la biblioteca, emane un cierto vapor denso de las letras de los grandes literatos, quizá nos impregne algo de ese saber; es posible que ese vaho sea como la grasa de las semillas del muérdago, se pegue a nosotros y entre dentro.

Somos personajes variopintos, de diferentes caracteres, edades y gustos, ahora aumentado con un nuevo miembro, que buscó incesantemente por todos lugares un sitio de estas características, llegando a través de diferentes combinaciones de transporte. Creo que si no la hemos asustado por bulliciosos y ese algo de anárquicos, volverá y se rellenara los pocos agujeros que teníamos todavía, eso nos convertirá en una masa indestructible, donde los poros absorben amistad y de nuestras manos, parte todo el afecto posible, empatía y respeto.

Como siempre, los escritos fueron leídos; aplausos y asombro de la perfección que ya se logra en ellos, incluso nuestro reloj de la torre, por encima de nuestras cabezas, se hizo eco de la fiesta de reencuentro y dio sus campanadas de bienvenida en un silencio respetuoso del grupo; me pareció agradable su sonido retumbante, protagonista de las horas y el tiempo marcado en nuestras vidas, él también tiene mucho que decir en ese corto espacio de tiempo. Dice que es nuestro compañero por siempre, es el sello en nuestras reuniones, renueva nuestros estremecimientos, invade los silencios con su ruidosa campana, nadie protesta, todos comprendemos que es el sonido de la vida, inexorable.

Acabado su escrito campanil, seguimos con los nuestros y las risas, sorpresas, cumpleaño retrasados y alegrías de llegadas inesperadas totalizando el equipo, estando otra vez lleno el salón de vida, con mayúsculas, del cariño que rebota en las paredes, impregnándolo todo y a todos.

Es el encuentro otoñal más agradable que recuerdo, intenso y rematado con la salida del centro hasta una cafetería próxima, de pie, aún más cercanos, se charló allí de trabajos futuros, -pues en el taller impedimos prácticamente al director plantear casi nada-, del verano y nuestras historias. Creo que cada vez somos más revoltosos, es posible que las ventoleras de amistad nos agiten un poco o un mucho...

Cambiar el sitio no cambió las sensaciones, las sonrisas y las ganas de seguir. Extender el alma, sonreír con el corazón, llorar con las manos abiertas, abrazar las penas, dejando en el aire lo mejor de nosotros. Siempre juntos. Siempre amigos.

¡Cuánta concordia en tan solo 18 metros cuadrados!


Ángeles Sánchez Gandarillas ©
San Vte de la Barquera
16 de octubre de 2010

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