Llegar, lo que se dice llegar, el verano llegó hace unos días. Pero esta mañana que bajé al pueblo a buscar el pan dándome un paseo, fue como si le palpara. Ni una nube había en el cielo, y en el horizonte relucían los Picos de Europa como relucen siempre que el momento es diáfano. ¡Pero que bien supo Dios hacer las cosas! Cuidado que colocó bien esa mole inmensa de peñascos para que decorara con arte el fondo de la imagen de nuestro pueblo.
Bajé a pié. Como no tenga que subir peso, siempre bajo y subo a pié, y lo hago sin prisas, mirando el paisaje, y descubriendo cada día un nuevo detalle en las cosas que veo. Las baldosas del paseo que del pueblo va al cementerio, hoy irradiaban calor. Y… principios quiere la cosa. Yo estaba temiendo que la maleza se fuera tragando poco a poco este paseo, pues las “rajas” ya empezaban a invadirle, pero comprobé que al menos en parte, el herbicida ha hecho su efecto. Supongo que quien deba hacerlo continuará con el resto.
Oye, a mi no me parece tanta mole el aparcamiento que están terminando en el muelle. Criticar, bien le critica la gente, pero que quieres que te diga, a mi no me parece tan criticable. Estoy seguro de que cuando esté bien acondicionado, a todos nos parecerá mejor. ¿Y las escaleras que están haciéndole desde la parte alta al Puente Nuevo? Supongo que ahí quedará como un paseo, que si tiene suficiente anchura como para colocar en él cuatro o seis bancos, hasta tiros va a haber para sentarse en ellos. Hombre, ya se que al que quiera ponerle pegas, no le van a faltar detalles para hacerlo; eso pasa siempre. Pero, ¿era o no era necesario un aparcamiento en San Vicente? Pues entonces mira, como decía la vieja de mi pueblo, “para hacer una tortilla siempre fue necesario romper un huevo”.
Seguí caminando y encontré el puente lleno de forasteros haciendo fotografías. A los que no tenían cara de saberlo todo les indiqué el lugar desde donde podían hacer las más clásicas, y a los que buscan panorámicas, les recomiendo siempre que suban al castillo; les digo que por subir cobran euro y pico, pero que el pico es chico, y que bien merece la pena. Lo merece sólo por las fotos, pero si además añadimos que allí hay un pequeño museo donde se condensa la historia del pueblo, el precio de la entrada resulta una bicoca. Lo que yo ya no encuentro tanta bicoca es que a la gente del pueblo nos cobren entrada cada vez que queremos subir. Y los habrá como yo, que de vez en cuando les apetezca lanzar una mirada desde allí arriba. Y… ¡coño! si cada vez que quieres mirar, vas a tener que echar mano al bolsillo, vale más cerrar los ojos.
Los soportales ya presumen de mesas con manteles y vajillas atrayentes, y cuando se ve algo excepcional como yo vi esta mañana, bien merece un aplauso y un comentario que nada tiene que ver con publicidad del local, y si mucho con la ornamentación de la calle. Mirad los macetones de arbustos y hortensias del restaurante Las Redes. ¿Verdad que con un poco de entusiasmo por parte todos este bendito pueblo aún puede ganar mucho?
Sí, había ambiente de verano esta mañana en el pueblo. Las terrazas ocupadas, críos pidiendo helados a los papás, los comercios con gente que entraba y salía, (otra cosa es que compraran o no compraran,) pero al menos daban ambiente. Y periódicos abiertos sobre las mesas al aire libre, lo que bien claro significaba que quienes los leían ninguna prisa tenían. (¿Os dais cuenta que me salen “pareados”?)
A la playa no fui. Pero volviendo a la vieja de mi pueblo, “viendo la maleta se adivina el equipaje”. Si en el pueblo había gente forastera, supongo que mucho más en la playa, que es a donde generalmente vienen los de fuera.
J. González ©
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