Se
cuela silenciosa bajo el Puente Nuevo, y recostándose sobre el espinazo del
pueblo que desde el Castillo del Rey sube
hasta la Iglesia de Nuestra Señora de los Ángeles, la Marisma de Pombo termina estirando sus
piernas hasta alcanzar en el fondo el delta del río Gandarilla. Sobre ella, dos
veces por día suben y bajan las aguas tranquilas del mar, levantando
a los barquitos que dormitan plácidamente en los líquenes salobres del fango, para mecerlos durante unas horas de forma
maternal, y con dulzura volverlos a
reclinar más tarde en su cuna habitual.
La
Marisma de Pombo es el más hermoso remanso de paz y silencio que puedas imaginar, enmarcado en uno de los
paisajes más idílicos de nuestra tierra cántabra. La rodean praderas pintadas de intenso
verdor, con cenefas oscuras realzadas
por el follaje de arbustos, árboles y matojos que crecen en las proximidades
del agua. Animan la quietud de los prados
los campesinos de las aldeas cercanas que siegan, las vacas pintas que pacen, o la modernidad
de algún tractor que a presión alimenta con estiércol el suelo que pisa.
Tras
las laderas cercanas se van sucediendo
lomas cada vez de más altura, y a medida que se alejan van
tiñendo de gris los colores verde y ocre del incomparable paisaje hasta transformarlos en azules de
intensidades más o menos acentuadas. Como corona y remate del fondo del cuadro,
las moles pétreas de los Picos de Europa siempre manchadas de nieve, parecen acariciar el cielo como en
perpetuo agradecimiento al Creador, por
el derroche de tanta belleza.
Solo
de vez en cuando el graznido de una gaviota que se disputa con su compañera la posesión del pez muerto que atraparon flotando en las
aguas, rompe el silencio casi sagrado del lugar.
Porque
desde el Puente de la Barquera, en
silencio lanza sedal el pescador que sueña con atrapar la dorada que llega
empujada por la nueva marea. En silencio rema
la pareja de enamorados que alquiló el bote, y sube buscando el más romántico de los rincones donde poder
besarse apasionadamente. En silencio
llegan y en silencio se marchan los cientos de gacetas y ánsares comunes,
correlimos, zarapitos y otras aves migratorias que aquí descansan las fatigas
de su larga travesía. En los
atardeceres silenciosos de la marisma vacía se aventura el mariscador
furtivo para arrancar del légamo el puñado de navajas o de almejas que pueda
después vender de tapadillo al bodeguero que esté dispuesto a comprarlo. En
silencio van apareciendo sobre las aguas de la marisma reflejos de mil colores del Castillo y de la Iglesia para
hundirse junto a prados y montes de forma invertida en la sima sin fin que el efecto óptico nos hace
imaginar… Silenciosas más gaviotas por los aires, y en silencio las palomas
torcaces columpiándose en
las ramas de los árboles que se estiran sobre el mar.
En
silencio la persona que observa el
panorama, mientras deja que su espíritu se
derrame y extienda como un bálsamo sobre las benditas aguas de la
Marisma de Pombo…
Jesús González ©
Jesús González ©
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